Es curioso pararse a observar el comportamiento de mis congéneres zombis. Al gozar de total inmunidad frente a ellos, puedo pasearme libremente por su lado sin que ni siquiera se molesten en girar la cabeza para saludarme.
A veces me paso horas enteras contemplándolos, y, después de estudiarlos detalladamente, he llegado a la conclusión de que si no hay sangre humana de por medio, generalmente son menos peligrosos de lo que podría serlo una mosca cojonera.
Os contaré algunas de las reacciones que más me han llamado la atención. Por ejemplo, cuando agarras a un zombi por el brazo y tiras de él poco a poco, te sigue como si fuera un niño de tres años cogido de la mano de su madre. Como mucho, suelta algún gruñido de vez en cuando, pero nada preocupante. El pobre inútil seguramente estará maldiciendo a su manera, aunque es incapaz de imponerse o de plantar cara. Eso si, el resultado sería bien distinto si intentara hacer lo mismo un humano. Digamos que, accidentalmente, se quedaría sin cabeza.
Una vez tuve la brillante aunque macabra idea de escoger a un zombi cualquiera de la calle e intentar usarlo como mascota. Lo llamé Felpudo, más que nada por el peinado tan extravagante que llevaba.
Con lo delgado que estaba, visto a contraluz parecía una estrellita de baño de metro ochenta. El caso es que lo llevé de la mano hasta mi cuartel general, un piso franco abandonado del que dispongo en la calle Caspe. Ir ahí de vez en cuando me proporciona una agradable sensación de armonía. No sé por qué, la verdad, puesto que puedo vivir tranquilamente a la intemperie. A lo mejor la razón estriba en que tener un sitio fijo donde aposentar mis zombificadas posaderas cuando me plazca es el único lazo que aún me une a mi anterior vida.
De todas formas, ese piso me gusta. Tiene todo lo que un zombi sapiens pueda necesitar : televisión — aunque no den nada interesante últimamente—,un sofá destartalado bastante cómodo y una mesa llena de comida podrida que me proporciona unos gusanos de lo más suculentos mientras me siento a ver una buena película en DVD. El edificio es bastante antiguo, pero lo escogí porque dispone de unas hermosas placas solares instaladas en la azotea que la Generalitat de Catalunya subvencionó en un generoso programa de reformas iniciando años atrás. No era nada del otro mundo, pero al menos cumplían su función de darle sustento eléctrico a mi creciente ocio cinéfilo.
¡Hogar, dulce hogar ! Creo que a Felpudo también le gustó cuando entro siguiéndome por la puerta como un perrito faldero. Intenté ser amable, evidentemente. Lo acomodé en el sofá, le ofrecí una cucaracha con la mano silbándole desde la mesa e incluso me puse a zapatear como un bufón para ver si conseguía suscitar mínimamente su interés. Pero nada. Seguía mirándome como si él fuera un yonqui pasado de vueltas que no entiende qué hace ahí un elefante rosa.
La auténtica revelación vino poco después. De sobra es sabido que los muertos, a veces, tenemos espasmos incontrolables. Sobre todo si se forma algún gas en el interior que pide a gritos salir. Seguramente no es de vuestra incumbencia, pero tengo que decir que lo que a Felpudo le salió de dentro no fue una ventosidad. Aquello era gas mostaza por lo menos. No los podéis hacer la idea: hablo de un puto viento huracanado de mal gusto ante el cual hasta un camionero de doscientos kilos habría sucumbido irremediablemente. La furia de su increíble y monstruosa flatulencia hizo retumbar el sofá de tal manera que el mando del televisor se deslizó y cayó al suelo, encendiendo el aparato por casualidad.
¿Habéis visto qué le pasa a un zombi cuando tiene delante una pantalla que emite estática?
Sólo el ruido de por sí ya consigue captar su atención. Pero es que luego se quedan completamente hipnotizados. Y ahí estaba Felpudo, reaccionando por primera vez— después de haberme dejado el piso con un aroma a diarrea nerviosa que no se iría en años —,gateando como un bebé hasta plantar su embobado rostro a un centímetro del reflector.
En las dos horas que estuve observándolo, ni se movió. De alguna manera, ese hormigueo inestable conseguía atraparle con tal magnetismo que, aunque hubiesen estado personas vivas jugando a lad cartas a su lado, él no se habría inmutado.
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Diario de un Zombi
RandomDiario de un Zombi nos transporta a una Barcelona post-apocalíptica enterrada bajo las cenizas de la devastación donde el ser humano se ha extinguido casi por completo. Una historia en la que los hechos están narrados desde una perspectiva muy...