Capítulo 38

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⚠️ ALERTA DE CONTENIDO ADULTO: Este capítulo puede tener contenido no apto para cualquier público. Mención a situaciones sexuales. Lenguaje vulgar y representación o descripción de contenido sexual explícito. ⚠️

—Desperté de golpe, sintiéndome ligeramente observada desde el marco de la puerta de aquella espaciosa e iluminada habitación. Aquella mirada familiar reposaba sobre mí con detenimiento, podía sentirlo.

Esa figura masculina y bastante familiar me miraba con atención, recargado aún sobre el marco y fijando su vista en mi cuerpo semidesnudo sobre la cama, que era cubierto únicamente por una larga y holgada, y muy delgada playera de algodón que no era mía.

Tallé mis ojos con mis manos mientras me reincorporaba en la cama, intentando despejar mi visión y admirar aquel cuerpo de mejor forma. Finalmente lo observé, notando una cálida sonrisa dibujada en su rostro y viendo como el castaño bebía probablemente café, de una taza de porcelana color azul marino que tenía en una de sus manos.

Sonrió de lado en cuanto lo miré y lancé un suspiro, mirando ahora hacia el enorme ventanal de la habitación y fijándome en el precioso color celeste que llenaba el cielo y pintaba la ciudad, mostrándola un poco más alegre.

—Buenos días —habló por fin el castaño, entrando a la habitación y dando un sorbo más a su taza.

Ross caminó hacia mi lado de la cama y tomó asiento junto a mis piernas, notando mis pocos o más bien nulos deseos de poner un pie fuera de esta. Y esto era bastante común, algo a lo que con el paso de los días y después de semanas, ya estábamos acostumbrados a vivir.

Hoy era uno de esos días en lo que apenas despertando, yo tenía ganas únicamente de refugiarme en cama, llorar un rato tal vez y dejar de pensar en todas esas pequeñas cosas que solían atormentarme. Y Ross lo entendía.

Al principio, habíamos pensado gravemente en que pudiese ser alguna recaída severa y pronto intentara dañarme de nueva cuenta, pero la doctora Harris calmó esas inquietudes explicándome que si bien el medicamento y la terapia ayudaban, no inhibían ni me hacían inmunes a mis emociones.

Era completamente normal que quisiera llorar, o que deseara pasar el día en cama. Y tenía que afrontarlo, acostumbrarme a ello, y verlo de la forma en la que era: normal. Incluso a pesar de estar enferma.

—¿Mal otra vez? —habló Ross, con un tono cariñoso de voz y guiando la mano que tenía desocupada hacia mi mejilla y después hacia mi cintura, acariciando mi cuerpo por encima de la tela. 

Subió delicadamente la delgada superficie de algodón que cubría mi abdomen y cintura e internó su mano dentro de aquella playera blanca. Acarició mi piel caliente y solté un suspiro lleno de dolor y desesperación.

—Estoy cansada.

—Lo sé, amor.

Se inclinó para besar mi cabeza y pronto pensé en lo bello y maravilloso que era tener a aquel ángel en mi vida. Mi refugio, mi hogar, él era mi todo. Y cuanto lo amaba.

Esos casi cuatro meses desde aquella tarde en la que me había pedido mudarme con él aquí, habían pasado tan rápido que incluso había veces que seguía sin creerlo. La decisión de irme a vivir con Ross al principio no había sido bien aceptada por mi tía, quien preocupada exigió a Ross que no me perdiera ni un solo segundo de vista, y me tuviera toda la calma, paciencia y los cuidados posibles.

Pronto cambió de opinión en cuanto notó que la primer semana había pasado y yo lucía bien. Aparentemente radiante y en calma. 

Obviamente mi estado de ánimo comenzó a cambiar con el paso de los días, pero esto era recurrente y algo normal. Vivir con depresión era así, y aunque dolía porque en ocasiones me sentía incapaz de ver y sentir el mundo como el resto lo hacía, por esta vez trataba de llevarlo con calma.

BLANCO Y NEGRO // Ross LynchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora