Capítulo Nueve

746 46 0
                                        

No sé a qué hora me quedé dormida, pero el sol de primera hora de la mañana me despertó.
Me giré al lado derecho de la cama y observé a Javier dormir.
Tenía esa sensación que hace años tenía cuando éramos pareja. Pero ahora lo tenía bastante complicado.
Aún continuaba sin creerme que Fran solo estuviera conmigo porque estafaba a mi familia. Esto parecía una película de mafiosos. Nunca mejor dijo.
Javier se giró al lado contrario del cual yo estaba. Y me vi liberada de él por unos segundos.
Me levanté silenciosamente de la cama y en breve, miré si él se despertaba. A mi suerte, no lo hizo.
Caminé para irme de la habitación. Pero no para irme de aquel lugar. Si no, para saber donde iba a vivir durante mucho tiempo, hasta que lograse escapar.
Salí y caminé por aquel inmenso pasillo que iba hacia el salón.
Cuando llegué hay en pocos segundos, me percaté de la decoración de este. Era italiana. Nunca se había interesado por lo italiano y ahora me sorprendía por ello.
Lo que más me impresionó, fue ver la cocina junto al salón. ¿Por qué un narcotraficante se iba a preocupar de cocinar, cuando podía gastarse el dinero en comer fuera y comer en lujosos restaurantes? Era algo que no me podía explicar aun.
―Se le ofrece algo, señorita ―escuché.
Di un respingo y después miré hacia atrás.
―¿Puedo ayudarla, señorita Russo? ―volvió a decir.
―No Hugo. Solo observaba el lugar.
―Si desea comer algo, debería de pedirlo.
―No gracias. No quiero pedirlo. Solo quiero hacerlo yo.
―El señor Salazar nos ha dado órdenes que le sirvamos nosotros.
―Pues dígale al señor que no estoy manca para no hacer mi propio desayuno.
―Señori...
―¿Qué ocurre aquí?
Giré mi cuerpo hacia atrás y Javier estaba en la puerta. Que nos observaba detenidamente.
―La señorita quería comer algo, señor. Yo le decía que lo que necesitase, lo pidiese. Y ella se negó.
―Yo solo quería hacer mi desayuno ―dije.
―Pues para eso, están mis damas de compañía. Tú aquí no debes hacer nada que puedan hacer por ti.
―Perdona que te lo diga Javier ―dije de nuevo―. Pero no estoy parapléjica y no necesito que nadie toque mi desayuno.
―Hugo, déjanos a solas.
―Sí, señor.
Hugo se marchó del salón en segundos y Javier me volvió a decir:
―Martina, debes adaptarte a esta vida que te ofrezco.
―¡Una vida que está llena de drogas y muerte! ―exclamé―. No gracias. Ya tuve suficiente con verte a ti meterte drogas cuando éramos novios.
De pronto, sentí algo en la cara. No supe que había sido una bofetada, hasta que no paso varios segundos.
Miré a Javier lentamente y observé que estaba muy furioso.
Comencé a temblar cuando él fue a tocarme la cara.
―Lo siento. Pero me llena de coraje que digas eso.
―Acaso no es verdad ―dije―. Nadie quiere una vida donde la muerte está a su lado constantemente. Y yo me arriesgo a perderla si continuo a tu lado.
―Lo sé. Por eso prefiero que te quedes aquí, antes de exponerte ante todos mis enemigos, Martina.
―Pero aunque no salga de aquí, también la expones. Incluso haciendo algo que antes no querías hacer cuando yo te lo pedía en nuestra relación.
―¿A qué te refieres con eso?
―A eso que vi en el jardín hace días. O no sé si fue hace dos años cuando intente de escapar.
―Te refieres a...
―Sí ―le interrumpí.
―Martina, el mundo de la dominación y sumisión es un negocio para mí ahora. No te niego que he participado. Pero debes de tener en cuenta que quien me traiciona debe ser castigado.
―¡Cómo!
―Con la muerte.
―¿Y si volviera a escapar de ti? ―pregunté―. ¡Me matarías!
Y él me respondió:
―Si tú volvieras a escapar de mí, te castigaría. Y no sabes de qué forma tan deliciosa.
Javier dejó de tocar mi cara y volvió a decirme:
―Prepara el desayuno. Voy a darme una ducha. Ya que tengo negocios que atender y tengo que ir centrado. Al fin y al cabo, echo de menos tu comida.
Asentí.
Unos segundos más tarde, Javier se marchó del salón.
Fue cuando me puso a hacer los desayunos para evitar otra bofetada como la que Javier me había dado.
Varios minutos después, Javier apareció de nuevo por la cocina. Y me percaté que se había abrochado el botón de la manga de aquella camisa de seda que se había puesto.
Él se sentó en breve a desayunar y comenzamos a hablar. Donde me explicó las normas para cuando él saliera de aquel lugar en el cual me tenía raptada.
Media hora más tarde, se marchó de la cocina. Pero antes me felicitó por el desayuno.

Paseé por los alrededores unas horas más tarde.
Todo lo que veía era tan irreal, que me daba pánico pensar en estar expuesta.
Recuerdo la primera vez que Javier me hizo el amor. Pero aquellos fueron buenos tiempos para él y para mí.
Observé a Hugo. Que entraba en la casa e hizo que no me había visto. Suponía que sabía que necesitaba adaptarme a todo lo que me esperaba desde entonces.
Y cuando desapareció, sentí una verdadera calma en mi pecho.
―¡Ups! Lo siento ―dije.
Me había topado con un hombre que llevaba a una chica atada y con una correa. Como si fuera su animal. Entonces entendí que era un amigo que estaba dándole una sesión a aquella chica.
―¿Por qué no miras por dónde vas? ―dijo.
―Lo siento. Caminaba y...
―¿Dónde está tu dueño, puta?
No le respondí. Tenía miedo si le decía que no tenía dueño y que estaba aquí en contra de mi propia voluntad.
―No vas a responder.
Pero aun continué sin decirle nada.
―Te enseñaré entonces a responder, zorrita.
El dominante me agarró por el brazo y me llevó hacia el lado izquierdo de la mansión.
Comencé a forcejear para que no me llevase a donde quisiera que me llevaba. Suponía que quería dominarme y yo lo impediría.
Unos segundos más tarde, llegamos a una sala.
Allí había todo tipo de cosas. Incluso una cruz de San Andrés.
―Kiara, de rodilla ―le ordenó.
Aquella chica le obedeció enseguida.
―Tú, ven aquí ―me ordenó.
Ahí me negué y enseguida me cogió.
Me llevó ante un potro spanking.
Ante aquel artefacto, aquel dominante comenzó a desnudarme. Pero yo se lo estaba impidiendo para no ser expuesta.
Unos segundos más tarde, me agarró por la cintura y me subió encima del artefacto. Y en pocos segundos, metió el pene del potro sobre mi sexo.
En pocos segundos, llevó mis manos hacia unos grilletes que había en el techo y las ató allí.
En pocos segundos, me puso también unos grilletes en los tobillos.
―Déjame ir.
―No va a ser tan fácil. Este será tu castigo. Como no tienes dueño, tus orgasmos serán tu tortura ―me respondió.
En breve, me puso una mordaza y sentí en pocos segundos unas vibraciones sobre mi clítoris.
―Kiara, vamos. Quiero divertirme un poco contigo ―dijo él.
―Sí, señor ―respondió ella.
Y aquel hombre se marchó de allí. Dejándome con aquellas vibraciones que en vez de hacerme disfrutar, me hacían daño y me estaban torturando.

No sé cuánto tiempo estuve allí. Pero sentí los perros ladrar. Suponía que era otra especie de juego que mi mente quería que jugase.
Los gritos también seguían a aquellos ladridos. Mi mente quería que jugase antes de desvanecerme nuevamente por otro orgasmo.
Estaba tan cansada, exhausta y sedienta. Suponía que aquellos ladridos y aquellas voces eran por los efectos de tantos orgasmos.
―El localizador dice que está en la mansión, señor Salazar.
―Pues busca en todas las habitaciones y en cada rincón de este lugar.
Javier me había estado buscando. Eso era buena señal. Pero aun así, tardaría en saber si llegaría a donde yo me encontraba.
Tras varios minutos con mucha más desesperación, sentí la puerta.
Un gemido de ayuda a través de la mordaza, me hizo saber que estaban ahí para buscarme. Y en segundos, no volví a decir nada.
―Hugo, está aquí ―escuché.
Caí rendida y en pocos segundos, note las manos de Javier sobre mi espalda.
Las vibraciones cesaron y en breve no note nada sobre mi sexo.
―¿Quién te ha hecho esto? ―me preguntó.
Pero no le respondí. Solo me limité a cerrar los ojos y dormir. Ya que había tenido varios orgasmos.
―Hugo trae agua. Hay que darle de beber antes de que pase algo mucho peor.
―Sí, señor.
Después de eso, solamente escuché un eco.
―Quien te haya hecho esto, lo pagará con su vida. Ahora descansa. Mañana será otro día que no lamentaremos tu muerte.
Y en cuestión de segundos, sentí algo húmedo sobre mi boca. Algo que me alivio en breve.
Terminé por desvanecerme y sentí paz por una vez en la vida, en los brazos del hombre que un día ame.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora