Capítulo Dieciséis

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Desperté de pronto.
Estaba en un hermoso campo. Supuse que Javier me había traído aquí por alguna razón.
Recordaba aquel lugar. Ahí me llevó una vez cuando éramos novios. Pero ya han pasado algunos años.
―Martina ―escuché.
Me giré y vi ante mí a Fran. Sonreí y no supe qué decir. Salvo que cuando pestañee por dos segundos, el rostro de Fran había desaparecido y apareció el de Javier.
Desperté de pronto. Supe que había sido una pesadilla.
―¿Qué ocurre? ―me preguntó Javier.
―Tuve una pesadilla.
Hice una breve pausa:
―¿Cuándo me quedé dormida? ―pregunté.
―Anoche. Cuando regresábamos al rancho. Parecer ser que te quedaste profunda. Tanto que no sé si te enteraste de que te bajé del coche y en la habitación te desnude para ponerte el pijama.
―Vale.
Hicimos una pausa y después le pregunté:
―¿Es cierto que eres el alcalde de la ciudad de Punta Arenas?
―Así es. Salgo que es Hugo y otro asesor de mi confianza quienes me ayudan al respecto. Yo me mantengo al margen. ¿Por qué quieres saberlo Martina?
―Solo es curiosidad.
―Ven ―me dijo―. Quiero hacer el amor contigo.
―Ahora solo deseo...
―Es una orden Martina.
―No.
Él se levantó de la cama enseguida y actuando por instinto, fui hacia el baño.
―Detente Martina.
―No.
Cerré la puerta del baño y volví a decir:
―Sé lo que vas a hacerme.
―No voy a hacerte daño. Te lo prometo.
―No te creo Javier.
―Bien ―me dijo―. Quédate ahí. Pero no te librarás de tu castigo.
―Entonces no saldré jamás del baño.
Sentí un golpe en la puerta y otro en la puerta de la habitación. Supuse que se había ido. Pero aun así no saldría para asegurarme que no estaba.

No sé cuánto tiempo pasé en el baño, pero temía salir.
Le eché todo el valor posible y salí de allí decidida a plantarle cara a mi carcelero.
En la habitación se encontraba Hugo. Que parecía estar acomodando la cama.
―Y el señor Hugo ―le dije.
―En la biblioteca, señorita. O eso pienso. Cuando se marchó de aquí, entró en la biblioteca y estuvo haciendo varias llamadas.
―Se le ha pasado el mal humor.
―No lo sé. Supongo que sí.
Hicimos una pausa. Una que me dejó pensando.
―Debería salir de aquí, señorita. Si el señor está enfadado, no debería hacerlo enfadar más.
―Lo sé. Pero ahora prefiero no arriesgarme.
―De acuerdo. Pero salga a desayunar al menos.
―Lo pensaré.
Él terminó por asentir y en breve se marchó de la habitación.
No estaba dispuesta a arriesgar mi vida para salir a desayunar, cuando sabía que Javier estaba cabreado.

Tras varias horas metida en la habitación, comencé a tener un buen olor.
Decidí caminar para saber qué era eso que olía tan bien.
En pocos segundos, estuve en la cocina.
Ahí fue donde me llevó el olor tan delicioso.
La persona que cocinaba se dio la vuelta y me eche hacia atrás al ver a Javier cocinando.
―No te preocupes princesa ―dijo―. Ta estoy de mejor humor.
―Seguro.
―Sí. Cocinar me relaja.
Javier me indico que me sentara en la mesa de la cocina y le obedecí. Ya que se le veía relajado.
Tras varios minutos viendo como él cocinaba, me paré a pensar por un momento en lo que estaría pasando con mis familiares. Pero eso no me quitaba estar al lado de alguien que me impedía estar libre para saber de ellos.
―¿Qué ocurre preciosa? ―me preguntó.
Javier me sacó de mis pensamientos.
―Nada. Pensaba en mi familia. En especial mi madre.
―Solo en ellos.
―Sí.
―Solo puedo decirte que tu madre está bien.
―Si pudiera verla, le diría cuanto la extraño.
―Me temo que eso es imposible Martina. Al menos cuando estás muerta para todo el mundo.
―¿Por qué? Si me dejas ir, prometo volver.
Vi que él me sirvió un plato con comida. Pero no le hice caso.
―Es que no puedo Martina. Y más cuando sé que no vas a volver a mi lado y punto. Por ahora tengo que confiar en ti. Pero ahora no puedo hacer, con todos los problemas que me has dado. Tanto con tus intentos de escapar como tus berrinches de niña pequeña.
Miré a Javier a los ojos y vi de nuevo su egoísmo de hace años. Y era el mismo que tenía aquel mujeriego del cual me enamoré.
Decidí marcharme. Se me había quitado el apetito. Todos los problemas en los que me metía él, hacia que los alimentos no pasaran a mi estómago.
Fui de nuevo hacia la habitación para poder pensar. Al menos en otra forma para poder escapar o pedir ayuda.
Ahí en breve, fui hasta la cama y abracé la almohada pensando en todo lo que Javier me estaba haciendo sin yo darle consentimiento a ello. Al menos en la parte sexual.
Comencé a sollozar. Tan solo de pensar que mi familia pensaba que estaba muerta, me daban ganas de coger una cuerda y ahorcarme por la ventana con ella. Pero aun así, no lo quise hacer. No por Javier, si no, por mi futuro y esos intentos de volver a una vida normal.
Cerré los ojos y dejé de pensar, antes de que Javier entrar en la habitación y me obligara a mantener relaciones sexuales sin quererlo. Hacerme la dormida, le pararía los pies.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora