Parte 5

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Los labios de Hibari eran suaves, pese a que Gokudera sentía todo el cuerpo temblar por los nervios, pudo ser capaz de percibirlo. Comenzó a abrir un poco los ojos, queriendo ver la reacción del prefecto, él lo miraba analizando su acción, y de pronto ya no sintió más los labios de Hibari, si no el hierro de la sangre, comenzando a salir de su boca y nariz pues el prefecto lo mandó al suelo con un golpe.

— ¿Qué demonios piensas que estás haciendo, herbívoro? —preguntó ácido. — ¿Quién crees que te ha dado el derecho de besarme?

—L-Lo... lo siento. —balbuceó, limpiándose. Apretando uno de sus puños contra el suelo. —Y...yo... no sé qué me paso.

Aunque por supuesto que lo sabía. El Hibari del futuro seguía presente en su memoria; seguro que él habría correspondido el beso... o quizás no. ¿Por qué seguía comparando a este Hibari con el futuro? Era obvio que nada podía pasar en esta realidad.

—Lo siento, Hibari.

—Olvida lo de mañana. —espetó sin borrar el semblante de su rostro. —No tengo porque ponerme a tu nivel. Tu favor ha sido pagado con esto, agradece que no te mande al hospital.

—Sí...—arrastró su palabra, dejando al otro comenzar a avanzar del otro lado, ondeando su chaqueta del comité disciplinario.

Una vez que se marchó, Gokudera aún en el suelo, se llevó una mano a los labios, acariciándolos con suavidad. Sin poderlo evitar formó una sonrisa, al menos, sabía que por esa vez había ganado a Hibari.

Le había ganado su primer beso.

Y, aunque el fin de semana pasó mucho más lento de lo que Gokudera deseó, rememorando una y otra vez el beso a Hibari. Soñando despierto fantaseó un poco con que Hibari le correspondiera el beso, sus sentimientos.

Cuando llegó al fin el lunes iba un poco temeroso y nervioso de encontrarse con el prefecto, es decir, no sabría como reaccionar y no quería "ser mordido hasta la muerte" por sus sonrojos o por quedársele viendo más de la cuenta. Quizás lo mejor sería actuar como si nada y olvidar sus malditos sentimientos, eran demasiado para él, no sabía como actuar o que decir.

— ¡Yo, Gokudera! —saludó Yamamoto, abrazándolo por los hombros. — ¡Vamos por Tsuna!

Aunque usualmente se encontraba con el freak del beisbol ya en la casa del Décimo, a Gokudera no le extrañó que Yamamoto se cruzara a tres calles antes de llegar.

— ¿Qué mierda freak? Es muy temprano para ver tu cara de tonto. —rezongó, aún así no quitó el agarre. Una sonrisa se formó en la cara de Yamamoto, diminuta, secreta.

—Que malo eres, Gokudera. —hizo un mohín. — ¿Y? ¿Qué ha pasado con Hibari?

Yamamoto no lo diría, pero se moría de ganas por saber que estaba pasando con la relación de ambos. Si aún podía luchar, si tenía una esperanza de que Gokudera pudiera voltearse a él.

—Yo... creo que voy a renunciar. —suspiró, deteniendo su paso. Yamamoto lo miró fijamente, esperando que continuara. —Hibari, él no creo que pueda sentir nunca lo mismo por mí.

— ¿Por qué dices eso, Gokudera? —Yamamoto lo soltó, poniéndose adelante. Sabía que no debía hacer eso, que quizás debía secundar la idea de su amigo.

Pero lo amaba tanto que no deseaba verlo sufrir.

— ¡No puedes renunciar tan fácil!

— ¿Yamamoto?

—Si tus sentimientos son efímeros, bien, renuncia. —dijo de pronto, tomándolo por los hombros. —Pero, yo creo que son verdaderos. Lucha por ellos.

— ¿Y tú como demonios lo sabes?

—Puedo ver como lo miras. —continuó. —Yo... yo también tengo una persona que amo, Gokudera. —soltó, sorprendiendo al otro. —Y sé que tus sentimientos no son efímeros, por la misma razón de que los míos no lo son. Cuando amas a esa persona deseas pasar todo el rato con ella, ver cada una de sus facetas, triste, enojada, que maldiga todo a su paso pero al mismo tiempo, tenga la sonrisa más bonita que hayas visto jamás; aunque nunca haya sido para ti.

— ¿De quién...?

—Eso no importa, Gokudera. —sonrió Yamamoto. —Lo importante aquí, siempre serán tus sentimientos, así que no te rindas.

Yamamoto siguió caminando al lado de Gokudera, escuchando algunas cosas sobre que tal vez tuviera razón. Su corazón no estaba feliz, sabía que había cometido una equivocación; sin embargo, esperaba que Hibari pudiera valorar a la persona que lo estaba amando, a su Gokudera. Takeshi por más que quisiera no podía hacer nada, más que estar al lado de su mejor amigo, añorándolo.

Estaría para él, lo apoyaría, quizás así Gokudera pudiera ver que había alguien que lo amaba con la misma intensidad que el estaba amando a una persona que no lo correspondía.

Una vez que pasaron con Tsuna todo quedo en el olvido, caminando como amigos, olvidándose de todos los sentimientos que los estaban volviendo locos.

Las clases transcurrieron de lo más normales, todo hasta la hora de almorzar.

— ¿Qué pasa, Gokudera-kun? ¿No has traído el almuerzo? —preguntó Tsuna.

— ¡Ah, no te preocupes! Yo te comparto. —sonrió Yamamoto, pasándole una bola de arroz. —Mi viejo me ha puesto demás.

—También yo, Gokudera-kun. Espero te guste. —Tsuna puso en su tapa algo de su comida pasándosela.

— ¡Ah, lo siento muchísimo, Décimo! ¡No lo merezco! —lloró el albino, tomando sus manos.

Una escena no tan cotidiana, sin embargo, había un espectador en ella. Hibari Kyoya, que los observaba desde la puerta, pues recién había llegado para tomar una siesta. Al mirar a Gokudera de inmediato se puso de malas, recordando aquello, la valentía de aquel herbívoro.

No obstante, también sintió otra extraña sensación en su estómago. Un poco similar a la que sentía con...

— ¡Kyoya! —sonrió Dino, saludando, subiendo junto a Romario las escaleras.

— ¿Eh?

Los otros tres se giraron a la dirección de la puerta, sorprendidos de la voz. Hibari entró a la azotea, colocándose en posición de defensa, listo también para atacar.

— ¡No vengo a pelear! —comentó Dino, negando con las manos. — ¡Detente!
— ¡Dino-san! ¿Qué haces aquí? —preguntó Tsuna, levantándose para saludarlo.

—Reborn me llamó. Quiere que te ayude con algunas cosas de la escuela o algo así. —sonrió, encogiéndose de hombros. —Tenía algo de tiempo, así que me vine a divertir un rato a Japón.

Esta aquí por diversión. —pensó Tsuna.

—Largo de aquí, herbívoros. Pelearé con él. —gruñó Hibari, sacando las tonfas. Tsuna soltó un chillido, recogiendo lo más rápido que pudo sus cosas.

Gokudera notó con cierta tristeza que Hibari no le daba la mirada.

—Vamos, Gokudera, sirve que podemos comprar un pan para ti. —sonrió Yamamoto, empujándolo.

—Eh, chicos...—llamó Dino, mirando como Romario se iba con ellos. — ¡Romario!

Mientras se iba cerrando la puerta, escuchando los lloriqueos de Dino, Gokudera miró atrás.

En la rendija de la puerta, que se iba cerrando, el Guardián de la Tormenta pudo apreciar como Dino ponía una mano en la cabeza de Hibari, acariciándole los cabellos; Gokudera sintió que el tiempo se detuvo por una eternidad, pese a estar algo alejado, notó con claridad la sonrisa que tenía Hibari en el rostro, una muy calmada, que jamás le vio en todo el tiempo que llevaba ahí. Hayato pasó saliva, con un nudo en la garganta, sintiendo como las lágrimas comenzaban a acumularse en sus ojos.

Ahora entendía mucho mejor porque Hibari jamás se podría enamorar de él, ni en el futuro, ni en el presente.   

Me debes un favor.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora