Prólogo

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Little Egg Harbor, New Jersey

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Little Egg Harbor, New Jersey. Septiembre de...

Mirando a través de la persiana, una sonrisa se formó en sus labios. El escenario era tan idéntico al que se vio en el pasado, pero ya había aprendido que el destino era de todo, menos predecible. Incluso las acciones normales lo arrastraron a distintos escenarios. En algún momento se preguntó el motivo, pero luego lo recibió con calidez. Y todavía seguía siendo así.

—Esto es bastante familiar.

A su lado, alguien soltó un suspiro.

—No pensé que vería esto de nuevo —señaló, sin embargo, a diferencia de otra época, sonrió—. ¿Qué planea?

Despegó la vista de la persiana y se cruzó de brazos. Una expresión reflexiva en su rostro.

—Tendría que decidir un castigo adecuado.

—Se preparó para eso —le contestó con cierta obviedad en su tono—. ¿Tiene dudas?

—Hubo decisiones más locas que tomé cuando tenía su edad —contestó y carcajeó. El recuerdo de un viaje llegó a su pensamiento—. La situación es melancólica y me hace preguntarme qué hizo el director Thompson.

—No creo que esto pueda ponerse peor.

El silencio se estableció después, dejando a cada uno con su atención en otras tareas. De pronto, la puerta de la sala se abrió y dos personas ingresaron. Cubiertos por la persiana, soltaron un quejido de asombro al reconocerlos.

—Esto pudo ponerse peor —sollozó él—. Mi esposa va a matarme.

Se escuchó una risa bromista desde el escritorio.

—¿Cómo le explicará esto a la profesora de Ciencias Políticas? —preguntó con diversión—. Esto definitivamente ahora es familiar.

Ignorando a su acompañante, giró sobre sus talones y regresó a su oficina. La puerta se cerró con potencia detrás de él, expulsó un lamento y jugó con la bandita elástica de su cabello, dándose cuenta de que no era suya. Era brillante, rosada y tenía un unicornio como adorno.

—Otra vez me equivoqué —dijo, resignadamente. El pequeño error movió su ánimo y le hizo sonreír al pensar en la dueña de la bandita—. Tendré que pasar por la tienda. Ya arruiné todas las que tenía.

Ajustar su cabello le recordó a su abuela. Cuando tenía dieciséis años, su pelo estaba largo y un cepillo no alcanzaba para acomodarlo. Ella le había enseñado a hacerlo mientras estaban conversando sobre sus hermanas y padre, marcando el paso del tiempo.

De eso, ya habían pasado más de quince años.

—El tiempo continuó pasando, abuela —murmuró. El deseo por regresar a ese instante apareció en su ser—. La gente se reiría si me viera así.

No esperó una respuesta. Se encaminó hacia su escritorio para revisar el presupuesto semestral. Su idea era que el sector de deportes no tuviera más dinero como en años anteriores. Suficiente eran los rumores que recordaban la época del director McKeen.

—Fueron ciertos hasta cierto punto. Pero la escuela jamás... —se detuvo. Su mente vagando hacía otro recuerdo—, cerró cosas por falta de presupuesto.

Levantó la mirada hacia la fotografía en su escritorio, luego hacía la placa con su nombre. Descansó el índice sobre su mentón y echó su silla para atrás para repasar.

—Suena lógico —comenzó a decir. Soltó un bufido—. Bueno, soy el director. Se activará el programa.

Con una sonrisa que adornaba su rostro empezó a revolver sus archivos. Colocó todo sobre su escritorio que se sacudió un par de ocasiones e hizo que algunas cosas se cayeran en el proceso.

La placa con la descripción «director Ezequiel Maverick» incluida.

Buscándote || Esto es crecer #1 || COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora