Capítulo 28

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Punto de vista de Link

―Dale esto a la princesa.

Contemplé la frágil florecilla que Arwyn me tendía con incredulidad.

―¿Por qué... ?

―En unos días cumplirá diecisiete años, ¿no es así?

―¿Cómo te has enterado?

―Eso no importa ―resopló ella―. Quiero que se la des.

―Pero ¿por qué esa?

―Porque es su favorita, imbécil.

―Oh ―musité―. ¿De verdad?

―Sí. Ella misma me lo dijo.

―Vaya.

Arwyn me dio un golpecito en el hombro.

―A veces eres muy tonto, ¿lo sabías?

―Yo también te quiero, Arwyn.

Ella me golpeó de nuevo. Y luego, para mi sorpresa, me abrazó.

―Creía que no te gustaban este tipo de cosas ―murmuré.

―Cállate. Solo lo hago para despedirme de ti.

Le devolví el abrazo, atrayéndola más hacia mí. Todavía me resistía a marcharme, pese a saber que era lo que debía hacer. Era tan, tan difícil despedirme de ella...

―Prométeme que volverás pronto ―me susurró al oído―. Y prométeme... prométeme que tendrás cuidado.

―Sabes que yo siempre tengo cuidado.

―Mentira. Y ahora estoy hablando en serio, Link. Ten mucho cuidado. Por favor.

―Lo tendré ―susurré de vuelta―. Te prometo que lo tendré.

Zelda fue paciente y esperó hasta que me hubiera despedido de mi padre y de Arwyn. Mientras iba en su dirección, guiando a Sombra por las riendas, me dirigió una de aquellas sonrisas que podían lograr que incluso el pico más alto de Hebra se derritiera.

―¿Estás listo?

Asentí y monté sobre el caballo. Luego di un golpe seco con las piernas para que Sombra se pusiera en marcha.

***

Llegamos al castillo aquel mismo día. Como de costumbre, uno de los sirvientes del rey nos aguardaba junto a los establos. Y, antes de que tuviera tiempo de preguntarle a Zelda si los rituales habían surtido efecto en esa ocasión, ella dio una orden muy clara.

―Solicito hablar con el rey de inmediato.

―Vuestro padre está muy ocupado, princesa.

―Solicito ver al rey de inmediato  ―repitió, utilizando un tono de voz mucho más gélido... y regio, incluso.

El hombre no volvió a poner objeciones y nos pidió que le siguiéramos. Solo nos detuvimos tras haber atravesado casi medio castillo.

―Espérame aquí ―me susurró Zelda, con una mano en las puertas que resguardaban las habitaciones del rey―. No tardaré mucho.

Después de eso, accedió al interior de los aposentos que pertenecían a su padre. Yo obedecí y permanecí fuera.

Desde ahí arriba podían distinguirse las siluetas de los sheikah que, en los jardines, investigaban y experimentaban con guardianes. Había al menos una docena de artefactos, que se movían con facilidad por la hierba.

Sabía que lo lógico hubiera sido que aquella visión me provocara una un sentimiento de alivio.

No obstante, la sensación que experimenté fue diferente a esa.

Hace 100 añosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora