Traté de despertar. Deseaba con todas mis fuerzas recuperarme para conseguir mi objetivo. Escapar y poder casarme.
Pero el cansancio se apoderaba de mí, sin compasión.
Mis párpados estaban tan cansados que comencé a sentir que el tiempo se desvanecía y con él, mis planes con Fran.
Me dejé llevar, era una lucha perdida. Quizá los efectos del sedante que Javier me inyectó desaparecerían y podría despertar de aquel sueño que en ese preciso instante... era mi realidad.
De repente, pareció que me recuperaba pero al poco volví a sentirme aturdida. Seguramente serían los efectos de aquel sedante.
Abrí levemente los ojos y noté la oscuridad. Dura e imperturbable. Supuse que era porque la luz estaba apagada en esa habitación en la que había despertado.
Me dolían los brazos. Había olvidado que se me dormían si no cambiaba de posición al cabo de media hora.
Por fin abrí los ojos y me percaté de que había algo de luz. Poca, pero la suficiente para darme cuenta de que Javier estaba sentado junto a la ventana.
No quise decirle nada. No quería perder mi vida.
Me di cuenta de que tenía unas vías puestas en mis brazos. ¿Qué diablos había pasado? Recuerdo que no me había rozado ninguna de las balas. Entonces, ¿por qué las tenía?
La cabeza me estallaba por todos lados. ¿Qué había hecho Javier conmigo?
¡Fran!
Tenía que salir de allí como fuera para poder casarme con él.
Me quité las vías y me levanté de la cama. Al acercarme a la puerta, escuché:
―No se te ocurra salir.
Busqué a Javier mientras él encendía la luz.
En cuanto nuestras miradas se encontraron, observé la suya como si de la del mismísimo demonio se tratara.
―Javier, déjame ir. Tengo que casarme con Fran. Quiero hacerlo.
―¡Que Fran!
―¡Oh dios! ¿Qué le has hecho?
―Nada. Solo he dejado que pasase el tiempo.
―¡El tiempo! ―dije aturdida mientras me percataba de que tenía puesto un pijama blanco de hospital.
―.¿A qué te refieres?
―Pues a que hice oficial tu muerte.
―¡Qué!
Di pasos hacia atrás, pero él se levantó enseguida y fue en un instante hacia mí.
Javier agarró mi brazo y me empujó contra la puerta. Y sosteniéndome muy fuerte las muñecas, me dijo:
―No sabes lo que he deseado tenerte de nuevo para mí solo.
―¡Suéltame Javier! Me haces daño.
―Lo sé. Y no sabes lo que me pone que forcejees conmigo. Se me pone dura con tan solo pensar que puedo poner unas cuerdas en tus muñecas y poseerte con mis nuevas técnicas.
No quise responderle. Sabía que ese no era el Javier que conocí cuatro años atrás.
―¿Por qué me haces esto? ―dije.
―Porque aun eres mía.
―Dejé de serlo. Hace cuatro años Javier.
―¡Cuatro años! Yo diría seis.
―¡Qué!
―El mismo día en que te inyecté aquel calmante, pensé rápido en una solución para retenerte y fingir tu muerte. Te induje a un coma en el cual has estado dos años.
―¡Maldita sea! ¡Estás loco! ―forcejee con él.
―No lo estoy. Fran Evans se volvió a Londres y mañana se casará con su mejor amiga. Una compañera de trabajo que le ha estado consolando desde que encontraron tu cuerpo calcinado en tu coche.
―¡Mientes!
―¿Por qué debo mentirte Martina?
―Porque siempre me has mentido Javier. Te odio.
―Cierto. Pero te demostraré que no lo hago esta vez.
Él hizo una pausa.
Me juntó las manos, haciéndome sentir un escalofrío.
Justo después, colocó su mano derecha en mi espalda.
Después cerró la puerta con llave y la guardó en su bolsillo.
Me empujó de nuevo hacia la cama y caí de espaldas. En un abrir y cerrar de ojos, Javier se puso encima de mí.
―NO ―grité.
―No te resistas Martina. O será mucho peor para ti ―me dijo y en pocos segundos, me agarró las muñecas―. Había olvidado lo bien que hueles.
Por unos momentos, rocé su entrepierna y noté una erección lo suficientemente dura como para entender que tenía que escapar para evitar que me tocase.
Forcejee en su contra para poder escaparme de nuevo.
Quizá si lograba llegar a la ciudad, alguien me llevaría ante Fran para evitar que cometiese alguna locura. Y tenía que detener a Javier para que no se saliese con la suya, como tantas veces lo había hecho en nuestra relación pasada.
Empujé de una patada a Javier y cayó hacia atrás. Algo que me hizo levantarme enseguida de la cama y correr hacia la puerta de la habitación.
Cuando la abrí, me topé de pronto con un hombre un poco más alto que yo, vestido de negro con un pinganillo en la oreja. Entonces me percaté de que era uno de los hombres de Javier.
Me empujó hacia dentro de nuevo y cerrando la puerta de la habitación en pocos segundos, hizo que el temor se apoderase de mí.
―Agárrala ―dijo Javier.
Aquel hombre me agarró por el brazo y pocos segundos después, Javier comenzó a dar vueltas. Y cuando hacía eso, sabía que algo no muy bueno estaba pasando por su cabeza.
―Martina ―dijo de pronto―, creo que voy a enseñarte una valiosa lección por volver a intentar escaparte.
Él fue ante una cómoda que había en el lado izquierdo y sacó de ahí algo que no logré ver.
Javier ante mí, pocos segundos después, mostró unas tijeras.
Forcejee, sabía que volvería a conseguir su propósito de hace algunos años. Poseerme.
Comenzó a rasgar la tela de la bata blanca. Pero no paré de forcejear para liberarme de aquello.
Javier terminó quitándomela, quedándome completamente desnuda.
En pocos segundos, se dirigió hacia un gran armario y se ocultó allí.
Unos minutos después, Javier salió de aquel lugar trayendo en la mano algo que no lograba ver con claridad.
Javier me puso de rodillas y en breve, comenzó a atarme una especie de collar en el cuello.
En pocos segundos, unió unas esposas que estaban atadas a aquel collar a mi espalda. Y supe que era un collar con una sujeción con grilletes.
Se puso de rodillas y comenzó a poner unas correas sobre mis pies.
―Para, por favor ―dije.
Cuando terminó de ponerme aquellas correas, fue ante mi cara.
―Cállate Martina ―dijo Javier―. Vete y déjame a solas con ella ―le dijo al hombre del traje negro.
―Sí, señor ―le contestó.
Después, este salió de la habitación.
Javier y yo nos quedamos a solas. Ahí comencé a pensar en el pasado que se había quedado en un abismo tan profundo.
―¿Por qué haces esto Javier? ―pregunté de pronto.
Él se arrodilló ante mí y levantándome la mirada, me dijo:
―Porque aun recuerdo lo mucho que te obsesionaste por mi cuando lo dejamos. Y te confieso que desde ese momento, no me ha ido demasiado bien. Por eso me dedico a esto. A traficar con drogas, Martina.
―Pero eso no implica que me hagas la mujer más infeliz a mí.
―No lo hago. Solo que últimamente he fracasado y cuando estuve contigo, tú eras mi amuleto de la suerte. Y ahora volverás a serlo.
―¡Estás loco!
Él me soltó la barbilla y volvió a decirme:
―Lo estoy. Por eso este loco te enseñará que si vuelves a desafiarle, tendrás tu castigo.
―¿Qué quieres decir? ―dije asustada―. ¿Qué vas a hacer conmigo?
―Ahora lo verás.
Javier me levantó enseguida del suelo y noté que las correas que sujetaban mis pies, se tensaban. Después de observar mi desnudez por unos segundos, él me dijo con un poco mal de genio:
―Vete a la cama, Martina.
Y no supe qué hacer. Estaba congelada ante una situación en la que nunca antes me había visto. No al menos en la que mi vida estuviese tan en peligro como ahora.
Él me levantó enseguida y mientras yo forcejeaba, me llevó ante la cama.
Me tumbó en ella y sentí en pocos segundos, una palmada en el trasero.
Forcejee con él, porque me había dolido demasiado aquel manotazo. Pero Javier se puso enseguida encima de mí para evitar que me levantase de la cama.
De pronto, dejé de forcejear. Me había rendido cuando supe que él iba a hacer lo mismo que hace años.
Javier puso mis caderas hacia arriba y comencé a forcejear de nuevo para evitar que me violase.
Él volvió a darme una palmada en el trasero e intenté quitármelo de encima. Pero Javier me cogió las manos, para evitar que aquellos forcejeos llegaran a algo más.
Con la mano izquierda, agarró el soporte de sujeción y pegó bien las dos muñecas.
En pocos segundos, sentí el cinturón de Javier. No podía creer que estuviera pasando aquello. Él nunca había sido así. A menos que las circunstancias de la vida le hayan hecho ser el hombre déspota que era ahora. Un hombre que había puesto en coma a la mujer que un día le amó tanto que le hizo llorar. Y que dejó de amarlo, cuando conoció a otra persona que supo que le haría feliz.
Volví a sentir en breve, como una cremallera bajaba. Entonces comencé a moverme diciéndole:
―Javier para. No lo hagas.
―Martina, déjate llevar.
―¡No! ―exclamé y forcejee mas fuerte con él.
Después de la cremallera no sentí nada. Salvo que hubo un gran silencio que inundó la habitación.
Miré hacia a un lado y observé como pude, lo que Javier estaba haciendo. Y cuando me di cuenta de que estaba completamente desnudo, volví a forcejear.
Javier me paró, agarrando mis caderas y en pocos segundos, sentí un tacto mojado sobre mi sexo. Y comencé a sentir cómo mi clítoris se dilataba.
Gemí cuando sentí que la lengua de Javier se movía más rápido.
Cuando estuve a punto de correrme, Javier paró y dijo:
―No tan rápido Martina. Si vas a correrte, que sea con mi pene.
Me quedé sin palabras. Lo único que quería, era que me dejara en paz.
Tras unos segundos de silencio, comencé a sentir algo que salía y entraba en mi sexo. Fue cuando por unos instantes, sentí el orgasmo.
Gemí aun más. Pero lo que más me extrañaba era como Javier había aprendido a controlar el orgasmo de la mujer, si era un novato cuando nos conocimos y no le gustaban las correas y la sensualidad.
Tras varios minutos, Javier paró de entrar y sacar sus dos dedos.
Caí rendida en la cama. Las piernas me temblaban. Y no podía más.
―Aun no he acabado muñeca ―me dijo Javier al oído unos segundos más tarde.
Él volvió a ponerme a cuatro patas y volvió a masajear mi clítoris con sus dedos. Hasta que una milésima de segundo después, dejó de hacerlo.
Javier metió su pene en el interior y en breve me dijo:
―No quiero tener hijos. Así que para poder disfrutarte, tomaré una nueva medida. Ya que sé que dejaste de tomar las pastillas anticonceptivas hace dos años.
Las lágrimas comenzaron a caer sobre mis mejillas. Entonces supuse que ya no tenía escapatoria.
Javier comenzó a moverse lentamente. Sentí como su furia se iba desvaneciendo con cada embestida.
―Para ―dije de nuevo.
Pero Javier hizo caso omiso y continuó penetrándome.
Mis fuerzas se fueron desvaneciendo poco a poco, mientras que notaba a Javier más enérgico con cada embestida.
Volví a caer rendida en la cama y noté que el miembro de Javier se había salido. Entonces me alivié un poco por ello.
―Aun no he terminado de correrme ―me dijo al oído.
En poco segundos, volvió a ponerme a cuatro patas y volvió a meter su pene en el interior soltando un breve gemido.
Noté cómo me temblaban aun más las piernas. Y lo que más deseaba, era que Javier terminase de correrse.
Tras varios gemidos, noté como algo se desvanecía en mi interior. Supe tras dos embestidas, que Javier se había corrido.
Noté como él se quitaba de encima.
Eché mis caderas hacia abajo y en breve, las lágrimas comenzaron a brotar más rápido.
Javier salió de la cama y en cuestión de segundos, sentí la puerta de aquella habitación abrirse y poco después, cerrarse. Pude percatarme de que Javier la había cerrado con llave.
Intenté aferrarme a la idea de que mi vida acababa de volver a dar un giro de ciento ochenta grados. Y en pocos segundos, las lágrimas se volvieron lágrimas secas de soledad.
Y supe que ahora mi muerte era oficial y una realidad tenía que lograr. Lo que no conseguí hace años con ese hombre que acababa de violarme.
Las lágrimas brotaron de nuevo y comencé a ver el mundo de otra forma.
Era un mundo en el que yo no sería la víctima, pero sí la culpable. Ya que si era cierto todo lo que me estaba imaginando, mi vida y todos mis planes de matrimonio y futuro habían fracasado por completo.
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Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)
Roman pour Adolescents¿Qué pasaría si tu presente y lo más importante, tu futuro, fueran truncados por tu pasado? ¿Y si ese pasado destruyera por completo tu vida y tu felicidad? Martina Russo es una chica trabajadora y humilde, comprometida con Fran Evans desde que se m...