¿Alguna vez habéis oído el rumor de que los zombis tenemos un sexto sentido? No son habladurías, desde luego. Por alguna razón somos capaces de ver u oír cosas que los humanos normales no podéis. Creo que es mejor así. No os perdéis nada que merezca demasiado la pena, hacedme caso. Por fortuna sucede en contadas ocasiones, y después de darle muchas vueltas al asunto, he llegado a la conclusión de que este fenómeno sólo tiene dos posibles explicaciones. Veréis, es cierto que al estar tan cerca del otro barrio, quizás nuestros lazos con un hipotético «más allá» sean más estrechos, y eso nos permita intuir más de lo aconsejable. Pero para los más escépticos también tengo la teoría de que la imaginación desempeña un papel muy importante en esto. Generalmente, nuestro cerebro funciona al ralentí; al no estar casi nunca a pleno rendimiento, hay veces en que el zombi está despierto, sí, pero su materia gris permanece en una especie de fase REM. En esos momentos, se crea un conflicto entre la realidad y la ficción, se juntan el insomnio permanente con las imágenes ilusorias generadas a través de los sueños o, en el peor de los casos, de las pesadillas. Si alguna vez veis a un zombi parado delante de un coche, en mitad de un descampado, y empieza a dar manotazos a la chapa intentando entrar en el interior del vehículo sin motivo aparente, ya sabéis por qué actúa así. A saber lo que su retorcida imaginación o su «sexto sentido le estará mostrando. Sucede lo mismo cuando un grupo de zombis cruza grandes distancias para dirigirse hacia un mismo punto, todos a la vez. Visto desde fuera, os parecerá que funcionan por pura inercia. Sin embargo, si os pusierais en su piel, sabríais que todo tiene un motivo. En realidad hay algo, por encima de toda lógica, que los está guiando. Hasta el momento no he conseguido saber a ciencia cierta por qué nos pasa esto, ni siquiera si alguna de mis teorías es correcta —a estas alturas tampoco pretendo averiguarlo—; sólo sé que sucede en determinadas ocasiones y que, cuando ocurre, normalmente no es agradable. A lo largo de la historia estos episodios extrasensoriales también se han manifestado en un reducidísimo número de humanos. A estos pocos se les llama médiums. La primera vez que me ocurrió algo parecido fue cuando llevaba tres días siendo un podrido. Por aquel entonces, todo carecía de sentido para mí (no es que ahora tenga mucho, pero al menos ya no intento borrarme del mapa). Era un zombi asustado y angustiado que deambulaba por las calles como un preso inocente al que acaban de meter en una prisión de locos, mirando con temor hacia todas partes y vigilando atentamente a las nuevas compañías. Me sentía impotente al saber con certeza que eso no me debería estar pasando. Desde un principio nunca quise esta vida. Habría preferido haberme convertido sin más, comerme a la gente como un zombi normal, sin cargos de conciencia ni esas cosas. Pero no fue así. Echaba de menos a mi familia, echaba de menos a mis amigos, echaba de menos los programas de la tele los sábados de madrugada y echaba de menos las puñeteras hamburguesas del Mc-Donalds. ¿Y qué tenía a cambio? Nada. Nada por lo que mereciera la pena seguir contando los días. Al menos, no de aquella manera.
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Diario de un Zombi
AléatoireDiario de un Zombi nos transporta a una Barcelona post-apocalíptica enterrada bajo las cenizas de la devastación donde el ser humano se ha extinguido casi por completo. Una historia en la que los hechos están narrados desde una perspectiva muy...