Los Aldama estaban reunidos en la sala de su casa en Querétaro, el televisor era el centro de atención, Anna, la hija de dieciocho años, se puso de pie y dijo "Voy a salir", después avanzó franca hacia la puerta, los padres cruzaron miradas, y Arturo, el hijo de trece años, conectado a los audífonos de su teléfono celular, no dio evidencia de haber escuchado.
Eran una familia mexicana de altos ingresos, pero la escena correspondía a la versión televisiva de una familia estadounidense promedio, pues los hijos ya habían sido cooptados por esa cultura, y los padres ya habían aceptado que la convivencia con ellos tenía que ajustarse a tales cartabones de conducta, si es que querían tener alguna forma de comunicación.
Estaban por mudarse a la Ciudad de Los Ángeles, y las apariencias sugerían que eran de los muchos mexicanos que creían poder dejar de ser tercermundistas hablando inglés y comiendo hot dogs.
Pero la realidad era otra muy distinta, estaban por mudarse a los Estados Unidos para integrarse a un ambiente con profundas y firmes raíces mexicanas, a fin de cumplir con una misión que les había sido asignada por una organización llamada La Sociedad Secreta de Cuauhtémoc, consistente en proteger a uno de los tres niños que conservaban en su memoria, sin saberlo, la localización de un tesoro integrado por orden del último emperador azteca.
Dicha sociedad secreta fue fundada en 1524, y el primero de la familia en pertenecer a ella, era nativo puro; siglos después, en 1811, Juan Aldama fue ejecutado antes de que iniciara a sus hijos en la cofradía.
Casi doscientos años más tarde, el año pasado, fueron localizados los descendientes de la rama perdida de los Aldama, y tras un azaroso proceso fueron reincorporados para de inmediato involucrarlos en la tarea que ahora les hacía cambiar de lugar de residencia.
- Serviré la cena en media hora –Comentó la mamá-. ¿Vas a cenar fuera?
- Sí, regresaré a eso de las diez.
Anna cerró la puerta tras de sí, abordó su mini-cooper azul, abrió la reja con su control remoto y se alejó.
Usó los aditamentos de manos libres para telefonear a Ica Mitchell, una señora con mucha más edad que ella, quien era la mejor amiga que tenía en su nueva vida.
Ica había sido congresista de los Estados Unidos por el Estado de Minnesota, y radicaba ahora en un pequeño pueblo llamado Usila, en el estado mexicano de Oaxaca, aprendiendo de su padre filosofía, medicina, y herbolaria prehispánica.
- ¿Halo?, este..., perdón... ¿bueno? –Ica trató de corregir porque estaba obsesionada con ser mexicana en México, y estadounidense en los Estados Unidos, sin desmeritar en ningún caso el cariño que sentía por sus dos patrias-
- Está bien Ica, no se disculpe. Habla Anna.
-¡Hola hija! ¡Es un enorme gusto escucharte! ¿Cómo están todos en tu casa?
- Muy bien todos, gracias. ¿Y sus papás? ¿Están también bien?
- Maravillosamente bien, como te he comentado siempre han tenido una excelente salud, pero ahora me dicen que se sienten mejor que nunca porque ya estamos juntos. Yo les creo, porque en lo que a mí respecta desde que los reencontré me siento rejuvenecida.
- ¡Eso es fantástico Ica! No se imagina el gusto que me da saberlo.
- Gracias, pero dime hija ¿a qué se debe tu llamada?
- Ica, mis padres han decidido que nos mudemos a los Estados Unidos, y no quiero irme sin antes verla. ¿Puedo ir a visitarla?
- ¡Por supuesto!, siempre serás bien recibida donde quiera que yo esté, pero creo que se te pueden facilitar más las cosas si nos vemos en México, yo iré la próxima semana y me quedaré ahí cuatro días. ¿Qué te parece?
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EN EL CERRO DE CUATRO CARAS
Ficción históricaEn el siglo XVI, cuando los europeos invadieron la América Continental, encontraron sociedades perfectamente organizadas. En apariencia todos los vestigios de esas civilizaciones se esfumaron en cuanto fue conquistada la capital imperial México-T...