Capítulo 3

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Punto de vista de Zelda

Habían pasado casi diez años desde que comencé a rezar en las fuentes sagradas de Hyrule, rogándole a la Diosa Hylia que me concediera el poder sagrado necesario para sellar a Ganon, el Cataclismo.

La primera vez que acudí a rezar a una de esas fuentes tenía siete años. Urbosa me acompañó junto con una pequeña escolta de caballeros. Las aguas estaban tan gélidas que casi sentía como si me hicieran daño. Estuve a punto de salir corriendo de la fuente, pero recordé lo que me había dicho mi padre. No debía decepcionarle. Ni a mi madre tampoco.

Pasé horas y horas rezando, hasta que dejé de sentir las piernas y Urbosa me tuvo que sacar a la fuerza.

Estuvimos casi una semana en la fuente, pero regresamos al castillo sin resultados. Urbosa me consoló diciéndome que era la primera vez que lo intentaba, y que la próxima vez lo conseguiría. Pero en esa próxima vez tampoco hubieron resultados. Habían pasado diez años y aún seguía sin resultados. Mi padre cada vez me presionaba más, y estaba segura de que se debía a que él también creía lo que rumoreaba la gente. "La princesa es un fracaso", decían.

Para colmo, ya se había elegido a un héroe. Se llamaba Link, y siempre iba por ahí con su Espada Maestra. Me daba rabia verle. Su familia debía estar orgullosa de él, y había oído que descendía de un linaje de caballeros hylianos. Consiguió sacar la espada en su primer intento, y yo llevaba diez años tratando de despertar mi poder. Seguro que todo fue muy fácil para él. Se rumoreaba que, desde los cuatro años Link podía derrotar a caballeros más experimentados que él. Nació con esa habilidad natural, no como yo.

Llegados a este punto, solo hallaba consuelo en la tecnología sheikah. Habían pasado años desde que se descubrieron y se desenterraron las cuatro Bestias Divinas y los guardianes. La investigación la lideraba Impa, la joven que también era líder de la aldea Kakariko, hogar de los sheikah. Me fascinaba aquella tecnología, y quería ayudar a descubrir más artefactos, aunque solo fuese para no sentirme inútil.

Padre me había dejado, para mi sorpresa, pues pensé que diría algo como "debes concentrarte en despertar tu poder", "deja de perder el tiempo", o el resto de cosas que me solía decir. Pero no lo hizo, y por eso, iba a reunirme con Prunia y Rotver, dos célebres investigadores sheikah que se dedicaban a buscar, analizar e investigar artefactos. Prunia era la hermana mayor de Impa, y ambas vivían cerca del castillo. Mientras que Impa se había establecido en Kakariko como líder de su tribu, Prunia trabajaba en el laboratorio, investigando con Rotver.

Llevaba esperando semanas para hablar con ellos, y estaba previsto que llegaran esa tarde. Yo había revisado mis notas cientos de veces para estar segura de que no se me olvidaba nada que decirles.

Me asomé a una de las ventanas de mis aposentos. Eran grandes, como cabía esperar de los aposentos de una princesa. Cerca de la cama había una escalera de caracol que llevaba hasta el puente que conectaba mis habitaciones con mi pequeño laboratorio. Era diminuto y circular, pero con suficiente espacio para mis cuadernos, notas y libros. Padre me había dejado tenerlo solo porque era una habitación vacía del castillo.

Oí relinchos de caballos y devolví la mirada hacia la ventana. En el patio habían tres caballos, cuyos jinetes eran un hombre y dos mujeres, altos y con el pelo blanco característico de los sheikah. Cogí mis cosas a toda prisa y salí rápidamente de mis aposentos. Aminoré la marcha al ir llegando al comedor, donde habíamos acordado vernos. Iba mirando al suelo y pensando en mis cosas, y no me fijé en la persona que se acercaba de frente. Pareció ser que esa persona tampoco se fijó en mí. Chocó conmigo y todas mis cosas cayeron al suelo. Al instante me agaché para tratar de reordenar mis notas, que habían quedado desparramadas por el suelo.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora