Mi estómago se revuelve al escuchar tan vil noticia. Busco con desesperación los ojos de Alex, me evita, su mirada está fija en un punto del jardín. Niego lentamente. No lo puedo creer, esto no puede ser cierto, Alex nunca haría algo así, no él.
-Deja de decir estupideces–gruño molesta–me lo hiciste una vez, no permitiré una segunda.
-Obsérvame. ¡Oh! Acaso creíste que un hombre como Alex se fijaría en una cosa fea como tú–sus palabras me afectan.
-No tengo tiempo para niñerías–Alex me dedica una última mirada antes de montarse en el auto y arrancar junto a mi hermana.
Saboreo el salado sabor de mis lágrimas, las limpio sin cuidado y observo de reojo como el guardia me mira con compasión. Gruño molesta y camino hasta mi auto, tomo asiento y arranco sin pensar. Odio todo esto, odio mi vida, odio a la prensa, odio a mi hermana y a mi padre, pero sobre todo me odio a mí por ser tan débil. Empieza a llover muy fuerte y el camino se me hace borroso y mis ojos empañados en lágrimas no ayudan. Ahogo un sollozo y aprieto el volante, si muero a nadie le importaría. Solo a mí madre y a mis dos únicos amigos, niego con la cabeza. Jamás haría algo así.
Estaciono el auto en una esquina de la carretera y me permito llorar, por todos estos años, por el abuso en el maldito campamento militar, por la falta de atención de parte de mis madres, por mi hermana y por el rechazo de las demás personas hacia mi. Durante unos minutos me desahogue, limpio mis lágrimas y levanto la cabeza. La lluvia ya cesó un poco, nuevamente me pongo en marcha. Gracias a mi esfuerzo tengo un pequeño departamento en una zona tranquila de Washington. Al llegar bajo del auto y entro rápidamente al ascensor, unos segundos después las puertas se abren en mi pasillo. Abro la puerta y suspiro con cansancio yendo directamente a la habitación, dejo las maletas en una esquina y tomo un baño. Mis ojos pesan y sin más me dejo caer en la cama rendida.
Escucho la puerta ser tocada, hago el intento de ponerme de pie pero me detengo al sentir un fuerte dolor en mi cabeza, hago una mueca de dolor y cubro mi cuerpo con el albornoz. Hace bastante frío y todo está oscuro, sin encender las luces camino hasta la sala. La puerta sigue siendo tocada con urgencias, pongo mis ojos en blanco y abro sin ser consciente de quién sea. Unos pequeños brazos rodean mi cuerpo, hundo mi cara en su cuello y sonrío con nostalgia.
-¡Estas bien!–grita preocupada–Eres una boba, ¿por qué no me dijiste que estabas aquí?
-No me llegó a la mente Poppy–siento mi garganta desgarrarse al hablar.
-¡Dios mio! Estas pálida y te ves terrible.–dice tocando mi frente–Estas muy caliente, demasiado.
-Supongo que no salgo de una–me encojo de hombros.
Ella niega con reproche, me toma de la mano, enciende la luz y me lleva nuevamente a la habitación. Rebusca en los cajones hasta que la veo tomar un termómetro.
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La hija del presidente
RomanceTodos estos años tratando de pasar desapercibida bajo la sombra de mi hermana. Construyendo una pared entre la realidad y yo. Entonces llegó él, con su traje Gucci y reloj Rolex a derrumbar todos esos obstáculos que la vida me ponía y sobre todo...