Capítulo 5

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Punto de vista de Revali

Salí de mi casa cuando aún estaba amaneciendo. Un orni que trabajaba en la posada y que llevaba toda la noche despierto por si llegaban viajeros me vio.

—Todavía es temprano, Revali. Deberías...

—Debo practicar mi técnica —le interrumpí fríamente—. No creo que alguien como tú pueda entenderlo.

El orni se encogió de hombros y volvió a su trabajo.

Yo seguí mi camino sin decirle nada más. Observé el campamento sheikah que se había instalado en las colinas frente al Poblado Orni. Los sheikah no habían podido asentarse más cerca gracias al Lago Ornitón, que rodeaba el poblado. 

Los investigadores aún no habían empezado a trabajar, pero pude ver a Vah Medoh, que brillaba con luces azules, situada junto al campamento. 

"Podría corresponderme a mí el honor de pilotarla. Si acepto, claro", pensé, con una pequeña sonrisa.

La princesa de Hyrule había salido de viaje para conocer las respuestas de los elegidos para pilotar las Bestias Divinas. Había recibido un mensaje escrito por el rey, en el que decía que habían oído hablar de mis hazañas en los torneos y de mi maestría con el arco. Por ello, me rogaban que aceptase pilotar a Vah Medoh, la Bestia Divina que se había desenterrado años atrás cerca del Poblado Orni.

Yo había estado de acuerdo con todo aquello, hasta que leí la otra parte de la carta:

"Así, podrás contribuir a sellar a Ganon, el Cataclismo. Tú y otros tres elegidos, que escogeremos de entre todas las razas de Hyrule, ayudaréis al héroe elegido por la espada destructora del Mal, que tendrá como misión derrotar a Ganon. La princesa, usando su poder sagrado, confinará al Cataclismo, y lo alejará de estas tierras."

Por primera vez alguien estaría por encima de mí, y no estaba dispuesto a aceptarlo. Quería ser yo quien acabase con Ganon, estaba seguro de que era capaz de hacerlo. Pero debía limitarme a mirar como otro se cubría de gloria, solo por haber sido elegido por una espada, que quizás ni siquiera era sagrada. 

Durante un instante, estuve tentado a responder con un "no" a la petición. Luego lo pensé mejor: Quizás podría demostrarles a la princesa y al rey que era mejor que ese crío al que llamaban héroe. Dejaría a su alteza impresionada y haría que echasen a ese niño. Cuando Ganon regresara, sería yo quien salvaría Hyrule y se convertiría en un héroe. Además de todo aquello, el mensaje también decía que la princesa Zelda visitaría el Poblado Orni para conocer mi respuesta, según los cálculos, aquel mismo día.

Pero antes quería ir a la zona de entrenamiento que se encontraba a las afueras del poblado. La habían construido a petición mía, como premio por mis numerosas victorias en todos los torneos de tiro con arco a los que había asistido. Era un lugar pequeño, circular y profundo, y contaba con una diminuta cabaña de madera al estilo orni para calentarse junto a una hoguera, pues la zona de entrenamiento estaba en la región de Hebra, la más fría de todo Hyrule. Había clavado dianas en las rocas para poder entrenar con mi arco.

Al salir del poblado, me crucé con dos niños orni que se perseguían el uno al otro, riendo. Yo nunca tuve amigos de pequeño, ni tampoco los tenía de adulto. Siempre que iba a jugar con otros niños, mi padre (uno de los mejores guerreros de Hyrule, solo superado por mí mismo) me obligaba a volver al pequeño campo de entrenamiento que habíamos improvisado, en las colinas que rodeaban el Poblado Orni. Al principio no entendía por qué mi padre no me permitía pasar tiempo con ornis de mi edad, pero con el paso del tiempo lo comprendí por fin: había sido el primer orni de  mi generación (y posiblemente de toda la historia de mi raza) en aprender a volar. Mi padre sabía que tenía mucho potencial, y quería que me convirtiese en el mejor arquero del reino. Entrenaba día y noche, y si fallaba, él se enfadaba conmigo. Mi padre me enseñó que no bastaba solo con "hacerlo bien", había que ser el mejor. Y para conseguirlo había que creérselo, además de con la práctica, obviamente. Cuando mi padre murió, yo decidí seguir entrenando por mi propia cuenta, día y noche, como él me había tenido acostumbrado, y solo hacía pausas para comer y dormir.

El Poblado Orni tenía numerosas plataformas que rodeaban la alta piedra con forma de ave, enroscándose alrededor de ella. Cogí algo de carrerilla y salté de una de aquellas plataformas de madera. Un instante después mis alas planeaban y se batían en el aire gélido, pero las plumas de los orni nos hacían poder resistir a los climas más fríos del reino.

Al llegar a la zona de entrenamiento, decidí practicar la maniobra por la que todo el mundo me recordaría, aunque no sabía qué nombre ponerle. Se me habían ocurrido muchos, pero ninguno le hacía justicia a mis elegantes movimientos, ni a mi majestuosidad en el aire. Yo era el único entre los orni capaz de crear corrientes de aire ascendentes, y mi maniobra tenía mis tornados como movimiento estrella.

Pero, aunque no quisiera reconocerlo, me estaba costando lograr ejecutar el movimiento de manera correcta. Aunque yo no aceptaba las derrotas fácilmente. Estuve intentándolo hasta mediodía. Empezó a nevar, pero no me importó. Creé un tornado de nuevo y me di impulso con las alas. En esa ocasión, conseguí llegar más alto que en intentos anteriores, y por un momento pensé que lo lograría. Pero, como siempre, mi propio tornado tenía demasiada fuerza y me expulsó de su interior, golpeándome con violentamente contra las rocas de abajo, y dejándome sin aliento.

"¿Qué pasa si alguien me ve?", pensé. Eso solo hirió aún más mi orgullo, así que me levanté, ignorando el dolor.

—No basta... -dije, enfadado conmigo mismo. No me importó hablar solo—. Debo aguantar más tiempo dentro del tornado.

Mi voz sonaba entrecortada gracias a la falta de aire. Entonces percibí a alguien a mi espalda, y volví la cabeza al segundo. Allí estaba la princesa de Hyrule, acompañada por dos caballeros, vestida con abrigos blancos.

—Qué sorpresa —exclamé—. No sabía que tuviese público, alteza.

Me erguí, con toda la dignidad que me fue posible, aunque seguía dándole la espalda a la princesa.

—Lo siento. En el poblado me han dicho que podría encontrarte aquí.

Su voz era suave y sorprendentemente dulce, a pesar de haberme visto en aquel estado.

—No me lo digáis. —Me di la vuelta por fin y la miré—. ¿Necesitáis saber mi respuesta? —La princesa asintió—. Queréis que os ayude a derrotar a Ganon. —Hice una pequeña pausa, haciéndome de rogar a propósito—. Y estoy dispuesto a hacerlo.

—Te lo agradezco, Revali —dijo ella, visiblemente aliviada—. Ya sabes lo valiosa que será tu ayuda para noso...

—¡Ya lo sé! —la interrumpí.

No iba a dejar que la princesa pensara que yo era un fracasado, así que me volví e hice aparecer un tornado. Me di impulso, como en las ocasiones anteriores, y puse mi empeño en no caer. Conseguí llegar hasta arriba; sentía el aire frío golpear mis plumas con fuerza. Mis ojos lograron divisar tres dianas que estaban clavadas a la roca. Me lancé en picado hacia abajo, saqué mi arco (capaz de disparar hasta tres flechas al mismo tiempo, el mejor jamás creado por la tribu orni, que pocos o nadie podían manejar con la misma maestría que yo) y apunté. Había elegido tres flechas bomba, para que la princesa se sorprendiera aún más.

Disparé las flechas, y estas dieron en los blancos, produciendo una explosión y ligeros temblores. Pero no pensaba parar ahí. Me apoyé contra otra roca, hice aparecer un nuevo tornado y me impulsé a través de la corriente de aire. Una vez arriba, apunté a todas las dianas rápidamente, dando como resultado varias explosiones, una tras la otra.

Aterricé con suavidad en la barandilla de madera de la cabaña que se encontraba en la zona de entrenamiento, un poco por encima de donde estaba la princesa. Pude apreciar el asombro y la admiración brillar en sus ojos, al igual que les ocurría a todos los que tenían el privilegio de verme en el aire.

—Me imagino que mi papel será el de guardaespaldas de ese chico. Del portador de la espada, ¿no es así? —Pronuncié el nombre con cierta burla, pero no me importó que la princesa Zelda lo notara—. Si al final le flaquean las fuerzas al ver de lo que soy capaz, no me hago responsable.

Ella tardó unos segundos en responder, pero finalmente sonrió. O más bien, lo intentó.

—No dudo que así será, Revali.

Después de eso, la acompañé de vuelta al poblado, para que conociese al patriarca, con una sonrisa de satisfacción.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora