Punto de vista de Zelda
Tras la ceremonia, los elegidos empezaron a preparar el viaje de vuelta a cada una de sus regiones. Me dirigí a los aposentos de Urbosa para hablar con ella. Solo quería eso: tener a alguien con quien conversar.
—Es guapo, ¿no? —preguntó ella de pronto.
Alcé una ceja.
—¿Quién?
—Pues tu nuevo escolta personal. ¿Cómo se llamaba... ?
Tardé unos segundos en comprender que se refería a Link. Todavía no me había hecho a la idea de que era mi escolta. No era que no estuviera acostumbrada a que un caballero me siguiera a todas partes. El problema estaba en que Link era... diferente.
Link era absolutamente desquiciante, para ser exactos.
Debía admitir que hasta aquel momento no me había parado a pensar en cómo sería tenerle a él de escolta. Los anteriores eran todos mayores que yo; mi padre se había asegurado de eso. Sin embargo, Link era de mi edad. No se trataba de un caballero rudo y veterano como el resto, pero aun así los superaba.
Tendría que pasar días enteros a solas con él, viajar con él, compartir con él el calor de una hoguera y... ¿dormir con él?
"Diosas, Zelda", me reprendí a mí misma. "No vas a dormir con él. Estarás muy cerca suya, pero no tanto como para decir que vayas a dormir con él".
Sentía que mis mejillas ardían.
—Bueno, no lo sé —murmuré—. Quizá sí... Es un poco..., ya sabes...
Urbosa comenzó a reírse a carcajadas mientras yo la observaba sin comprender, enrojeciendo hasta la punta de las orejas.
Al día siguiente, mi padre, Link y yo despedimos a los cuatro elegidos frente al enorme portón de la Ciudadela. También les deseamos suerte en las pruebas que tendrían que superar para demostrar que eran dignos de controlar a las Bestias Divinas. Y, tras aquello, fuimos de vuelta al castillo.
Sabía muy bien que Link tendría que cumplir con su deber como escolta y acompañarme fuera adonde fuese, incluso dentro de la fortaleza más grande de todo el reino, en la que habían cientos de guardias, caballeros y soldados. Me parecía estúpido e innecesario, pero no me quedaba otro remedio que resignarme y aceptarlo.
Lo único que pensaba hacer para entretenerme durante aquellos días era encerrarme en mis aposentos y leer un libro. Quizá también podría ir al pequeño laboratorio que mi padre me había dejado poseer para investigar cualquier cosa.
Mientras cerraba la puerta, me di cuenta de que Link era el primer hombre que entraba en mis habitaciones. Solo el rey había estado dentro en contadas ocasiones.
Me volví para que mi escolta personal no viera el ligero rubor en las mejillas de su princesa.
Rebusqué en la estantería hasta encontrar un libro grueso y antiguo. "Las hazañas de la Diosa Hylia", se titulaba. Lo había leído ya varias veces, pero ¿qué daño me haría hacerlo de nuevo?
Miré a Link de reojo. Seguía allí, junto a la puerta, de brazos cruzados. Sonreí para mis adentros al notar que estaba incómodo.
—Puedes sentarte —le dije. Él se mantuvo de pie, sin moverse de su sitio. Me encogí de hombros—. Como quieras.
Pasamos casi una semana así. Link se quedaba siempre al lado de la maldita puerta, como si creyera que de un momento a otro alguien la abriría de una patada y me secuestraría justo delante de sus narices. Nunca abría la boca para hablar; se encerraba en un silencio igual de duro e impenetrable que las murallas que protegían la Ciudadela.
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Hace 100 años
FanfictionEl reino de Hyrule se prepara para la llegada de Ganon, el Cataclismo. El rey nombra al elegido por la Espada Destructora del Mal escolta personal de la princesa del reino, la cual no está especialmente feliz por este nombramiento. Pero poco a poco...