Parte III de dos

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Como un niño  con zapatos nuevos, bajé  corriendo(maldito rigor mortis, obviaré contaros la hostia que me pegué) por las escaleras de alfombra  roja que llevaban hasta la sala y escogí  un asiento en medio de dos cadáveres  femeninos que, al igual que muchos otros repartidos por la estancia, seguramente decidieron en su día  guarecerce allí  dentro, al amparo de los peligros exteriores, hasta  que murieron de inanición. Curiosamente, no se esmeraron mucho en fortificar y proteger la entrada. Menudo mistério...
A lo que iba;  los títulos ya se deslizaban por la pantalla, y entonces apareció  aquella doctora hablando sobre una especie de cura contra el cáncer.  A partir de ahí  me dejé  atrapar por la magia de Hollywood y durante  esos cien minutos de metraje sólo  existimos yo, el doctor Robert Neville y... Bueno, mis dos tímidas  acompañantes. Conseguí  olvidarme  absolutamente  de todo lo demás. Por fin me liberé. Fue como si cogiera gran parte de mis problemas, los metiera en una olla y le pasara la patata caliente  al bueno de Will. Me atrevería  a decir que por primera vez desde que todo empezó, fui feliz.
Con el tiempo se convirtió  en mi película  favorita. ¡Y no me extraña! Era la única  que había  en todo el jodido cine...
Cada día  volvía  y me sentaba en mi asiento  preferido para verla una y otra vez, hasta  el punto de que llegué  a saberme  los diálogos  de memoria  y podía  recitarlos al unísono  con la propia proyección.
En cuanto  a mis dos queridas contertulias, a menudo hablaba con ellas para comentar  la película. Incluso solía  bromear y contarles  el final para fastidiar, pero nunca de quejaban.  A la que tenía  a mi derecha la llamé  <<señora  Doubfire>>.Se notaba que en vida había  sido  obesa. Y, aunque el nivel de putrefacción  ya le había  hecho perder varios kilos y pigmentación, Lucía  un detalle  en su cara  que seguía  intacto e impoluto: su enorme y blanca  dentadura postiza.
En lo que respecta a Lora, la despampanante morenaza de mi izquierda, confieso que tenía  un cuerpo de escándalo. Al menos durante  las primeras semanas, claro.
Yo soy un zombi, y el sexo no me llama, pero, por ejemplo, sigo reconociendo  a una chica guapa cuando  la veo en cualquier  cartel de publicidad. No sé  si me explico.
La cuestión  es que, por curiosidad, por capricho, o más  bien por ambas cosas  a la vez, solía  masajearle el pecho derecho mientras disfrutaba de la película. Fue reconfortante  hasta  que un día  me quedé  con un trozo de glándula  mamaria en la mano.
A partir de ese día  decidí  que lo mejor  era  cambiar de cine.
¡Ay,Lora, Lora...! ¿Sabéis que no le puse ese nombre —el mismo que el de mi ex novia— hasta después  de ese pequeño  incidente?  Y es que me recordaba demasiado a ella,que también era morena y muy guapa aunque siempre supe que le faltaba algo.

Fin del capítulo tres



Próxima  actualización:

Viernes 5 de Junio

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