Pensé que este descubrimiento seguramente podria serme de utilidad en un futuro.
Durante los días posteriores, como generalmente se portaba bien, le ponía un rato su canal favorito. Así Felpudo dejaba de existir, y yo podía ocuparme de otros asuntos tales como poner más comida al sol para generar más <<palomitas>>,ir a la tintorería de la esquina para hacer la colada o incluso pasearme por las desatendidas tiendas de barrio por si se me antojaba cualquier cosa que pudiera aportarme algo de ocio, o simplemente hacer que mi no vida fuera más fácil.
Todas y cada una de las veces que volvía, mi podrido de huésped seguía ahí sin haberse movido ni un ápice .
Mentiría si dijera que no llegué a cogerle cierto afecto. Era lo más parecido a un amigo que tuve. Vale, no hablaba mucho, pero al menos me hacía compañía mientras yo veía una película, jugaba a la videoconsola o leía un buen libro a la luz de una vela. Nevara, lloviera o hiciera sol, él permanecía a mi lado, calladito y mirando al horizonte como si fuera una esfinge. Si alguna vez se oían ruidos del exterior, tales como un grito humano—lo que raras veces sucedía —,se ponía muy nervioso y gruñía. Pero entonces sólo tenía que hacer <<click>> con el mando de nuevo y la estática se encargaba de devolverme al Felpudo amansado de siempre.
Fueron tiempos agradables, ya lo creo.
Si hay algo que con el tiempo cambia en el cuerpo de un zombi— aparte de que cada vez está más morado—es que los pelos y las uñas siguen creciendo. Y así llegó el día en que aquel peinado tan simpático y distintivo que llevaba mi amigo terminó convirtiéndose en una enorme pelota de pelusa a lo <<afro>>.¡Señor! No podía soportarlo.
Me pesaba en el fondo del alma contemplar semejante aberración y no hacer nada al respecto. Así que al final hice lo que todo buen colega debería hacer: salir a la calle a por una afeitadora automática.
Cuando yo era pequeño, me planteé numerosas veces qué querría ser de mayor. Algún día los contaré cómo me ganaba la vida, pero, de cualquier forma, me alegro de que nunca optara por hacerme estilista.
¡Ay! Mi pobre compañero Felpudo... <<Felpi>> para los amigos. La esquiladora era buena, al menos era la que marcaba el precio más alto, pero el problema era que su pelo estaba soldado literalmente a su cuero cabelludo. Había llegado a un punto en que la falta de higiene (por llamarlo de una forma fina) lo había convertido en alfileres de carpintería.
Todo sucedió muy deprisa. Y es que tuve que aplicar más fuerza de lo normal para poder empezar a operar, con tal mala fortuna que al final se me escapó la mano y le creé una autopista de piel desnuda de punta a punta de la cabeza. Joder, parecía el mismísimo Moisés separando las aguas.
—¡Ups! — solté tímidamente mientras él me miraba como un perro de orejas caídas.
A pesar de ser consciente del desastre que había creado, no me quedó otra que intentar reparar lo irreparable. Me decante por la opción más fácil :la de raparle la testa entera a base de tirones y trasquilones. Para cuando terminé, le había dejado al infortunado Felpudo una mollera más lisa que una bola de billar, pero con una serie de rojeces bastante feas, tanto, que de haber estado vivo obviamente me habría puesto una demanda. Si antes aparentaba ser una esterilla, ahora directamente era una cerilla. Pasado un tiempo, decidí que lo mejor para aliviar la tensión que de alguna manera se había generado entre nosotros sería sacarlo a pasear un rato.
Mientras íbamos deambulando por la calle, yo conversaba abiertamente, contándole cosas irrelevantes al tiempo que le hacía de guía. De esa forma llegamos a la altura de una gran avenida, donde de repente nos topamos con una enorme masa de zombis que marchaban en dirección al oeste, en una especie de <<peregrinaje de la muerte>>. Vete a saber hacia dónde irían. quizás de procesión, o tal vez migraban en busca de alimento.
Yo pertenezco a su mundo, pero no soy del todo como ellos. Podría decirse que he preferido sustituir los instintos por la razón.
El caso de Felpudo no era el mismo. Él era un simple zombi más al que yo había cogido cariño. Por eso dudé cuando me miró taciturno, como pidiéndome permiso o clemencia para que le dejara marchar.
Después de meditarlo un buen rato—y no sin cierta dosis de pena en mi ulcerado corazón —,lo hice: le dejé partir. ¿Quién era yo para hacerle ejercer de esclavo? Si lo que quería era irse con los suyos, estaba en su pleno derecho de hacerlo.
Aquella tarde el sol cayó en declive bañando la ciudad con matices ambarinos y cobrizos. En el infinito horizonte, un millar de zombis emprendieron su viaje hacia tierras desconocidas, al ritmo de un gran éxodo en perfecta armonía. Mi apreciado Felpudo iba con ellos: un inocente punto rojo que brillaba a lo lejos entre una multitud de cabezas huecas, marchándose para no volver jamás. Y por primera vez, desde hacía mucho tiempo, supe cuál era el verdadero valor de la compañía, pues volvía a estar solo.Fin capítulo 4
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Diario de un Zombi
RandomDiario de un Zombi nos transporta a una Barcelona post-apocalíptica enterrada bajo las cenizas de la devastación donde el ser humano se ha extinguido casi por completo. Una historia en la que los hechos están narrados desde una perspectiva muy...