Capítulo 1

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... " – Te dormís más. ¡Cada vez más! ¡Más profundo! Todos los ruidos ayudan a que te duermas más y más profundo. Estás tranquila. Cuando yo cuente de tres a uno, vas a viajar en tiempo y espacio junto conmigo. Vamos a viajar en el tiempo y en el espacio. ¡No te vas a sentir sola! ¡Yo voy a estar acompañándote! Vas a vivir situaciones felices... ¡Muy felices en mi compañía! Cuando cuente de tres a uno vas a llegar a tus seis años; a una situación hermosa, feliz... Tres... estás lista para viajar en ese túnel de luz hacia tus seis años, junto conmigo, a una situación feliz... Dos... Lista para viajar... Uno... Viajás junto conmigo a tus seis años... Contame qué estás haciendo. Vas a hablar alto y claro. Vas a contar, no a revivir. Contame, te escucho.

— Estoy con el abuelo. Fui a ver los árboles. Llovió y está el pasto mojado.

— ¡Qué lindo, el pasto mojado!

— Y el galpón está lleno de bolsas de maíz. —Con voz aniñada y gran contenido emotivo— ¡Y mi abuelo me dice que no me tengo que ir! ¡Que me tengo que quedar con él!

—¡Bueno, te tranquilizás! Cuando yo cuente de tres a uno vas a seguir viajando en el tiempo junto conmigo. Vamos a viajar en el tiempo pero esta vez vamos a ir a una situación agradable en tu otra vida... En una vida previa a ésta... "



Todo empezó así: Laura en el estado más profundo de la hipnosis y yo guiándola a través del tiempo y el espacio.

Debo decirles que soy odontólogo. Un paciente me había comentado que cinco años atrás le habían extraído algunas piezas dentarias sin emplear anestesia. Mientras lo atendía le di mi rotunda opinión al respecto:

—"No puede ser. Le deben haber suministrado anestesia sin que usted se diera cuenta. Conociendo lo mínimo sobre fisiología cualquiera puede notar el engaño"... — A pesar que cursando fisiología habíamos visto algo sobre la hipnosis eso no encajaba en mi formación científica. Por eso lo refuté.

Transcurrió un lustro de mi detracción hacia la hipnosis y llegó a mi consulta una paciente de diez años de edad con una severa infección dentaria producida por un molar inferior. Era la primera vez que asistía a un consultorio odontológico. Sentía terror. En aquel entonces yo atendía a su madre que era una paciente sumamente temerosa y aquel temor se lo había transferido a su hija. Mediqué a mi pequeña paciente y concerté una cita con ella para la próxima semana. El día anterior a la cita vino su madre y me dijo:

—"Yo no sé si mi hija vendrá mañana, porque estuvo hablando con una persona grande y ésta le dijo que la extracción dentaria iba a dolerle mucho." —

Enseguida noté que la persona grande a la que se refería era ella misma. Yo debía extraerle esa pieza pues corría riesgo de muerte a consecuencia de la infección. Aún no sé cómo ni por qué, pero le dije que no se preocupara; que iba a hipnotizarla y que no sentiría nada. Lo dije con tanta seguridad que la madre creyó en mi proceder y le transmitió su confianza a la niña. Al día siguiente llegó mi paciente totalmente tranquila.

—¿Sabés qué te voy a hacer? –le pregunté.

— Sí, me va a hipnotizar – dijo con total naturalidad.

—¡Ajá! ¿Y vos sabés cómo es eso?

— No. — ¡Por supuesto que yo, hasta ese momento, tampoco!

Hice que se sentara en el sillón y en ese momento hubo como un detonante dentro de mí que llamó poderosamente mi atención. Entonces le dije que íbamos a jugar con su imaginación y comencé a hablarle... ¡Llegó un momento en que se desplomó! En un principio me asusté. Parecía inconsciente. No obstante seguí adelante. Respondía a lo que le pedía con respecto al abrir la boca y demás. Una vez concluidas las maniobras operatorias, mi pequeña paciente, a una indicación mía, salió del estado hipnótico. Me contó la experiencia y me dijo que "él" le hablaba, pero no había identificado esa voz con la mía. Me despedí de ella y de su madre totalmente formal y compuesto; demostrando, con mi actitud, que eso que había hecho lo hacía desde hacía mucho tiempo. Cuando ellas se fueron yo saltaba de contento. Había sido un detractor de esto que, en la actualidad, y sin saber nada (por lo menos eso creía hasta el momento) podía emplear en mi consultorio. En el transcurso de la semana vinieron otros pacientes temerosos —cosa muy frecuente en mi profesión— y con ellos puse en práctica el nuevo método obteniendo el mismo resultado: Éxito.

Comencé a escribir lo que hacía y a filmarlo en videos. Tenía la idea de hacer que mis colegas se enteraran sobre el particular. Sobre el tema no había muchos antecedentes bibliográficos. Entonces hice las correspondientes averiguaciones en el Colegio de Odontólogos para poder dictar un curso. Me enteré que ya existía uno, dictado por un colega que contaba con veinte años de experiencia en ello. Decidí inscribirme y ver cuán lejos me hallaba de lo que allí se daba. Mi asombro fue grande al comprobar que estábamos haciendo casi lo mismo.

No era frecuente que de mis pacientes hiciera verdaderos amigos. Se podría decir que les brindaba un trato amigable, pero de ahí a decir amigos, había una distancia muy grande. No ocurrió eso con Roberto, un médico que conocí siendo él mi paciente y que entablamos una amistad entrañable dado que era —y sigue siendo— un muy buen tipo. Además coincidíamos en muchas cosas. Mientras lo atendía le hacía escuchar las grabaciones muy precarias que tenía del grupo vocal folclórico que yo había formado y que a Roberto le apasionaban. Esa era otra de las cosas que me intrigaban y me asombraban ya que, a pesar de no haber tomado lecciones de música o canto, yo cantaba y ejecutaba cinco instrumentos incluido el violín.

En una de sus visitas como paciente, Roberto me pidió el teléfono para llamar a su novia que era de otra localidad y ese día cumplía años. No sé por qué, pero le dije que yo también la saludaría. Fue algo raro, algo interior me decía que sin conocerla, la conocía.

Meses después llegó el momento en que conocí a Laura, la novia de Roberto; la novia de mi amigo, no mi amiga. Pasó el tiempo y Roberto y Laura se casaron. En una oportunidad tuve a Laura como paciente. ¡Era imposible! La noche anterior a la cita ella tomaba tranquilizantes. Así y todo no podía conciliar el sueño. En el consultorio, a pesar que repetía la anestesia en varias oportunidades, no se anestesiaba. Demandaba el triple de tiempo que cualquier otro paciente y no podía llevar a cabo ningún tratamiento. Cuando ella venía, yo debía cancelar los siguientes turnos por el retraso y el enorme estrés que me producía. Terminaba agotado y sin atenderla. Le propuse hacer hipnosis. Fue en vano. No logré ningún resultado a pesar de haberlo intentado durante casi un año y medio — no sé por qué, pues cuando un paciente, en el tercer intento no lograba la hipnosis, no insistía— pero con ella insistí. Fracaso tras fracaso, discusión tras discusión, llegué a catalogar a Laura como "el peor sujeto para hipnosis que hubiera conocido".

Una vez conocí a una pareja que eran amigos de Roberto y Laura. Después de cenar, mientras tomábamos café, salió el tema obligado: la hipnosis; obligado por mí, ya que en cuanto podía hablaba de ello. ¡Me hacía sentir muy importante! Logré captar la atención de la mujer y a las explicaciones sumé una demostración práctica empleándola a ella misma como sujeto. No logró un estado muy profundo. Laura estaba muy atenta, entonces, decidí hacer con ella una experiencia sobre magnetismo, la vieja escuela de Mesmer. La técnica era completamente distinta a las que había empleado antes con ella. No le hablaba, solo colocaba mis manos a los lados de su cabeza y ella comenzó a sentirse distinta. Muy distinta. Fue asombroso. Perdió el equilibrio, el piso se le movía. Paré ahí.

La Casa de dos Puertas (Libro 1ro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora