Parte IX de cinco

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para que tuviésemos un habitáculo aislado, en una sala acorazada que él mismo acondicionó para nosotras, bajo los pasadizos del metro. También se ha preocupado de que no nos molesten bajo ningún concepto. Dijo que haría todo lo que estuviera en sus manos para ayudarnos y de momento ha mantenido su palabra. »Paula apenas sube a la superficie. No quiero exponerla demasiado al contacto con las personas. Últimamente empiezan a darse casos de gripe infantil y no puedo arriesgarme lo más mínimo con ella. Su valor es incalculable, y yo tengo órdenes de que siga siéndolo...». Paré de leer al instante cuando escuché un súbito chasquido proveniente de entre las cajas. -¿Hola? -pregunté expectante-. Hooola... -repetí trémulamente, indeciso sobre si seguir leyendo o, por el contrario, averiguar qué había provocado aquella sutil turbulencia-. Juro que si hay un fantasma tras esas cajas yo... Una paloma gris apareció entonces por detrás de unos cartones, caminando con su característico contoneo de cabeza y su gutural zureo. Me miró con desfachatez y, acto seguido, alzó el vuelo ruidosamente, colándose por el hueco de la escalera en dirección a los pisos superiores. -Hay que ver qué bichos más descarados... -protesté, aunque en el fondo aliviado, y seguí con lo mío, retomando ese diario tan interesante por una página más avanzada: «Distrito de Gracia. Vigésimo noveno día de asedio. »El ambiente ahí arriba es cada vez más hostil. La gente empieza a querer lo que tienen los demás, se pelean entre ellos como lobos rabiosos. Parece que el aislamiento, la hambruna y la gripe les estén volviendo locos. »Paula y yo ya no subimos a la calle, es demasiado peligroso. Incluso John, que siempre había sido un encanto, parece otro. Ha adelgazado mucho, y hoy, cuando ha bajado a traernos algo de comida, nos ha dicho que ya no puede hacerse cargo de nosotras, que también tiene una familia a la que proteger y cuidar. Me he fijado en que llevaba la camisa llena de sangre por detrás... »Espero sinceramente que los míos no tarden mucho en enviarme la ayuda que me prometieron. No sé por cuánto tiempo más podré resistir aquí sola sin perder la cabeza. »En cuanto a Paula, tengo que decir que todas las pruebas que se le han practicado han dado resultados muy positivos. Desde su exposición al virus, hace más de dos meses, no ha mostrado un solo indicio o signo de infección, ni siquiera es portadora. Su sangre lo rechaza por completo, destruyendo la cepa desde un principio. »En un mundo donde los muertos caminan entre los vivos, ella es el milagro que tanto esperábamos...». -¡Vaya! -mascullé emocionado, y cerré la libreta. Ya sabía que todo este asunto lo había ocasionado alguna clase de virus, pero, por lo que dijeron en las primeras noticias, era cien por cien efectivo. Sólo conocía un caso en el que hubiese funcionado a medias: el mío. Aquel cuaderno cada vez me resultaba más atractivo. Estaba seguro de que habría hecho las delicias de cualquier aficionado a la prensa rosa. Cuando me dispuse a continuar leyéndolo, escuché otro repentino ruido de fricción que nació desde un punto indefinido, lo que me hizo depositar inmediatamente el diario encima de la mesa. Esta vez dudaba mucho que fuera una paloma. Entre las filas de cajas vi una silueta que cruzó con rapidez por el fondo de la sala. Intenté tragar saliva aunque no tuviese. La verdad es que no quería asustar a nadie, pero tampoco deseaba que nadie me asustara a mí, no sé si me explico. Si se trataba de algún humano, sería el primer contacto directo que tendría desde que todo empezó, así que no podía fastidiarla. Con manifiesta calma, fui andando poco a poco entre las hileras de mercancía apiñada. La luz de aquella lámpara temblaba a mis espaldas proyectando mi tenue sombra por delante. -Voy a acercarme, ¿de acuerdo? No voy armado... -dije en un tono que quizás me salió demasiado enronquecido (llevaba mucho tiempo sin utilizar mi voz). Pensé que esas palabras

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