Capítulo Seis

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Abrí los ojos de pronto.
Me percaté que estaba junto a un parque que daba en la misma avenida en la que vivía Fran. ¿Estaría en Londres y todo aquello que estaba pasándome con Javier había sido una pesadilla?
―¡Estás preciosa! ―escuché.
Me giré y allí estaba Fran. Vistiendo uno de sus hermosos trajes de chaqueta de color plata y una corbata roja. Pero no fe eso lo que me hizo que me enamorase de él. Si no, su pelo corto, su barba casi larga, sus labios y sus ojos verdes como la aceituna.
―Me encanta ese vestido corto que llevas ―volvió a decir.
Me miré y vestía un precioso vestido corto de color blanco en la copa y rojo con lunares en la falda. Pero lo que más me impresionó fue llevar esos zapatos largos de tacón en blanco. Aún seguía sin creerme que había despertado de aquel sueño.
―¿Lista para ir al teatro? ―me preguntó.
Asentí.
―Bien.
Fran se acercó a mi oído derecho y en pocos segundos, me susurro:
―Luego te arrancaré ese vestido sexy que llevas puesto.
No supe que decir. Solo el hecho de pensar que la pesadilla con Javier había acabado, me hacía muy feliz.
Caminé unos segundos más tarde, cuando deje de mirar a Fran. Recuerdo perfectamente cuando me invitaba a ir al teatro y yo disfrutaba con él como una loca recién salida de un centro psiquiátrico.
Cuando volví a mirar a mi prometido, el rostro de Javier me sorprendió. Me asusté e intenté escapar. Pero enseguida él me agarró por el brazo.
Empujando contra de él, me di cuenta de que no tenía escapatoria. Pero al pegarle una patada y después intentar huir, escuché el ruido de un arma que disparaba...

Desperté enseguida y supe que estaba de nuevo en aquella habitación.
Levanté la cabeza y me percaté que Javier estaba dormido en un sofá que había frente a mí.
Me miré de nuevo en el espejo y tenía puesta ropa. Y no un pijama de hospital como la primera vez que desperté cuando estuve aquí a su lado.
―¡Estás despierta! ―escuché.
―¿Qué ha pasado? ―le pregunté.
―Has estado enferma con fiebre durante una semana ―me respondió―. Hemos tenido que estabilizarte por vía renal. Por órdenes de mi médico.
―¡Una semana!
―Así es.
Hizo una pausa.
―Parece que ya estás mejor. Te traeré el desayuno y llamaré a mi médico para que te revise.
Javier se movió de aquel sofá y le dije de pronto:
―¿Por qué me sigues salvando la vida?
―Porque sigo siendo el mismo egoísta que hace seis años. No voy a permitir que te mueras sin antes hacerte sufrir. Recuerda todo lo que hice para que nos acostáramos juntos.
―Como olvidarme. Tú hiciste que yo me fuera del lado de mis padres y de mis hermanos. Y lo hice cuando supe que eras un narcotraficante muy buscado y que podía pasar esto.
―Y lo sigo siendo. Aunque todos ya me tienen un poco olvidado. Será porque sé cómo escapar o por mi dinero.
―Y es porque te han olvidado por lo que estoy aquí.
―Puede ser. Pero ya te he dicho el motivo por lo que estás aquí.
―Deberías dejarme marchar. Olvidaré todo esto Javier. Haré que no ha pasado nada.
―Y yo te he dicho que no dejaré que te vayas de mi tan fácilmente Martina. Y no voy a dar marcha atrás en mis planes. Si no lo hice con la coca, jamás lo haré contigo.
Ambos hicimos una pausa.
―Voy a hacer los desayunos. Túmbate y descansa. Quiero proponerte algo.
Asentí.
Javier se marchó de la habitación y me tumbé hacia atrás de nuevo. ¿Qué es lo que tenía que proponerme este hombre? Aun así, no me fiaba de él. Ya que lo hice en más de una ocasión y ahora estaba postrada en aquella cama. Enferma y sin mi familia al lado.
Tenía que lograr marcharme de este sitio fuera como fuera. Aunque muriese en el intento.
Unos minutos más tarde, sentí como la puerta se volvía a abrir.
Mire hacia arriba y había entrado en la habitación Hugo. Que parecía obedecer y servir como un sumiso. Ya que traía una bandeja en la mano.
―¿Y el señor?
―Ahora vendrá a desayunar con usted, señorita Russo. Está atendiendo una llamada urgente.
―Ya veo.
Hice una pausa.
Hugo comenzó a servir el desayuno. Por lo que me percaté de que Javier sabía mucho más de mí, que yo de él. Una dieta sana. Jamás pensé que desayunaría lo que mis ojos veían. Zumo de naranja con una tostada de margarina. Es algo que solía tomar en Londres después de mis primeros días en la universidad.
―Hugo, márchate ―escuché―. De eso me encargo yo.
Hugo le obedeció y se marchó enseguida.
En pocos segundos, Javier se acercó a mí y en breve, comenzó a servir los desayunos.
―¿Qué es lo que tenías que proponerme? ―le pregunté rápidamente.
―Eres muy directa, Martina.
―Siempre lo he sido ―le respondí―. Puedes disparar de una vez esa propuesta que no me gusta.
―Te propongo que demos un paseo por el parque y que cenemos juntos.
―¿Iré desnuda?
―No. Solo te quiero desnuda para mi Martina. Y también quiero que supliques por tus orgasmos.
―Javier, deje de ser tuya hace mucho tiempo. Mi obsesión por ti se fue cuando me enamoré de Fran.
Él puso los desayunos encima de la cama y me respondió:
―¡Ah sí! Pues tu cuerpo no decía eso el otro día. Solo me dijo que me echabas de menos. Al parecer Fran no te ha dado lo que yo te di en el pasado.
Después de unos segundos en silencio, volvió a decirme:
―Desayuna y date una ducha. ¡Ah! Y si quieres ir a ese paseo por el parque, debes de tratar de no pedir ayuda.
¡Ayuda! Creo que esa sería mi mayor ventaja para escaparme de nuevo.
Asentí para no hacerle sospechar.
Después, comencé a desayunar y dejamos de hablar sobre aquello. Pero aún tenía que pensar en cómo escapar de Javier. Eso era una tarea difícil.
Veinte minutos después, me levanté de aquella cama y me fue directamente a la ducha.
Salí del baño un poco más tarde.
Me percaté que había un vestido y algo de lencería encima de la cama.
El vestido era muy bonito. Era un poco corto. Pero no lo que me imaginaba. Un vestido tan pegado al cuerpo. Como a Javier le gustaba.
Me vestí en cinco minutos. Y esperé sentada a que el hombre que me retenía aquí, apareciera de nuevo por la habitación. A pesar de todo, tenía que volver a intentar escapar.
La puerta se abrió una milésima de minuto después. Miré hacia a ella y Javier estaba ahí parado. Y al parecer se había cambiado de traje. Ahora tenía uno plateado con una corbata negra. Y su camisa era blanca y de seda.
―Lista nena ―me dijo, mientras que venía hacia a mí.
Asentí.
Javier me tendió la mano y se la cedí. Quería salir de aquel lugar antes de que me volviera loca.
Caminamos para salir del departamento de Javier. Y cuando llegamos a la salida de este, bajamos unas largas escaleras.
Cuando estuvimos en la calle, mire al lugar de donde habíamos salido. Y me quedé atónita con su tejado negro.
―¡Joder! ―exclamé.
Javier comenzó a reírse entre diente y después entramos en su coche. En el cual me monté en la parte de atrás con él.
Vi a Hugo en el copiloto. Ese hombre parecía ser su sombra.
Después este arrancó el coche y comenzamos a salir de aquel lugar.
―¿Cómo has conseguido este lugar? ―le pregunté.
―No lo conseguí. Lo construí para hacer negocios Martina ―me respondió.
―Pasaste de no tener nada, a tenerlo todo. ¿Qué te hizo cambiar de parecer?
―Tus últimas palabras Martina ―me dijo―. Que no sería nadie si era un don nada. Siempre lo fui. Ahora soy el más conocido y el más buscado. Y también te tengo a ti.
―Pero aún sigo sin entender por qué me tienes aquí.
―Recuerdas tus humillaciones y todo lo que me hiciste después de que lo dejáramos por segunda vez. Ahora me las quiero cobrar.
―Estás enfermo.
―Lo estoy sí. Pero agradece que sales de aquel lugar y no te ato para obtener tus orgasmos.
Y no dije nada. Salvo que tenía que planear en segundos como escapar de él, antes de que me humillara más.
Llegamos en diez minutos a un parque que estaba en un pueblo a cinco kilómetros de allí. Me quedé asombrada al ver que era un pueblecito hermoso con muy pocos habitantes.
Javier y yo nos sentamos en pocos minutos en una cafetería que había frente aquel parque.
Él pidió dos zumos de zanahoria y el camarero se marchó.
―No quería ese zumo, pero ya da igual.
―Quiero que te mantengas en tu línea. No voy a permitir que tengas las mismas andadas que hace seis años. Y más cuando voy a dominarte cada vez que me plazca.
No supe que decirle. Solo que tenía que buscar la forma de escapar de él y de ese mundo que comencé a odiar.
El camarero vino con los zumos cinco minutos más tarde. Entonces no dije nada.
Me levanté de la mesa y Javier lo hizo enseguida, diciendo:
―¿A dónde vas?
―Tranquilo. Tengo ganas de ir al baño.
Entonces él se quitó del medio y caminé tranquilamente dentro de la cafetería.
Cuando llegué al baño, busque la forma de irme de la cafetería sin que Javier se diese cuenta.
Había una ventana que daba a alguna zona que parecía deshabitada. Pero había gente paseando por allí.
Salté la ventana y respiré profundamente.
En breve, me quité los zapatos de tacón y comencé a correr. Pero algo me detuvo en segundos.
―Sabía que ibas a intentar escapar ―miré hacia los ojos de Javier y vi mucha furia en ellos―. Parece ser que contigo tiene que funcionar todo por las malas, Martina.
Él me giró y en breve, me tapó la nariz con un trapo. Supe que algo iba a ocurrir. Algo mucho peor de lo que ya estaba ocurriendo.
En pocos segundos, me quedé profundamente dormida y pude notar como mi futuro con Fran se venía abajo por las intenciones que tenía Javier sobre mí. Algo que aún desconocía y seguía sin explicarme.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora