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Me quede durante varios minutos sin lograr moverme o decir algo, sabía que su hermano me estaba observando aún por lo cual intente no volver a dirigir mi mirada va ha aquella habitación.

— Tranquila, el solo está alterado, no es así normalmente -escuche decir a Jesús mientras me observaba.

Inmediatamente escuche la puerta volver a cerrarse, esta vez había salido el. Una vez quedándome sola solté un gran suspiro intentando que mi respiración volviera a su normalidad. No podía entender como ese chico de ojos intensos lograba mantenerme tan pendiente a su vida.

— Maddison, abajo está un chico preguntando por ti -dijo mi hermana apoyándose en el marco de la puerta logrando que mi pecho volviera a agitarse.

— Dime que es una broma Vicky -digo sin poder creérmelo.

— No, no es broma. Está abajo esperándote, lo deje pasar sin avisarte porque madre mía es un bombón -hago una mueca al escucharla y luego veo cómo levanta sus manos.

En ese momento el corazón se me iba a salir del pecho y estaba segura que si me ponía de pie caería al suelo. No quería bajar, mucho menos enfrentarlo.

— Dile que suba, ¿si? -Observe como mi hermana asintió con la cabeza.

Al verla salir de mi cuarto me levante de la cama y comencé a dar vueltas de un lado a otro. Quería gritar, patear o simplemente que alguien me pegara por ser tan tonta.

— Se que no me esperabas -dijo al entrar a la habitación.

Al verlo abro los ojos y luego suelto un suspiro aliviada. Aunque ahora mismo agradecía verlo.

— Vine a disculparme de parte de mi hermano, el está pasando por un mal momento y por eso reacciono de esa forma, por cierto me llamo Jesús aunque creo que ya lo sabes, ¿no? -dijo sintiéndose algo avergonzado por la forma en la que actuó su hermano.

— Si... yo soy Maddison -dije y pude ver una sonrisa posarse en sus labios.

— Bueno iré a buscar a Daniel, luego nos veremos -dijo para seguidamente desaparecer de mi habitación.

En ese momento abrasé mis rodillas y luego apreté el colgante que llevaba siempre desde aquel día en que falleció la persona que siempre me aconsejaba e intentaba ayudarme, la necesitaba tanto. Sin ni siquiera darme tiempo a reaccionar las lágrimas inundaron mis mejillas. Había silencio en mi habitación, solo se escuchaban mis ahogados sollozos.

Me sentía impotente, rota y sobre todo triste de no poder ser una adolescente feliz, de no poder superar la muerte de aquella persona. Y tenía claro que jamás podría superar algo así, ¿quien lo superaría? Si no tiene a la persona que más ama a su lado, si no tiene un apoyo, y si vio a su madre morir cuando apenas tenía doce años, si la escuchó despedirse. Y es que a pesar de haberle prometido ser feliz sabía que eso estaba muy lejos, y que para yo poder ser feliz tenía que pasar un milagro.

Querido Daniel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora