[Capítulo Diecinueve]🎵"Escondidos", Chenoa y David Bisbal

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Antes de que llegara el desayuno ya habíamos bailado dos baladas; abrazados y desnudos frente a la ventana abierta de nuestra habitación, sin arrepentimientos, sin vergüenza alguna y sin importarnos que algún esquiador pudiese vernos desde afuera y señalarnos como aquel par de locos que abandonaron todo por amor. Ambos pedimos room service de huevos benedictinos y jugo de naranja, y comimos juntos con batas de baño blancas a juego, sentados en la pequeña mesa de nuestra habitación de hotel, como si de una pareja con años de estar juntos se tratase. Estar con Eros es épico, aquel macho argentino que siento solo mío llegó a mi vida hace muy poco tiempo, pero cuando lo tengo conmigo siento que siempre estuvo allí, que está y que nunca dejará de estar a mi lado.

Encendimos la televisión y la volvimos a apagar casi enseguida. Nos habíamos convertido en la comidilla de los programas de chismes y hasta de los noticieros; despedidos, demandados e inexplicablemente enamorados. Para algunos éramos la nueva pareja icono de la comunidad lgbtq+ y compartían sin cesar una foto ahora echa poster de nosotros besándonos dentro de una cabina de dinero en una plaza de Las Vegas. Para otros éramos un par de irresponsables, pero apoyaban nuestro amor. Y otros simplemente nos veían como un par de demonios que merecían ser quemados en la hoguera de las perversidades. Ni Eros ni yo teníamos idea de como reaccionar a ninguno de los tres grupos, así que decidimos ignorarlos, no volver a encender los teléfonos móviles aún y disfrutar de este tiempo juntos y desconectados del resto del mundo, tiempo que hacía tanto, ninguno de los dos había tenido y que tanto merecíamos.

Eros mismo me cerró la mascarilla de esquí tapando mi boca y los lentes cubriendo mis ojos. Aquel equipo de seguridad no solo nos serviría para protegernos del viento frío que nos pegaría en la cara al deslizarnos por las laderas nevadas, sino que protegería también nuestra identidad en caso de que los demás turistas en Aspen también estuvieran pendientes del paradero de los fugitivos del amor. Mi argentino también me ayudó con el overall y el resto de capas necesarias para sobrevivir aquellas pistas y finalmente me ayudó con dichas botas tan increíblemente difíciles de poner.

—¿Cómo se supone que camine con estas botas de Frankenstein? —le pregunté y Eros echó a reírse—. De hecho, si ahora mismo caminar con estas botas me parece imposible, no tengo idea cómo se supone que me deslice por una ladera con ellas puestas —continué, causándole aún más gracia.

—Cuando te dejes ir por la ladera y logres volar, te olvidarás que las tienes puestas —me dijo y yo me sentí seguro, siempre he confiado en él.

Bajar al lobby y caminar a la base común de las pistas de esquí con esas botas fue increíblemente difícil para mí, si no fuera porque Eros, para quién caminar con ellas es como caminar descalzo, me estuvo sosteniendo todo el tiempo, yo simplemente no hubiera llegado y quizás ni siquiera lo habría intentado. De hecho, hacerlo con él lo hizo divertido, ninguno de los dos podíamos parar de reír y yo no paraba de pensar en lo imposiblemente feliz que soy con cuando estoy con él. La base estaba repleta de esquiadores, algunos calentándose alrededor de alguna fogata y otros preparándose para subir a la cima de las laderas o bajando de una de ellas. Con ayuda de mi hombre puse el primer pie en la nieve y él me ayudó a estabilizarme, yo estaba acostumbrado a caminar sobre la nieve de Chicago, pero no con aquellas botas. Luego de eso, Eros me enseño a conectar mi bota en el esquí, me tomó de la mano y lentamente me llevó a una esquina para enseñarme los conocimientos básicos.

Eros ya no solo es mi instructor que me muestra como amar y hacer el amor con amor, sino que ahora también es mi maestro de esquí.

—Hoy te voy a enseñar como bailar tango, pero sobre el hielo y sin Gardel —me dijo y yo sentí que me fundía con la nieve que se perdía prístina en el horizonte de Colorado.

Eros, mi macho argentino, enseñándome cómo hacer aquellos movimientos con pies y caderas, aunque lo hiciera vistiendo tantas capas de ropa y abrigos, es igual de sexy que cuando con su cuerpo desnudo me invita a que hagamos el amor y me enseña alguna posición sexual que se acaba de inventar para que su pene me penetre aún más adentro. En una pequeña ladera para principiantes, mi argentino se aseguró de que yo aprendiera cuando mover los pies hacia adentro en posición triangular o posición de pizza como me enteré que le llaman los esquiadores y cuando mantener los pies rectos o en posición de spaghetti. Me hizo subir y bajar aquella pequeña pista muchas veces y aunque me daba mucho miedo al principio, el hecho de confiar tanto en mi maestro y que ambos no paramos de reírnos durante toda mi clase de tango sobre la nieve, me hizo aprender tan rápido que una hora después de haber conectado mis botas a los esquíes, ya yo estaba listo para subir a la cima de una ladera de nivel intermedio.

La Bitácora Homosexual de Rey James Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora