Era enorme; por lo menos medía dos metros. Llevaba una especie de armadura antiperforante alrededor de su gigantesco cuerpo y un enorme lanzallamas acoplado a uno de sus brazos metálicos. Su rostro, quemado y al descubierto, mostraba un odio incondicional e inaudito, y la piel que lo cubría parecía estar reconstruida a base de injertos. Con unos pasos lentos y pesados, caminó hasta los restos de un desafortunado zombi que yacía medio carbonizado y cuya silueta sin piernas aún se arrastraba intentando huir por un suelo en ruinas. Cuando llegó a la altura de su cabeza, levantó su enorme pie y luego se la aplastó como quien hace estallar una sandía con una prensa de acero. Acto seguido, continuó avanzando implacable, introduciéndose por los callejones de aquel barrio como un vigilante nocturno. Su respiración era tan ruda y profunda que tardamos en dejar de oírla. —¿Qué es esa cosa? —pregunté con mi habitual aunque, a menudo, peligrosa curiosidad. Anette miraba a la calle con suma atención, sin quitar los ojos de encima al gigante mientras se alejaba. —Son aniquiladores; se les conoce como «Arcángeles». Los sueltan en las ciudades que han dado por perdidas y se encargan de limpiar y purificarlo todo. Humanos, zombis... no importa. Matan toda forma de vida sin excepción, y así eliminan la amenaza de raíz. De esta forma, una futura recolonización. Esperó unos segundos antes de proseguir, concentrada en comprobar cómo aquel monstruo desaparecía tras una esquina, luego suspiró y me miró severamente. —Si un Arcángel te localiza, ya puedes darte por muerto, porque jamás dejará de perseguirte. —¡Oh, vamos! —Solté un bufido de risa—. ¿Insinúas que están programados o algo así? Anette se encogió de hombros y volvió a estudiar la calle. —Ahora mismo vivimos en un mundo postapocalíptico, pero venimos de otro en el que el desarrollo de la ingeniería genética lo era todo. Mira a tu alrededor: todo lo que ves es consecuencia de un experimento que debió de salir muy, pero que muy mal. Quién sabe lo que son esas cosas. Antes eran hombres, pero a saber lo que habrán experimentado con ellos..., a saber lo que les habrán hecho... —Así que fue eso lo que asesinó a esos dos franceses... —pensé en voz alta. Anette, que me había escuchado, se volvió hacia mí de repente con los ojos abiertos de par en par. —¡Repite eso! ¿Qué franceses? —Quiso saber muy seria; parecía inquieta. —Dos tipos que vi desde mi apartamento. Conducían un jeep negro. Hablaban en francés mientras disparaban, y luego esa cosa los mató. ¿Por qué te interesa? —¡¿Cuándo ocurrió?! —Ayer, al atardecer. Oye, ¿estás bien? —¿Cómo eran? —Cada vez se mostraba más preocupada. —No sé... uno era moreno y bastante alto. Más o menos de esta estatura. ¿Por qué te preocupa tanto? —¡Oh, mierda! —exclamó—. No, no, no. ¡NO! Fue tambaleándose hasta la pared que tenía justo detrás, tapándose los labios con la mano. Su expresión se desencajó de plena angustia. —Tenía que ser él, tenía que ser Kristoff... —pronunció como ida—. Venían a buscarnos... Cerró sus humedecidos ojos durante unos segundos y de pronto golpeó con su puño el yeso de la pared que tenía a sus espaldas. —Joder! —Volvió a golpear más fuerte—. JODER! Se llevó las manos a la cara y empezó a sollozar desesperada, dejándose caer de rodillas. Para mi asombro, aquella mujer de apariencia tan fuerte se desmoronó como si le hubieran arrebatado el alma. ¿Soy un monstruo por decir que ni siquiera intenté consolarla? Simplemente me quedé allí, de pie, observando cómo sus lágrimas caían sobre el suelo como gotas de rocío. —Venían a buscarnos... —repitió sin poder parar de llorar.
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Diario de un Zombi
RandomDiario de un Zombi nos transporta a una Barcelona post-apocalíptica enterrada bajo las cenizas de la devastación donde el ser humano se ha extinguido casi por completo. Una historia en la que los hechos están narrados desde una perspectiva muy...