Capítulo 8

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 La señora Claudia me miraba fijamente, muy enfadada pero su nivel de enfado tan grande no era sólo por mí, había algo que la tenía así y debía ir con cautela sino quería sufrir las consecuencias y, ahora mismo, acababa de meter la pata.

-Siéntate otra vez. -Me ordenó sin dejar de mirarme.

Me senté despacio, como si en mi asiento hubieran chinchetas y no quisiera pincharme con ellas tan rápido. Se debía a que no entendía su orden, pensaba que me iba a azotar o algo por el estilo, pero no hizo nada de eso.

Cuando me senté, abrió de nuevo la bandeja de pescados, cogió otro y lo echó en mi plato.

-Ahora te lo comes entero y me da igual que ya te hayas casi comido uno. Eso te pasa por cría.

Me aguanté las lágrimas, pero quería llorar, de verdad, odio el pescado y tenía que comerme otro y desde el principio. Me dispuse a comérmelo, cuando de una voz, la señora Claudia llamó a Olga, la cual vino enseguida porque estaba cerca.

-Olga, quiero que durante mi estancia aquí se le sirva a Anna pescado, el acompañamiento lo dejo a tu elección. Almuerzo y cena ¿entendido?

-Sí señora Claudia.

Ahora sí, ahora sí se me saltaron las lágrimas. Toda una semana comiendo pescado y dos veces al día.

Ella me miraba comer, no se iba a ir hasta que terminara todo, Candy se pudo retirar, pero yo estuve media hora comiéndomelo literalmente. No lo soporto. Cuando terminé y me levanté para irme ella me cogió del brazo, nuestras miradas se cruzaron por un momento, aunque no de la misma manera. Yo la miraba hecha una furia aunque trataba de disimularlo para no llevarme más castigos, ella me miraba de una forma extraña.

Se puso tras de mí, pegando mi cuerpo al suyo haciéndome sentir incómoda con sus caricias, al principio lo hizo desde mis brazos, pero luego empezó a acariciarme por las caderas hasta llegar a mi vientre y apretarme contra su cuerpo. "Anna" dijo en susurro. Eso me recordó... a él, su forma de olerme, de acercarme a él, de tocarme, de hacerme sentir un objeto...

-¡Suéltame! -Le grité a la cara llorando y agitada.

-Anna ¿qué pasa? ¿por qué me gritas? -Preguntó preocupada la señora Claudia.

-¡No me vuelvas a tocar de esa forma! ¡Me da asco!¡Me das asco! - Y me fui corriendo hacia mi habitación y me encerré con pestillo, no quería verla, me había hecho sentir como él.

-¡Anna!¡Anna! -La oía llamarme aporreando la puerta. -¡Anna abre!

Metí mi cara en mis rodillas, llorando sobrecogida en el suelo. No podía sacarme su cara de mi cabeza, la cara de él. No podía dejar de notar sus manos en mi cuerpo, no podía dejar de oler su perfume de hombre, no podía dejar de escuchar su voz, no podía dejar de escuchar sus jadeos cuando... cuando... cuando estaba encima de mí. ¡No! ¡Para! ¡Para! ¡Para de reproducirme una y otra vez lo mismo!

"¡Por favor! ¡Por favor!" repetía agarrándome de los pelos.

Necesito salir de esta espiral confusa y agonizante de sentimientos y recuerdos malos que inundan mi mente, necesito salir, necesito evadirme... necesito... necesito... Me quedé con la vista fija en un punto unos segundos en los que sólo aparecía una sola solución en mi mente. Me levanté despacio pero decidida, sin dejar de escuchar la voz de él. Abrí el cajón del lavabo del baño y la cogí. La miré temblorosa y desencapuché la cuchilla, la partí con una tijera y extraí la hoja. La coloqué en el dorso superior de mi muñeca, sólo necesitaba un poco de dolor para quitar este dolor de mi mente.

Y entonces, un ruido muy fuerte se escuchó dentro de la habitación y vi aparecer a la señora Claudia en el marco de la puerta del baño con su cara totalmente descompuesta mirando hacia donde estaba la cuchilla, encima de mi muñeca donde me había cortado levemente.

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