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Aquella noche fue triste, no logré conseguir el sueño por más que lo intentaba, estuve toda la noche intentando callar mis sollozos pues no quería preocupar a mi familia.

A la mañana siguiente amanecí con grandes ojeras, un dolor de cabeza punzante y realmente cansada. Al punto de haber olvidado que tenia que ir con mi padre a un desayuno en casa de unos amigos de mi padre, los cuales al parecer vivían cerca.

— Maddison date prisa por favor -dijo desde la cocina logrando que me levantara de la cama lo más rápido que pude.

— Voy papá -Dije desde la habitación mientras me ponía una sudadera ancha.

Realmente con mis diecisiete años de edad no era una chica que se preocupara tanto por su apariencia, solía vestir ropa muy común, muy poco maquillaje, no usaba joyas y ni siquiera me preocupada por pintarme las uñas, era una chica común, una mas del montón.

Al acercarme a mi padre bese su mejilla durante unos segundos y luego le despeine el cabello a mi hermana haciéndola enojar, amaba molestarla.

— ¿Otra vez soñaste con ella? -me pregunto mi padre mientras encendía el auto y me limite a asentir.

El había sigo testigo de todo mi dolor durante los últimos cinco años, el único que estaba ahí junto a mi hermana. Ellos fueron las únicas personas que me sostuvieron cuando peor me encontraba estando igual de rotos que yo. Y realmente estaba agradecida con ambos por todo lo que hacían por mi.

— Ella estaría muy orgullosa de ti Maddie, siempre fuiste la luz de sus ojos -dijo mi hermana en un tono dulce logrando que mi corazón se encogiera.

Le agradecí sus palabras con una sonrisa, pues esta se puso sus audífonos con su música a todo volumen y papa como de costumbre comenzó a silbar mientras conducía hacia la casa de sus amistades.

Unos minutos luego el coche aparco, bajamos de este y observé la casa que tenía en frente, era gigante, tenía un amplio patio colorido y un aroma fresco. Camine hacia la puerta al ver cómo mi padre tocó el timbre y me posicione a su lado esperando que la puerta se abriera.

— Tú de Nuevo... -dijo aquel chico logrando que mi padre se girara a mirarme.

En ese momento quería desaparecer de allí, quería montarme en el auto y volver a mi cama. Me limite a asentir sin decir nada y luego observé como Daniel saludo a mi hermana al igual que a mi padre, en cambio a mi solo me hizo un ademán con la mano para que entrara a la casa.

— ¿ya se conocían? -preguntó mi padre para luego saludar a los padres de los hermanos Oviedo.

— El es nuestro vecino, por eso lo conozco -dije de manera seca pues no quería abundar nada más.

Tan solo al entrar mi padre nos presento, por lo que entendía la casa era de los padres de los gemelos y estos vivían en la casa del lado nuestra. Eva era una mujer encantadora al igual que su esposo e hijo Jesús pero Daniel era lo contrario, pero solo conmigo.

En el tiempo que estuvimos desayunando solo hubo pláticas entre nuestros padres, la mayoría de negocios. Los demás nos manteníamos callados mientras comíamos, aunque de vez en cuando mi hermana compartía alguna que otra palabra con Jesús haciendo la comida menos incómoda. Estaba realmente nerviosa pues tenía la mirada de Dani encima logrando sentirme intimidada.

— No tenia ni idea de que mis hijos eran sus vecinos señor Smith -dijo Eva con una sonrisa que la caracterizaba.

— Pues por desgracia si... -escuche a Daniel decir en un tono bajo logrando que lo mirará.

Querido Daniel Donde viven las historias. Descúbrelo ahora