He visto muchas cosas en mi vida, y muchas más en mi no vida, cosas que de alguna manera siempre consiguen sorprenderme aunque crea estar curado de espanto. A veces me pregunto si llegará un momento en que seré como una estatua de bronce que no se altera pase lo que pase. Me imagino un día alzando la vista al cielo y al hacerlo ver pasar a un cerdo volando con gafas de sol que me sonríe abiertamente, devolverle el saludo y luego seguir con lo mío como si no sucediera nada fuera de lo normal. A este ritmo, es muy probable que ese día llegue. ¿Cuándo? Lo ignoro, pero si una cosa voy aprendiendo a base de convivir en un mundo sin leyes es que absolutamente todo es posible. Así que trataré de mantenerme alerta, por si acaso. Siempre hay cambios que no es aconsejable pasar por alto. Para empezar, os diré que la diferencia entre andar por las calles en esos momentos y hacerlo el mes anterior estribaba en que ya no podía sentirme seguro. Después de aquel suceso en plan «espera que te caliento el bistec», permanecí en mi piso hasta que casi anocheció y luego tomé la decisión de volver a aquella necrópolis que antaño había sido el barrio de Gracia. Pretendía averiguar algo, lo que fuera, y no se me ocurría mejor lugar para empezar a hacerlo. Los resquicios de seres humanos que quedaron en su momento malvivieron en ese condenado sitio bastante tiempo atrás. Yo llevaba meses sin ver a uno solo por la ciudad, y ahora de repente aparecían hasta en la sopa. Pero no sólo eso, también estaba esa cosa... Demasiadas casualidades como para no prestarles la atención que requerían, y si había alguien cualificado para ejercer de sheriff en aquel territorio salvaje, ése era yo. Sin placa y sin arma, de acuerdo. Pero no estropeemos el momento. ¿Qué más dará que fantasee un poco? Todo lo rápido que mis entumecidas piernas me permitieron, crucé los distritos y suburbios como un espía que no quiere ser descubierto, mirando por las esquinas antes de continuar y deteniéndome de vez en cuando para prestar atención a los sonidos que transportaba el viento. Husmeaba el aire en busca de aromas específicos que no me convencieran, y, cuando los identificaba, sabía que por ahí no debía pasar. Toda precaución era poca. No quería encontrarme de cara con eso que había achicharrado a aquellos dos tipos en un simple abrir y cerrar de ojos. Me llamaron la atención diversas humaredas negras que se alzaban desde distintas partes del núcleo urbano hasta el cielo del ocaso. Eso sólo podía significar dos cosas: o bien se celebraba el día anual de la barbacoa al aire libre o algún pirómano andaba suelto; y dudaba sobremanera de que las carnicerías siguieran abiertas. Por si fuera poco, ya no podía pasear tranquilo entre mis semejantes. Los zombis siempre habían sido pacíficos los unos con los otros, pero ahora algo extraño les ocurría. Ya no eran los mismos. Daba la impresión de que también notaban los cambios que alteraban nuestro orden, y eso los ponía nerviosos. En un momento dado, mientras iba andando, tuve que guarecerme improvisadamente en el interior de un portal. Asomándome de nuevo con cuidado, contemplé desde una distancia segura cómo un
grupo de tres o cuatro zombis acorralaban a otro contra la entrada de un colegio en ruinas. Gruñían tan salvajemente como si lo que tuvieran delante fuera un humano. El desdichado al que acosaban parecía no entender el peligro al que se enfrentaba, y ni siquiera trató de huir (está claro que los zombis normales son incapaces de identificar una amenaza, sea cual sea). Inmediatamente después, la pequeña cuadrilla de ghuls se abalanzó sobre él y, derribándolo contra el suelo, lo devoró como hienas hambrientas. No estoy seguro, pero creo que lo que vi volando por los aires mientras escarbaban entre sus entrañas fue uno de esos MP4 blancos de marca cara. Mentiría si dijera que no estuve tentado de acercarme y recogerlo. Pero al final, y sin intención de interrumpirle su banquete a nadie, decidí que era preferible dar media vuelta y cruzar por otro lado. Tras tener que rectificar dos o tres veces más mi ruta, no tardé más de un par de horas en dejarme caer de nuevo por aquel trágico lugar. Si algo había memorizado al detalle durante mi exilio, eran las calles de aquella sucia y demolida Barcelona, en las que sabía perfectamente cómo atravesar desde el punto A hasta el B por la vía más corta. Y si esa vía no estaba «operativa», disponía de recursos suficientes para encontrar otra que sí lo estuviera. La entrada al barrio de Gracia seguía igual de alegre que en aquel tempestuoso día. Ya había oscurecido por completo, y los cadáveres se amontonaban bajo las tinieblas de una bruma espesa. Pensé que si debía adentrarme en ese suburbio corrompido y maldito, era probable que me encontrara con algún refugiado, o incluso con más de uno, a juzgar por los últimos acontecimientos. La cuestión es que no podía entrar saludando hacia las ventanas con mis desgastadas manos como si perteneciera a la realeza. No soy estúpido. En los tiempos que corren, los muertos cazan a los vivos o los vivos se cargan a los muertos, no hay más. Y por muy diferente que yo sea, lo último que deseaba en esos momentos era un pasaporte en forma de bala disparada desde cualquier rincón. No, la posibilidad de cruzarme con humanos era real, así que yo debía convertirme en uno de ellos. Antes de infiltrarme, examiné a los caídos de la explanada y me centré en aquellos que llevaban uniforme policial y militar. Las primeras ropas que me probé fueron las de un esqueleto que en vida debía de haber sido una mole, porque su indumentaria de soldado verde pistacho —aparte de que no me favorecía en absoluto— me quedaba alrededor de unas cuatro tallas más grande. Las mangas me caían por debajo de las muñecas y los bajos del pantalón se arrastraban un palmo por detrás de mis pies. Me lo quité inmediatamente. Quería parecer un ser humano, no una mantis religiosa... Como todo buen zombi, soy más bien flacucho, por lo que me costó bastante encontrar algo de mi talla. Al final, y después de mucho buscar, tuve suerte y di con el uniforme de un brigada antidisturbios que me quedaba un poco suelto, pero, como estaba acolchado y llevaba kevlar, conseguía disimularlo bastante bien. También me puse su casco integral con visera. No hará falta que os explique por qué. Soy un tipo bastante agradecido, y no me fui de ahí sin volver a vestir a su antiguo dueño con el traje de Armani que yo llevaba puesto. Creo que le pareció un buen trato: su elegante calavera sonreía de oreja a oreja cuando me acerqué y le susurré un íntimo y sincero «gracias» antes de marcharme. Vestido, ahora sí, como un auténtico agente salvador, me planté ante el umbral de aquel solitario barrio. Sus góticos campanarios se alzaban orgullosos repartidos por un mar de techos picudos, y la luz de la luna llena bañaba las cimas, desvelando sin modestia las torturadas gárgolas que acechaban como demonios desde lo alto, guardianas del tiempo imperecedero. Desde el interior de las calles, sin embargo, llegaba una negrura infinita y amenazante que difundía una suave brisa de mal augurio. Afiné el oído en busca de una mínima señal de vida, o de muerte, de lo que fuera, pero únicamente capté el silencio de un mundo marchito. Reconozco que lo primero en que pensé fue en largarme de ahí echando leches, pero no había llegado hasta ese punto sólo para dar media vuelta sin más. Incluso es posible que sintiera cierta atracción por todo aquello. Todo es tan diferente cuando miras a través de los ojos de un muerto... «Los zombis no temen a nada», dije para mí mismo, sorprendido por la mezcla de emociones. Respiré hondo y, muy lentamente, di los primeros pasos. Bajo mis pies crujieron los restos de un suelo destruido por la batalla. Era el escenario de un barrio contaminado por una peste irreversible, con miles
de ladrillos rotos y desperdigados aquí y allá, fruto de los feroces boquetes que decoraban las grises fachadas. Siguiendo aquel camino de perdición, me adentré en la absoluta oscuridad, que me abrió sus puertas brindándome una calurosa bienvenida, estrechándome entre sus brazos tan intensamente como a un hijo pródigo que vuelve a casa.Fin capítulo.
Hoy les traeré otro capítulo más el último y 3ro de este día
Se los subo a las 8:30p.m. esperenlo :3
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Diario de un Zombi
RandomDiario de un Zombi nos transporta a una Barcelona post-apocalíptica enterrada bajo las cenizas de la devastación donde el ser humano se ha extinguido casi por completo. Una historia en la que los hechos están narrados desde una perspectiva muy...