[Capítulo Veinte]🎵 "Calma", Pedro Capó

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—No sé si alguna vez te lo dije —me dijo Eros mirándome a los ojos, con aquel sol de mediodía tras de él, intenso y apasionado—, pero te amo —concluyó luego de una pausa.

La temperatura había cambiado de la tierra al cielo, al pasar de Aspen a Panamá.

La temperatura había cambiado de la tierra al cielo, al pasar de Aspen a Panamá

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Sentí que me iba a desmayar, una vez más. Mi macho argentino estaba de pie sobre la proa de aquella pequeña lancha que nos estaba trasladando a través de los manglares de Isla Cañas, de vuelta al poblado más cercano para comer, comprar comida para la noche y conocer algo del pueblo de Tonosí. Vestía, al igual que yo, solamente un bañador tipo bóxer muy pequeño. Ni siquiera zapatos teníamos puestos y ya era el tercer día que teníamos de andar así. El bañador de Eros era azul con líneas amarillas y el mío a rayas blancas y rojas. Los habíamos comprado justo después de aterrizar en el aeropuerto de Tocumen y yo no podía creer lo bien que habíamos seleccionado. Por mi parte me sentía inmensamente cómodo y libre, y por parte de Eros se veía sensual y me invitaba a comer de su cuerpo una vez más. El verlo con su pecho cubierto de pelos negros y salvajes que me vuelven loco, el largo de su barba ahora un poquito menos cuidada y el estar rodeado de aquella jungla de árboles de mangle, me hizo pensar en una sola cosa. Mi hombre se mimetiza con la jungla, su pecho peludo es mi jungla, la jungla en donde estoy destinado a perderme. Eros es Tarzán y a la vez es la jungla tropical misma, y hoy es solo mío. Volví a preguntarme, ¿de verdad me merezco tanta felicidad, tanto amor y tanto placer? y no pude responderme a mí mismo. Solo podía tomar la decisión de disfrutar el momento, aunque se sintiera demasiado perfecto y por consiguiente utópico.

El sol en Panamá brilla y calienta más que en cualquier lugar que yo haya estado, la temperatura había pasado al polo opuesto de Aspen al Trópico en un corto viaje de avión

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El sol en Panamá brilla y calienta más que en cualquier lugar que yo haya estado, la temperatura había pasado al polo opuesto de Aspen al Trópico en un corto viaje de avión. Yo, que estaba sentado en medio de uno de los bancos de la lancha, veía a Eros arriba, de pie sobre la proa, inmenso y tan hermoso como muy pocos humanos logran ser, y así, arriba, cantando y moviendo sus torso, caderas y enormes brazos al ritmo de la música que salía de mi bocina portátil, con el sol a sus espaldas y sonriendo con su sonrisa perfecta que me desarma, evocaba sin intención alguna a un Dios griego que yo veía en las alturas del cielo e iluminado y que por alguna razón salida de algún romance legendario, me acababa de decir: "Te amo"

La Bitácora Homosexual de Rey James Del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora