Capítulo 17

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Capítulo 17:

Todas las preguntas que íbamos formulando eran relacionadas a lo que nos dejaban los Maestros en los contactos previos. De ahí surgían dudas y esas dudas eran planteadas entre nosotros para tratar de entender. Discutíamos con Laura sus interpretaciones y las mías largo tiempo. Del debate emanaban los interrogantes. Pienso que, tal vez, fueran las preguntas que cualquiera de ustedes se haría ante una situación como la nuestra; que se iría preparando paulatinamente ya que había que cambiar las ideas, los conceptos, las creencias muy de a poco para que esos cambios fueran verdaderos como nos ocurrió a nosotros. ¡O tal vez no, porque esa es otra posibilidad! Que la fe perdure y desde nuestro actual punto de vista no permita el crecimiento.

Aquel día, después de muchos inconvenientes, pudo asistir Aníbal. Cuando llegó lo primero que hizo fue excusarse: —"¡Debés pensar cualquier cosa porque te fallé unas cuantas veces!... Etc. etc."— Interrumpí su disculpa diciéndole que no me sentía mal porque no haya venido a los contactos anteriores y continué con el mensaje que habían dejado para él los Maestros. Dejó ver la emoción en su rostro. Debo decir que Aníbal sigue su vida como entonces. Es un exitoso profesional viviendo en una vorágine vertiginosa. Además de él estaban de visita aquel día en mi casa, Alicia, la esposa de mi hermano y Hugo, un amigo del que les hablé cuando tratamos de hacer escribir a Hernando con aquel kit fabricado con el plumero y la tapa del termo. Ellos presenciarían por primera vez una de estas regresiones. Laura ya estaba en trance profundo. Le dije que cuando mi voz no estuviera dirigida a ella no escucharía mis palabras —en los estadíos profundos de la hipnosis esto es posible—, entonces, dirigiéndome a los demás les pregunté si querían saber si habían estado en alguna de esas dos vidas con nosotros y quiénes habían sido. Los tres se miraron y contestaron afirmativamente. Me dirigí a Laura y le dije que a partir de allí escucharía mi voz en todo momento y que debía recordar que cuando le tocara el hombro, ella iba a normalizar automáticamente la respiración y el pulso. En aquel momento, y no sé por qué —tal vez la "intuición"— se me ocurrió establecer otro tipo de reflejo: si le presionaba la uña de su dedo meñique podría sacarla rápidamente y normalizada del trance hipnótico. Vuelvo a repetirlo: nunca antes lo había hecho y no sabía por qué lo estaba haciendo. La llevé a los cuatro años de Axel. Ahí comenzaba una nueva aventura:

—¿Qué viene a tu mente?

—Nada.

—¿No querés hablar?

—No.

—¿Por qué nunca querés hablar conmigo?

—¡No!

—(le doy la mano) ¡Xico!

—Muy bien, ahora quiero que sueltes esa mano (no lo hace). ¡Bueno! ¡Seguí aferrándola! ¿Qué es lo que ocurre?

—Estoy en el mercado. En la Plaza.

—¿Con quién estás?

—Xico. ¡Hay artistas! ¡Están vestidos... tienen máscaras de muchos colores! ¡Son hermosas! Divierten a la gente. Hacen piruetas y bailan.

—Muy bien; quiero que sigas disfrutando ese momento... y ahora quiero que sujetes esta mano (la de Aníbal) y me digas si conocés esa energía.

—¡Sí!

—¿Quién es?

—¡Gran Xelú!

—¡Tu padre!

—¡Sí, sí! (Probamos con Alicia y Hugo pero ninguno de ellos fueron identificados; vuelvo a tomarle la mano para ver si no se equivocaba)

—¿Quién es?

La Casa de dos Puertas (Libro 1ro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora