Capítulo 29

12.4K 1K 416
                                    

Tranquilidad, eso era lo que trasmitía aquel lugar. Aquella Beta se sentía en una nube, relajada y bastante cómoda, no recordaba cuando fue la última vez que en aquel departamento se sentía esa paz.
Sin ningún tipo de apuro salió de la habitación de lavado, cargando bajo su brazo un canasto con ropa recién lavada; Aspiro disfrutando del aroma vainillas, característico del albino, que ella al ser Beta pocas veces tenía el honor de apreciar.
Con una pequeña y apenas perceptible sonría se acercó a uno de los sillones de piel que devoraba la sala, decidida a doblar y ordenar la ropa de ambos jóvenes, habitantes de la residencia, sin notar o sospechar que escondido tras la isla de la cocina un pequeño lobo blanco la estaba asechándola, con ambas de sus orejas hacía atrás y cuidando cada uno de sus pasos para evitar hacer ruido. La determinación que se veía reflejada en aquellos lindos y azules ojos era única, poco común en aquel omega. Relamió su hocico y apresuró sus pasos escondiéndose, torpemente, bajo una de las sillas del comedor.

—Sabes Omega tienes que aprender a esconderte mejor... — llamo la mujer, mirándolo por sobre su hombro, ligeramente divertida por el intento fallido del albino por sorprenderla.

Un chillido agudo fue lo único que recibió como respuesta del omega al ser descubierto.

—Ven Omega, tu frazada ya está limpia— sonrió, levantando una pequeña cobija de color amarillo al omega.

El crujir de los huesos del albino, seguido de un tirón que el despojo de dicho objeto, haciendo reír a la mujer.

—Gracias por lavar mi fufi señora Ferry— chillo feliz, enredándose en aquel objeto que tanto amaba.

—No me agradezca joven Marck, es mi trabajo. Aunque no entiendo ¿porque fufi?— cuestiono intrigada, dejando una camiseta de vestir perfectamente doblada sobre su regazo.

—Primero no es una frazada, es un perfecto y moderna cobija, que sirve como piel de lana para la forma humana de un lobo se sienta protegida, al igual que brindando comodidad y calor a nuestros cuerpos — sonrió dejando a relucir su hermosa dentadura blanca. — Y le puse fufi porque... me he repetido más de ocho veces la película de Madagascar— susurro apenado, a pesar de tener veinte años se encontraba fascinado descubriendo todas aquellas películas infantiles.

— No me diga que otra vez está desvelándose, viendo esas películas...— el tono que uso la beta, basto para que el rubio bajara la cabeza, se sentía regañado por su madre. — A la larga, esas desveladas le pueden hacer daño a usted y su cachorro joven Marck...

— Ya lo sé, pero... no he podido dormir muy bien últimamente, así que aprovecho las noches para seguir descubriendo todas esas películas de dibujos animados. Sabe que yo jamás había visto una película y cuando William me enseñó a usar la televisión, fue inevitable no verme todo lo que me perdí estos años...— explico con un puchero, sacándole un suspiro a la mujer.

No se sentía con el corazón, tan de piedra, para regañarle por algo como eso.

—Bien, pero tiene que dormir más, aunque tú te sientas bien, eso puede afectar a el cachorro ¿Okey? — levanto una ceja y cuando observo como el joven asentía frenéticamente, se giró a seguir con su trabajo.

— Por cierto, señora Ferry, recuerda cuando fue que William dijo que me llevarían a comprar ropa— suspiro sentándose nuevamente en su sitio encendiendo el televisor. — No es que quiera ir, bueno si, pero no... Lo que quiero decir es que no quiero que se cruce con nuestro pendiente... — bajo la mirada, sintiéndose nervioso por el hecho de que iría a tratar su cachorro, pero eso también lo asustaba porque, si el pelinegro los descubría no sabía cuál podría ser su reacción.

—Usted manténgase tranquilo joven Marck, la cita con el medico será dentro de dos días más y el señor William lo llevara de compras hoy— dijo sin el más mínimo interés.

Marcado A La FuerzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora