Capítulo 29

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La cálida luz del sol entró con fuerza a través de la ventana, rozando de inmediato mi piel, calentándola poco a poco y molestando mis ojos incluso aunque me encontraba tapada hasta la cara con las cobijas.

Un garraspeo fuerte de garganta me hizo abrir los ojos aún por debajo de las cobijas y suspiré, sintiéndome fatal todavía, incluso ya después de varios días tras mi ruptura con Ross.

Y es que, nunca me había sentido tan miserable, triste y sola en toda mi vida.

Alguien me arrancó las cobijas y las sábanas del cuerpo y la miré, de pie frente a mí, cruzada de brazos y con ese bonito cabello negro ondulado cayéndole por los hombros. Lucía preocupada, incluso podría decir que molesta.

Willow alzó una de sus cejas y se sentó en el borde de la cama, junto a mi cuerpo. Buscó mi mano y después de algunos segundos la encontró, y sin decir más, la tomó, apretándola.

—Oye, sé que estás pasando por un pésimo momento, pero con este, llevas tres días en cama Leah. Mi madre está preocupada, y yo también lo estoy. Incluso Maeve ha venido a buscarte el día de ayer —habló, con voz tranquila, buscando mi mirada detrás de aquellos ojos hinchados y de esas bolsas que lograban esconder mis ojos.

Tres malditos días, ¿en verdad? ¿Apenas?

Podía sentir que había pasado toda una eternidad desde aquel trágico hecho en el que le había roto el corazón a Ross, y de paso me lo había roto a mí misma. Pero no, solo tres días.

Un fuerte olor a panqueques de pronto inundó mi nariz, y Willow pudo percatarse de ello. La pelinegra esbozó una tierna sonrisa y suspiró.

—Tal vez te caería bien comer algo en forma. Desde el día domingo no has comido más que un plato de pasta, un poco de cereal, galletas y mucho, mucho café —sugirió—. Oye, de verdad, mi madre está preocupada. La única razón por la cual no ha venido a hablarte desde aquel día es porque le pedí que te diera tiempo, pero sabes que debes reponerte de esto, Leah, no es el fin del mundo. 

Qué fácil sonaba.

—Es el fin de mi mundo, Willow  —hablé, con la voz entrecortada y aguantando nuevamente y desde hace media hora, unas abrumadoras ganas de soltarme a llorar.

El haber roto con Ross definitivamente había traído consecuencias emocionales pésimas a mi vida, y que esperaba, por el bien de él, que no tuviera el mismo impacto en Ross. Después de todo, si había terminado con lo nuestro y lo había alejado de mí era por la simple razón de que odiaba hacerle daño, y no podía seguir con aquella relación que más allá de causarle algo positivo, solo lo preocupada y lastimaba.

Aquel día había regresado a casa con lágrimas en los ojos, mis párpados enrojecidos e hinchados, el maquillaje tremendamente corrido y muchas ganas de vomitar, así como con la cabeza llena de pensamientos de todo tipo. 

Me intentaba convencer de que había tomado la mejor decisión, por ambos. Pero la verdad es que, en el fondo, no lo creía así.

Necesitaba a Ross en mi vida, y eso, me asustaba demasiado y solo podía probar mi punto una vez más: nos estábamos haciendo daño.

—¿Dices que Maeve vino?  —pregunté, extrañada, enderezando mi cuerpo sobre aquella cama.

Había estado terriblemente desconectada de mi celular, y por lo consiguiente, de todas mis redes sociales o plataformas desde el día que había terminado con Ross, el mismo día e instante en el que llegué llorando a casa y después de recibir un abrazo consolador de mi tía, me había arrojado a mi cama, para no levantarme más.

"Si pudiese de verdad, no lo haría", pensé, queriendo morirme.

Había llamado a Maeve algunas veces mientras lloraba de camino a casa tal día, pero aquella rubia despistada y enamoradiza jamás me contestó. Lo cual no supe como interpretar. No sabía si frustarme, enojarme con ella, o finalmente entender que, a diferencia mía, el resto de las personas tenían una vida decente, y eso incluía tener familias un poco más normales y relaciones que si funcionaran y no fueran para nada tóxicas o estuvieran condenadas al fracaso.

BLANCO Y NEGRO // Ross LynchDonde viven las historias. Descúbrelo ahora