Parte IV de dos

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Pensé  que este descubrimiento seguramente podria serme de utilidad en un futuro.
Durante los días  posteriores, como  generalmente se portaba bien, le ponía un rato su canal favorito. Así  Felpudo dejaba de existir, y yo podía  ocuparme de otros asuntos tales como poner más  comida  al sol para generar más  <<palomitas>>,ir a la tintorería  de la esquina para hacer la colada o incluso pasearme por las desatendidas  tiendas de barrio por si se me antojaba cualquier cosa que pudiera  aportarme algo de ocio, o simplemente hacer que mi no vida fuera más  fácil.
Todas y cada una de las veces que volvía, mi podrido de huésped  seguía  ahí  sin haberse movido ni un ápice .
Mentiría  si dijera  que no llegué  a cogerle cierto afecto. Era lo más  parecido a un amigo que tuve. Vale, no hablaba mucho, pero  al menos me hacía  compañía  mientras yo veía  una película, jugaba a la videoconsola o leía  un buen libro a la luz de una vela. Nevara, lloviera o hiciera sol, él  permanecía  a mi lado, calladito y mirando al horizonte  como si fuera una esfinge. Si alguna vez se oían  ruidos  del exterior, tales como un grito humano—lo que raras veces sucedía —,se ponía  muy  nervioso y gruñía. Pero entonces sólo  tenía  que hacer <<click>> con el mando de nuevo y la estática  se encargaba  de devolverme al Felpudo amansado de siempre.
Fueron tiempos agradables, ya lo creo.
Si hay algo que con el tiempo cambia  en el cuerpo de un zombi— aparte de que cada vez está  más  morado—es que los pelos y las uñas  siguen creciendo. Y así  llegó  el día  en que aquel peinado tan simpático  y distintivo que llevaba mi amigo  terminó  convirtiéndose  en una enorme pelota de pelusa a lo <<afro>>.¡Señor!  No podía  soportarlo.
Me pesaba en el fondo del alma contemplar semejante  aberración  y no hacer nada al respecto. Así  que al final hice lo que todo buen colega  debería  hacer: salir a la calle a por una afeitadora automática.
Cuando  yo era pequeño, me planteé  numerosas veces  qué  querría  ser de mayor. Algún  día  los contaré  cómo  me ganaba la vida, pero, de cualquier forma, me alegro de que nunca optara por hacerme estilista.
¡Ay! Mi pobre compañero Felpudo...  <<Felpi>> para los amigos. La esquiladora  era buena, al menos era la que marcaba el precio más alto, pero el problema  era que su pelo estaba  soldado literalmente a su cuero cabelludo. Había  llegado a un punto en que la falta de higiene (por llamarlo de una forma fina)  lo había  convertido en alfileres de carpintería.
Todo sucedió  muy deprisa. Y es que tuve que aplicar más  fuerza de lo normal para poder empezar  a operar, con tal mala fortuna que al final se me escapó  la mano y le creé una autopista de piel desnuda  de punta  a punta de la cabeza. Joder, parecía  el mismísimo  Moisés  separando las aguas.
—¡Ups! — solté  tímidamente  mientras él  me miraba como un perro de orejas caídas.
A pesar  de ser consciente del desastre que había  creado, no me quedó  otra que intentar reparar lo irreparable. Me decante por la opción  más  fácil :la de raparle la testa entera a base de tirones y trasquilones. Para cuando  terminé, le había  dejado al infortunado Felpudo una mollera  más  lisa que una bola de billar, pero con una serie de rojeces bastante  feas, tanto, que de haber estado  vivo obviamente me habría  puesto una demanda. Si antes aparentaba ser una esterilla, ahora directamente era una cerilla. Pasado un tiempo, decidí  que lo mejor  para aliviar la tensión  que de alguna manera se había  generado entre nosotros sería  sacarlo a pasear un rato.
Mientras íbamos  deambulando por la calle, yo conversaba abiertamente, contándole  cosas irrelevantes al tiempo que le hacía  de guía. De esa forma llegamos a la altura de una gran avenida, donde de repente nos topamos con una enorme masa de zombis que marchaban en dirección  al oeste, en una especie de <<peregrinaje de la muerte>>. Vete a saber hacia  dónde  irían. quizás  de procesión, o tal vez migraban en busca de alimento.
Yo pertenezco  a su mundo, pero no soy del todo como ellos. Podría  decirse que he preferido sustituir los instintos por la razón.
El caso de Felpudo no era el mismo. Él  era un simple zombi más  al que yo había  cogido cariño. Por eso dudé  cuando me miró  taciturno, como pidiéndome  permiso o clemencia  para que le dejara marchar.
Después  de meditarlo un buen rato—y no sin cierta dosis de pena en mi ulcerado corazón —,lo hice: le dejé  partir. ¿Quién  era yo para hacerle ejercer de esclavo?  Si lo que quería  era irse con los suyos, estaba en su pleno derecho de hacerlo.
Aquella tarde el sol cayó  en declive bañando  la ciudad con matices ambarinos y cobrizos. En el infinito horizonte, un millar de zombis emprendieron su viaje hacia tierras  desconocidas, al ritmo  de un gran éxodo  en perfecta armonía. Mi apreciado Felpudo iba con ellos: un inocente punto rojo que brillaba a lo lejos entre una multitud de cabezas huecas, marchándose  para no volver jamás. Y por primera vez,  desde  hacía  mucho  tiempo, supe cuál  era el verdadero  valor de la compañía, pues volvía  a estar solo.

Fin capítulo  4


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