Capítulo 12

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Punto de vista de Zelda

—Bravos guerreros, os agradezco que os hayáis reunido hoy aquí para asumir la titánica misión de salvar el reino.

A mi padre no le hacía falta gritar para hacerse oír en la gran sala del trono del castillo. Yo me encontraba en el centro de la enorme estancia, y los elegidos estaban justo detrás. También estaban presentes caballeros y soldados hylianos, y varios representantes de cada raza.

—Es para mí un honor otorgaros las prendas que portáis para distinguiros como elegidos de Hyrule —prosiguió el rey—. Su color azul es el emblema tradicional de nuestra casa real, transmitido durante generaciones. La encargada de tejerlas ha sido mi hija Zelda.

Inspiré hondo al sentir todas las miradas puestas sobre mí. Sabía que cada unos de mis movimientos estaba siendo observado, y que cualquier cosa fuera de lugar se convertiría en la nueva comidilla del castillo. Por ello, mi padre me había aconsejado (o más bien, ordenado) que mostrara una actitud ejemplar durante la ceremonia. Un comportamiento digno de una princesa.

—Zelda, te encomiendo la siguiente tarea como princesa heredera al trono: Debes dirigir a estos héroes para defender Hyrule de la amenaza de Ganon, el Cataclismo, y restaurar la paz.

Inmediatamente después de que mi padre acabara su discurso, escuchamos los fuegos artificiales que estaban lanzando en el exterior. El rey había decidido utilizarlos a pesar de que eran muy difíciles de fabricar (aunque en aquellas cuestiones los sheikah eran una ventaja) para que el pueblo llano también festejara el nombramiento.

Cuando la ceremonia por fin acabó ya estaba atardeciendo. Los elegidos y yo decidimos ir a un pequeño jardín que no se encontraba demasiado lejos del bastión central del castillo.

Daruk, Mipha y Urbosa hablaban entre ellos, mientras que Revali continuaba su interrogatorio con Link.

—¿Y dónde está la aldea Hatelia exactamente? He oído hablar de sus ovejas y de lo humilde que es, pero...

—Está en la región de Necluda —le interrumpió Link, con aquella extraña calma que tanto envidiaba yo.

—Ya veo —murmuró Revali, dejando escapar una risita—. ¿Y quién te enseñó a usar la espada?

—Mi padre —respondió él, esa vez usando un tono más frío y cortante.

Observé disimuladamente como Link se alejaba de Revali y se acercaba a Daruk, que hacía extraños... estiramientos. Para cualquier otra raza de Hyrule, aquellos movimientos habrían resultado imposibles de realizar, pero, después de todo, los cuerpos de los goron estaban hechos de roca.

—Si es que no estoy hecho para estas reuniones tan formales —dijo Daruk, rompiendo el silencio ligeramente incómodo que había empezado a instalarse entre nosotros.

Revali, Mipha y Urbosa examinaban la piedra sheikah con atención.

—Así que esta es la piedra sheikah. —El orni me arrebató el artefacto de las manos y lo sostuvo con indiferencia, como si solo fuera un juguete.

Revali le pasó la piedra shiekah a Mipha. Aunque, más bien, se la lanzó.

—La princesa me enseñó algo singular el otro día —le dijo Urbosa—. Puede capturar imágenes que parecen reales.

—¡Curioso! —exclamó Mipha—. Me gustaría verlo.

Recordé que, durante mi visita a la región de los zora, yo ya le había hablado sobre aquella función de la piedra sheikah.

—Alteza —dijo Mipha, dirigiéndose a mí con timidez—. ¿Os puedo pedir una cosa?

—Adelante —asentí.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora