¿Qué rayos significa carmesí? II

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- Rebbeca P.O.V.-

Solo tenía fuerzas para susurrar.

– Solo... aléjate... de mi. – Louise me miró con una mezcla de miedo y preocupación, mientras que César me miraba indiferente.

– Bueno, ya la oíste Louise, vámonos. – dijo, después que terminé de hablar.

–No podemos hacer eso. ¿Tienes dinero? Comprale una botellita de agua. – le pidió Louise, mientras aún me miraba.

–¿Cómo quieres que le compre algo después de como nos habló? – preguntó irritado César.

– César, por favor, está mal. – se quejó Louise ante la indolencia de su amigo.

– Bueno... Pero solo porque tú me lo pides. – se rindió César, y se terminó yendo de muy mala gana y casi sufriendo.

Louise volvió a mirarme con cuidado.  – Lola, ¿estás conmigo?

– ¿Ahora qué quieres?... ¿ya vas a soltarme?... – aún tenía la voz débil.

– No realmente. – dijo, mirando a otro lado. – ¿puedes ponerte de pie? ¿Quieres ayuda? – volvió la vista a mi.

– Todo lo que quiero es... que te alejes de mi. – estaba tan asustada que no estoy segura de si llegué a mojar mis pantalones, más que por los que me forcejearon, era porque mi peor enemigo estaba conmigo.

Quería llorar, pero ¿qué peor que estar con tu peor enemigo a que te vea llorar? Seguro estaría muy contento de hablarle a todo el mundo y contarle sobre la experiencia de tener a la terrible Lola Wood llorando en su pecho; debía aguantarme. No tenía muchas fuerzas para hacer nada.

Sin embargo, como pude, me incorporé y pude empujarlo y ponerme en pie.

– Prefiero rodar calle abajo... antes de recibir tu ayuda. – intenté dar un paso, pero aún estaba muy mareada y todo me seguía dando vueltas. Además me estaban subiendo unas náuseas terribles. Me empecé a ir de frente hacia el suelo y me sorprendí, hasta que sentí que me sujetaron por el brazo. Lo vi y mientras me sujetaba, estaba sonriendo divertido.

– Preferiría no ver eso. – aún sonreía divertido, de lado, mostrando la mitad del perfecto alineamiento de sus dientes.

Para de pensar en su perfección, Rebbeca.

Ahí estaba, esa sonrisa que le funcionaba como atrapa mujeres, para mí era la más terrorífica de todas. No tuve opción, estaba acorralada.

El roce de su mano en mi brazo comenzaba a arder. Me sorprendió que no me estuviera dando un segundo ataque, pero lo atribuí a que ni siquiera estaba bien recuperada del anterior.

– Está bien, me voy a sentar, pero aléjate de mi y no me toques. – dije, mirándolo con desprecio.

– Okay, no te toco. – estaba un poco más serio.

– Correcto... entonces suéltame. – pedí, al ver que aún no me soltaba y mi respiración volvía a sentirse pesada.

– Ah, perdón. Siéntate en esa banca de allí. – Yo me senté en la banca y el se quedó en pie del otro lado. Casi no puedo aguantar las lágrimas, si ese tal César no llega con el agua: o me desmayo por el ataque de pánico, o me desmayo por él...

– Oye, ¿estás bien? – volvió a preguntar, con la expresión de preocupación en su rostro otra vez.

– Eso no te incumbe. – dije, lo más grosero que pude.

– Aquí está. – al fin había llegado César. Me pasó la botella, la cual arrebaté de sus manos. Estuve a punto de atragantarme con agua, cuando me volvió a hablar.

Si el cielo fuera carmesí. [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora