—¡No tengo a nadie más! —clamó agobiada—. Al menos ayúdanos a salir de la ciudad. Solamente te pido eso. Luego nos iremos, lo juro. —Sus ojos volvieron a humedecerse—. Te lo suplico. No puedo hacerlo sola. Por favor... Bueno, amigos, ¿qué clase de monstruo rechazaría una petición así? Después de todo no me estaba pidiendo que las acompañara hasta el fin del mundo, sólo que las ayudara a salir de aquella infestada ciudad. Mi ciudad. ¿Qué podía perder? Seguramente estaría de vuelta a mi apartamento en menos de un día, y hasta podría resultar divertido. Además, ahora que alguien me aceptaba a medias (aunque fuera por interés), pasar más tiempo con personas de verdad se me antojó un capricho que podía permitirme. La regañé con la mirada recriminándole su mal humor y, cuando le iba a decir que de acuerdo, que aceptaba, me quedé con media palabra en la boca. —De acue... En la sala empezaron a retumbar unos impactos distantes pero contundentes, como si alguien golpeara un tambor en la lejanía. El polvo cayó del techo a intervalos y el suelo tembló. Permanecimos callados durante un instante, atentos a aquella estridencia que sonaba cada vez más cercana, más rápida y más furiosa, hasta que en determinado momento Anette y yo nos miramos, reconociendo perfectamente qué era lo que la producía. No era una fiesta de tambores, por supuesto: sin ninguna duda se trataba de las robustas y contundentes zancadas de aquel Arcángel, aplastando el asfalto a su paso y dirigiéndose hacia nosotros vertiginosamente como una avalancha de ira y metal. —¿Se habrá molestado porque gritamos? —comenté con ironía. Anette se puso muy tensa y chilló desgañitada. —¡ARRIBAAA! A partir de ahí, recuerdo que todo sucedió como a través de una difusa cámara lenta. Ella se dio la vuelta con el rostro desencajado y empezó a subir por las escaleras como si huyera de un tiroteo, ¡y no es para menos! Y yo, en vez de usar el sentido común y seguirla, me quedé mirando la puerta, hipnotizado. Al cabo de dos segundos, el portón de metal se abolló con una fuerte estampida. El estruendo que emitió fue fragoroso. Inmediatamente después, volvió a deformarse con otro choque arrollador, y otro... La plancha no resistiría mucho más el ritmo de aquellos impactos que moldeaban el acero como si fuera plastilina. D.de el otro lado, la bestia que intentaba entrar rugía como un titán encolerizado que hubiese perdido el juicio. ¿Que por qué no me moví? Pues porque era hermoso... me refiero a sentirse vivo. Sentir cómo algo parecido a la adrenalina recorría todo mi cuerpo sin vida, alertando mis sentidos y advirtiéndome de un peligro inminente. Creo que si no hubiese sido por los gritos de urgencia de Anette, no habría reaccionado. Estoy seguro de que me habría quedado ahí, de pie, deleitándome con aquella exhibición de mal genio y poderío, hasta que al fin, e irremediablemente, ese puño de hierro imparable se hubiese precipitado en dirección a mi cabeza con la intención de aplastarla. Al ver que permanecía inmóvil, plantado delante de lo que cada vez se asemejaba menos a una puerta, Anette se paró en seco y me gritó histérica: —¡¡Muévete, idiota!! ¡¡No te quedes ahí!! ¡¡Corre!! Parpadeé para romper mi hechizo y, por una vez, decidí que lo mejor era hacerle caso sin rechistar. ¿Os imagináis lo difícil que es para un zombi con seis meses de intemperie a sus espaldas intentar subir seis pisos como si estuviera en un concurso de gincanas? No, no os lo imagináis. Sin más opciones aparentes, empecé a trepar por aquellos horribles escalones, aferrándome a la barandilla en una búsqueda apremiante por conseguir un apoyo adicional, mientras maldecía más que nunca mi pobre condición física. Cuando llegué al tramo que había entre la segunda y la tercera plantas, oí cómo el portón de abajo finalmente cedía con un impresionante estacazo metálico. Pude sentir todo el peso del Arcángel irrumpiendo a tropel en la planta baja, y, justo después, el calor infernal de una dilatada llamarada ascendió por el hueco de la escalera, chamuscando parcialmente mis guantes. Pensé que aunque me costara horrores el esfuerzo, por nada del mundo debía dejar de intentarlo, así que seguí con mi afán de superar aquellos eternos estribos, uno a uno, como un atleta fatigado.
Por encima de mí podía escuchar los berridos de Anette, que me llegaban en forma de eco — llamaba a Paula a gritos y vociferaba algo sobre una azotea—, y, por debajo, el sonido de aquella bestia inmunda, que empezó a subir por la escalinata como un auténtico bulldózer, sin ninguna intención de dejarnos marchar. Los peldaños se lamentaban resquebrajándose a medida que él los pisaba, y su potente lanzallamas emitía unos terribles fogonazos que calcinaban todo lo que tocaban. La punta de las flamas siempre moría a escasos metros de mí. Con esa motivadora presión a mis espaldas, logré al fin ascender hasta el sexto piso. Deduje que Anette y Paula ya habrían llegado al tejado, porque ya no se oían sus voces. Aún no sé cómo pude alcanzar el sobreático del edificio de una sola pieza, pero siempre recordaré la sensación que me produjo subir aquel último tramo de escaleras y encontrarme la puerta de la azotea cerrada. —¡Anette! —grité aporreando el metal cobrizo de la salida de incendios. El Arcángel no tardaría mucho en freírme como a un crujiente trozo de beicon si ella no me abría. Justo cuando empezaba a plantearme qué sería lo primero que le diría a Dios cuando lo viera, la puerta se entreabrió y el rostro serio de Anette apareció por el hueco, mirándome con expresión autoritaria (una muestra evidente de que ahora era ella quien mandaba). —¿Si te dejo pasar nos sacarás de aquí? —¡Sí, joder! ¡Abre! —Intenté empujar con fuerza, pero ella opuso resistencia. —¡Prométemelo! No había tiempo que perder. Era cuestión de segundos. —Te lo prometo. ¡Abre de una vez! Noté cómo unas ágiles manos tiraban de mí, sacándome bruscamente desde una dimensión nociva, y al instante siguiente mi cuerpo aterrizó en el mundo exterior. La calima del alba ya asomaba en el firmamento, cubriendo con su luz violeta toda la ciudad y reemplazando sin dilación aquella noche sombría. El olor a azufre y gasolina desapareció por completo, dando paso al inconfundible aroma a brisa marina con el que Barcelona tan amablemente obsequiaba en cada amanecer. No obstante, el peligro no había terminado. Sin darme tiempo a disfrutar de aquel breve paréntesis, Anette me ordenó que la ayudara a apuntalar la puerta con unos barrotes de hierro que había en el suelo. Paula se aferraba a un osito de peluche como si le fuera la vida en ello. Lo de los barrotes fue tarea fácil, parecían estar hechos a medida. Por lo visto estaba ejecutando un plan de huida preparado desde hacía tiempo, porque sus espaldas cargaban con una mochila bastante abultada que obviamente no había rellenado durante los últimos cinco minutos. Era evidente que lo tenía todo calculado por si algún día tenían que salir de allí echando chispas. —¡Hay que volar las escaleras! —vociferó retrocediendo, al tiempo que sacaba de su faltriquera una especie de detonador—. ¡Atrás! Anette apretó el botón del artilugio que sostenía en sus manos y abrazó a la niña con urgencia, tapándole las orejas. El edificio no tardó ni un segundo en vibrar salvajemente, presa de un terremoto desencadenado. Por debajo de nosotros se manifestó una combustión interna que fue ascendiendo y rugiendo como mil motores de avión. Recuerdo que todo se movía con violencia a nuestro alrededor. Eché una rápida ojeada al entorno y vi una especie de criadero de palomas con decenas de jaulas y cientos de alas sacudiéndose frenéticamente, intentando salir despavoridas. No podía oírlas, porque el sonido de aquella explosión reinaba por encima de todas las cosas. Dio la sensación de que pasaba una eternidad hasta que comprobamos que la puerta anti incendios, que se combó un instante, aguantaba sin ceder. Inmediatamente después, unas trémulas hileras de humo negro se filtraron por las ranuras laterales. Cuando el mundo volvió a enmudecer, Anette se puso en pie un tanto aturdida y alzó en brazos a Paula, que se aferró a su cuello, sollozando asustada.
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Diario de un Zombi
RandomDiario de un Zombi nos transporta a una Barcelona post-apocalíptica enterrada bajo las cenizas de la devastación donde el ser humano se ha extinguido casi por completo. Una historia en la que los hechos están narrados desde una perspectiva muy...