Capítulo 2

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Parte 2:

El tiempo pasaba y yo continuaba avanzando con mis experiencias en hipnosis. Con los mejores sujetos había logrado las regresiones a la infancia y era fascinante. A una mujer la regresé al tiempo en que se estaba gestando. Quise ir más atrás, pues pensaba que podía existir algo que no conocíamos, pero el temor me lo impidió.

En aquel tiempo, en casa de Roberto y Laura, vimos un programa de televisión en donde un psicólogo argentino que ejercía en Estados Unidos de Norte América, mediante hipnosis regresiva, hacía recordar a un sujeto las vidas anteriores. Me di cuenta que mi camino era el correcto. Ahora podía seguir adelante pues otros ya lo estaban haciendo. Mi temor disminuyó. A la semana siguiente, en el mismo programa, volvía a estar Rodolfo Morales, el psicólogo, para defender su teoría. Habían invitado a algunos psiquiatras, todos ellos con sus formales trajes, todos ellos con sus formales mentes. También estaba un sacerdote católico de alto rango, obispo, creo. Todos en contra de esa persona que nos daba a entender que éramos inmortales. Todos refutaban.

El sujeto al que Morales hipnotizó habló en distintos idiomas acordes a la vida que transitaba y al lugar en que transcurría. Una de esas lenguas fue un dialecto egipcio antiguo. No obstante, todo esto no constituía prueba suficiente para aquellos refutadores. Un día después, volvimos a reunirnos. Había otra persona en casa de Roberto y Laura; un geólogo amigo de ellos, bastante refutador, también. —¿o sería que no simpatizaba con él porque no me admiraba por hacer hipnosis?— Decidí a pedido suyo realizar una prueba. Comencé con las técnicas convencionales y no obtuve resultados, ya que además de ofrecer resistencia era hipoacúsico y por lo tanto no escuchaba bien mis sugestiones. Laura le dijo que tenía que poner voluntad —¡tan justo ella!— Estábamos en su habitación en donde habíamos instalado un grabador para registrar lo que allí aconteciera; ella se encontraba de pie junto a la puerta. No sé por qué, pero dada su acotación de colaborar decidí emplearla a ella como sujeto. Le pedí que mirara mis ojos fijamente y coloqué mi mano derecha sobre su cabeza. Al cabo de unos pocos segundos se encontró inmersa en el estadío más profundo de la hipnosis que yo jamás hubiera visto. Acto seguido, la ubiqué sobre la cama y comencé una regresión a la infancia para intentar, luego, llevarla a una vida previa a ésta. ¡Estaba tan nervioso! Después de ver algo de su infancia, le dije:

—Yo voy a acompañarte y vas a estar en una situación agradable. Vas a describir lo que veas, pero no lo vas a revivir. Te dormís más profundo. Vas a viajar en tiempo y espacio hacia atrás. Cuando yo cuente de tres a uno, vas a viajar a una vida previa a esta. Vas a viajar junto conmigo —yo no sabía que realmente era así, que la acompañaba a esa vida— ¡Tres!... Estás lista para que viajemos a una vida previa a esta, a una situación agradable, feliz... ¡Dos!... Viajás hacia atrás, junto conmigo —yo tomaba su mano— a una vida previa a esta... ¡Uno!... Ahora estamos en una vida previa, en una situación feliz. Contame. Vas a hablar alto y claro. ¿Dónde estás?

— ... Estoy sobre el mar... ¡El mar!

— Sobre el mar. Yo te acompaño. No tenés que tener miedo. ¿En qué año estás?

— Mil... (hasta ahí, todo iba bien) Quinientos... Veintinueve... (cuando terminó de pronunciar "quinientos" sentí un frío intenso correr por mi espalda. ¡Qué impresión! Recuerdo que tenía ganas de dejar todo ahí y salir corriendo, escapar. ¡Imaginaba estar hablando con un fantasma o algo así, ya que, indudablemente, esa persona que me hablaba había muerto cuatro siglos atrás!)...

— ¿Cómo te llamás?

— ... Hernando. —Automáticamente solté su mano. Yo sujetaba su mano para protegerla a ella, pero ahora era él, y mi machismo hizo que la soltara inmediatamente—...

— ¿Cuál es tu apellido?

— No sé...

— Te sentís muy bien. Estás tranquila, ¡eh, muy tranquilo, Hernando!... ¿Cómo es el barco? Describilo.

— ¡Era un barco muy grande!... Estamos en un esquife con otras personas...

— ¿Dónde naciste, Hernando?

— Cerca de Cádiz.

— ¿En España?

— ¡Cerca del mar!...

— Perfecto. Ahora te dormís más profundo. Más profundo... y vamos a viajar más atrás en el tiempo... a una vida previa a esa (hice la cuenta regresiva y Laura comenzó a rechinar sus dientes. Su piel estaba helada)... ¿Quién sos?

— ... ¡No veo nada!

— Bueno, te tranquilizás y vamos a hacer el camino inverso. Vamos a invertir el camino. Voy a contar de uno a tres y vas a volver a ser Hernando. Uno... dos... tres... Ahora sos Hernando, yo te acompaño. Vas a volver un poco más adelante, a los seis años de Laura. Uno... dos... tres... Estamos en Laura nuevamente y vamos a viajar desde tus seis años a 1989 otra vez. Ahora estamos en 1989 —ahora que transcribimos estas páginas nos damos cuenta de mis enormes errores de aquel momento, producto del nerviosismo y la inexperiencia, la prisa y la ignorancia. No se debe llevar con esa rapidez y esa confusión a una persona a través del tiempo— Te sentís muy bien. Muy cómoda. Contame qué estás haciendo en este momento.

— Estoy durmiendo.

— Bien. Viajás... Viajás a 1989 (no recordaba que ya se lo había dicho) Te sentís muy bien, muy tranquila. Conforme con la experiencia que hicimos. Cuando cuente tres vas a despertar y te vas a sentir mejor todavía. Uno... estás perfectamente bien (temblaba) Dos... ¡No sentís frío! (Seguía temblando) ¡Estás perfectamente bien! Esta noche vas a dormir perfectamente. Tres... despertá... —al salir de la hipnosis tenía 150 pulsaciones por minuto y estaba helada —

— ¡Me siento mal! (dijo)

Roberto, anonadado, no atinó a hacer nada. Era un estado que no conocía. Lo que estaba ocurriendo no figuraba en los muchos libros de medicina ni de fisiología que él manejaba con gran destreza. Entonces yo, como aquella vez en la que dije a la madre de aquella pequeña a la que le hice mi primera hipnosis, con toda mi seguridad por fuera, pero un enorme miedo e incertidumbre por dentro, hice que Laura vuelva al estado hipnótico y traté de normalizarla. Luego, salió del trance bastante repuesta. Roberto, ya recuperado, nos dijo:

—" ¡Déjense de joder con estas cosas! ¡No quiero volver a ver que hagan algo así!" —Demás está decir que seguimos haciéndolo cuando Roberto no estaba o se encontraba jugando a los naipes en la cocina con mi esposa. No nos lo prohibía, pero no quería presenciarlo porque le daba mucho miedo eso desconocido.

La Casa de dos Puertas (Libro 1ro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora