Capítulo 38 (Último Capítulo)

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Capítulo 38:

Llegó el día del viaje y, al prepararme para ir a la terminal de ómnibus Susana me dijo que quería ir a despedirme con Mariano. Me pareció ridículo pues las cosas estaban bastante mal entre nosotros, pero accedí por Mariano. Nos despedimos en la terminal y emprendimos el viaje. Llevábamos un grabador para registrar todo lo que dirían los Maestros. Llegamos a Nehuén Curá y Juan estaba esperándonos. Nos llevó a cenar a la casa de sus padres —aún vivía con ellos— Juan no les había contado nada de la hipnosis ni del curso que él había hecho en la Facultad y menos de lo que estábamos haciendo con los Maestros, por lo tanto, no llegaban a entender mínimamente por qué estaban esas dos personas ahí —una separada y el otro casado pero sin su esposa y para colmo pidiendo una carpa para pasar un par de días en Nehuén Curá. Me imagino lo que habrá pasado por sus mentes.

Después de cenar nos fuimos con Juan al lago. Allí nos despachamos bien a gusto con las últimas novedades de nuestro trabajo. Juan se enteró de esa vida que debíamos investigar y que había transcurrido en la India, en un lugar llamado Ganjúm, en donde Laura había reencarnado en un joven llamado Sachaj que en ese momento tenía diecisiete años y que tenía una hermana llamada Bali a quien amaba profundamente —y que era yo— y que a la edad de doce años la mordió una serpiente provocándole la muerte. Sachaj no pudo soportar la pena y robó el cadáver de su hermana, que ya estaba preparado para el funeral, lo cargó en un bote y navegó por el río hasta un recodo al que siempre solían ir, ató piedras al cadáver y se amarró a él para arrojarse al agua con su hermana y terminar con su vida —posiblemente en un futuro libro les contemos sobre los sentimientos del suicida—. Luego, el que había sido Sachaj, reencarnó en una mujer llamada Ray que tenía cuatro hijas, pero la más pequeña, de doce años, enfermó y murió. Ella tuvo otra vez pensamientos suicidas creyendo no poder soportar el dolor, pero su guía la hizo recapacitar y Ray se sobrepuso a la prueba. Yo era su guía; eso querían que viéramos los Maestros.

Le comentamos a Juan sobre el lugar elevado y desolado que necesitábamos y nos dijo que al día siguiente buscaríamos alguno que sirviera a nuestro propósito, inclusive el campo de su propiedad. Esa noche dormimos Juan y yo en su habitación y Laura en el living. A las once de la mañana del 2 de abril de 1994 fuimos los tres al campo de Juan que estaba en un cerro. Era un lugar hermoso. Había una roca gigantesca con una depresión en la que cabíamos perfectamente Laura y yo cómodamente sentados. Hicimos contacto con los Maestros en la roca:

—¡Llegaste! ¡Llegaste! ¡Es inútil caminar más! ¡No hace falta más! ¡Nada es una mera casualidad! ¡Cuántas cosas cambiarán a partir de hoy! ¡Muchas!... ¡Muchas! ¡Todas!... ¡Todas! ¡Que el mensaje sirva! ¡Que su ejemplo sirva! ¡Que su vida sea un ejemplo de lo que se predica! La demostración que se puede ser feliz; ¡muy feliz! ¡Y la felicidad Es! Luego charlamos.

Volvimos a la ciudad a comprar algunas provisiones y a buscar la carpa. Juan nos dejaría en el campo y se iría al oscurecer. Armamos un portalámparas y con un alargue llegamos hasta un poste en el que había un toma de electricidad; fue así que 40 brillantes watts de luz nos iluminaban en medio del campo, debajo de unos pinos. Más tarde, cuando Juan nos dejó solos, apareció una perra mezcla con Collie que era muy extraña, pues se reía. Ante cualquier cosa que hiciéramos mostraba una sonrisa, pero no era como otros perros que muestran los dientes, esta hacía una sonrisa que dejaba ver toda su dentadura, y su mirada nos decía que eso era una sonrisa. Era muy amistosa, como si nos hubiera estado esperando, y nos entendía perfectamente. Por supuesto, meses después pudimos corroborar que esa perra no era una perra, sino un espíritu de la Naturaleza que adoptó esa forma, y sí, se encontraba esperándonos hacía mucho, mucho tiempo, y que su sonrisa era la forma de bienvenida para nosotros.

En la oscuridad tenebrosa de la noche se veían miles de luciérnagas y, además, podíamos percibir la energía que manaba de aquella roca gigantesca que nos cobijara cerca del mediodía. Fuimos a ella muchas veces en plena oscuridad; no hubo luna. La perra, siempre con nosotros.

La Casa de dos Puertas (Libro 1ro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora