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¿Qué sucede cuando estás tan quebrado por dentro que solo puedes dar fragmentos de tu corazón?
Emma es una chica con muchos problemas, pero con deseos de superación. A Set...
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Camino por las calles sonriente, desbordante de felicidad y orgullo. Gané mi primer cheque en la tienda de ropa y no puedo creer que sea cierto. Logré pasar todas las pruebas que me impuso la señora Winston, aun las que creí que eran injustas porque no le caí bien desde el principio. Estoy conscienque de que solo me contrató porque Mitch me recomendó y ella no podía decirle que no.
Sus críticas hacia mi persona eran hasta absurdas, que si mi pelo no debía peinarse como lo hacía, que si soy muy flaca, que no debía dirigirme a los clientes de esta u otra forma. Fueron muchas las veces que debía ir al baño y respirar para poder salir y dar lo mejor de mí.
Llevo un mes laborando en la tienda y he aprendido mucho, le agradezco en cierta forma que se haya comportado así de estricta conmigo.
Un letrero fuera de un local llama mi atención, detengo mi andar y me dirijo hacia allí, curiosa. Dentro hay varias personas bailando al ritmo de una música suave, están vestidos con pantalones engomados y camisetas sueltas. Mis ojos se posan en un hombre que al parecer está dirigiendo lo que los demás hacen, su ropa colorida y la boina que lleva en la cabeza le dan un aspecto relajante y hasta cómico. Su voz se escucha por encima de la música, regañando por los pasos de los que bailan o intentan hacerlo.
Me siento en una de las pocas sillas plásticas que hay en el lugar a observar, divertida, cómo las personas tratan de llevar el ritmo y las exigencias de su profesor.
Los pasos de una niña me dejan anonadada, no tiene que ver con la melodía, pero lo hace con tanta pasión que me recuerda a mí en los primeros días de mi clase de ballet. El hombre la reprende y ella baja la cabeza apenada.
—¿Tú quién eres? —Salto en mi lugar al escuchar la pregunta.
Lo observo frente a mí, tiene las manos en la cintura y el ceño fruncido, los demás también me miran sorprendidos. Al parecer me concentré mucho en los movimientos de la niña que no me di cuenta que habían parado de bailar.
—Ah, soy Emma.
Me levanto de la silla y le extiendo mi mano. Él la observa como si de un insulto se tratara.
—Soy Giuseppe, ¿qué haces aquí? —Río nerviosa y avergonzada.
—Vi el letrero de que necesitan voluntarios y decidí entrar a echar un vistazo.
Su mirada se suaviza y se me acerca, para luego pasar uno de sus brazos por mis hombros.
—¿Sabes bailar? —Asiento, confundida por su cambio de humor. Me suelta y toma un megáfono que hasta ahora me doy cuenta había en el piso—. ¡Acérquense, chicos, démosle la bienvenida a Emma!
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La luz del sol entra por las ventanas e ilumina de manera exagerada cada rincón del cuarto. No es enorme, pero sí suficiente para lo que necesitamos: una cama grande, un armario y una mesita de noche del lado de Seth. Tiene varias cosas que creo son importantes en el cajón de ese mueble porque siempre la mantiene bajo llave.