Capítulo Doce

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Las campanas del reloj comenzaron a sonar.
Abrí los ojos y me percaté que la luz del sol estaba en la ventana de aquella habitación, me dejaba ciega.
Comencé a sentirme atolondrada. Supongo que los efectos del sedante que me puso Javier eran los culpables de que me sintiera mal.
Intenté de darme la vuelta en la cama y algo me lo estaba impidiendo. Me incorporé un poco y vi que tenía una camisa de fuerza y que estaba atada a la cama.
Comencé a forcejear. No podía creer que estuviera como al principio de este secuestro. Atada a una cama en contra de mi propia voluntad.
La camisa de fuerza me hacía sentir más prisionera. Y más cuando olía tanto a látex recién estrenado.
―Ayuda ―dije con voz ronca de tanto dormir.
La puerta de la habitación se abrió y comencé a forcejear aún más fuerte que ya estaba haciendo.
Javier apareció ante mí.
Me percaté por unos segundos que nada más que tenía unos pantalones vaqueros puestos. Que su torso estaba desnudo.
Él se acercó a mí y comencé a moverme para intentar desatarme.
Javier me dio unas palmaditas en los muslos en poco segundos para que me calmara. Pero en cambio, eso me agito aún más.
Unos minutos más tarde, él me acarició suavemente los pezones y sentí un ligero dolor que me hizo chillar en un gemido.
Me percaté en pocos segundos que Javier me había puesto unas pinzas en los pezones.
―Para por favor ―le imploré.
―Calla ―me respondió.
Javier sacó algo de detrás de su pantalón. No me percaté que era una mordaza, hasta que no me agarró la cara y logró ponérmela en la boca.
Noté como él pasaba su mano sobre mi cuerpo. Eso me hizo forcejear.
Sus manos ante mis pies en segundos, comencé a notar como quitaba las correas de mis tobillos.
En pocos minutos, quitó las correas que me apretaban muy fuerte el tórax.
Intenté levantarme y salir corriendo. Pero Javier se anticipó a ello. Girándome en la cama y volviendo a atarme por separado los pies.
Hubo un breve silencio y no supe que es lo que él tenía en mente para castigarme por intentar escapar. Pero si sabía que sería cruel conmigo.
Sentí un ruido que no me era muy familiar. Algo que no le di mucha importancia.
Una milésima de segundo después, noté un ligero dolor en mi sexo. Supe que era el pene de Javier, cuando empezó a embestirme.
Comencé a gemir. No era el pene quien me hacía daño en mi clítoris, si no, el vibrador. El cual, él puso sobre mi sexo, pocos segundos después de que él metiera su pene en mi interior.
Mientras que él embestía, las vibraciones comenzaron a dilatar mi clítoris.
―Es así como te enseñaré a no volver a escapar ―dijo.
Gemí. Notaba un orgasmo a punto de estallar.
Las embestidas de Javier eran cada vez más fuertes. Yo solamente quería escapar para que no me hiciera aquello y no me hiciera recordar mi pasado a su lado.
Noté por fin el clímax entre ambos y supe que él estaba a punto de llegar a su orgasmo.
Una milésima de segundo más tarde, Javier salió de mi interior y se corrió en mi trasero. Lo que no paró fue el vibrador sobre mi clítoris.
Sentí como me liberaba, cando mis fluidos salieron como agua en una manguera. Sin parar. Como si me hubiera meado como una niña pequeña.
Tras varios segundos en estado de shock, Javier salió de la cama y fue hasta mis pies. Desatándomelos en breve.
Él me incorporó en la cama sentada y me dijo:
―Espera aquí.
En pocos segundos, Javier salió de la habitación. Pero entró en breve con una silla.
―Siéntate aquí. Vamos a dar un paseo.
Le obedecí.
Cuando me senté en pocos segundos, pude notar el ambiente.
En pocos segundos, él comenzó atar mis pies a aquella silla de ruedas.
Comencé a forcejear. Pero Javier hizo que parase.
―Vamos a pasear. Y no quiero que te escapes Martina.
Cuando termino de atar mis pies en pocos segundos, fue hasta mi boca y me quitó la mordaza.
―Esto es absurdo. No puedes retenerme.
―Te equivocas. Ahora puedo hacerlo. Estamos en el rancho y fuera de la civilización humana de la que tanto quieres pedir ayuda.
―Eso significa que no volveremos a la ciudad.
―Así es.
Forcejee y pocos segundos después, Javier me dijo muy furioso:
―No hagas eso o tendré que follarte de nuevo.
Javier comenzó a mover la silla y en pocos segundos, salimos de la habitación.
El largo pasillo que tenía delante me sorprendió. Tenía claro que todo lo que Javier tenía en esos instantes, era debido a lo que había conseguido en estos años.
En pocos segundos, el sol me cegó. Estaba claro que la oscuridad de aquel rancho hizo muchos efectos en mis ojos.
Comencé a ver un jardín precioso. La fuente que lo adornaba me sorprendió un poco. También lo adornaba claveles rojos y blancos junto con flores calas que llegaba a una cierta altura.
―¿Esto es el rancho? ―pregunté.
―Así es ―me respondió.
Continúe viendo el hermoso jardín que tenía delante y me percaté que era aquel que una vez le describí hace muchos años cuando éramos novios.
Unos minutos más tarde, llevamos a una pequeña terraza casi al lado de la fuente junto a la piscina.
Javier se sentó en pocos segundos y yo comencé a moverme un poco.
―Para te he dicho ―me dijo―. O tendré que follarte de nuevo.
―Pues deberías de quitarme esta camisa de fuerza.
―No voy a hacerlo. Quiero asegurarme que no volverás a intentar escapar.
―Sí he intentado escapar, es porque me ibas a encerrar aquí. Pero al parecer no he podido hacer nda.
―No te he encerrado en el rancho, Martina. Te he traído aquí para asegurarme de...
―...de que nadie me encuentre y de que no me escape.
―No. Para asegurarme que nadie te hace daño. Y más cuando estabas en un sitio que no era muy conveniente para ti ―me aclaró―. ¡Por Dios! Te ataron y te dejaron horas con un vibrador. Podrías haber muerto.
―Eso no supondría ningún problema para ti.
―Te equivocas. Te quiero más viva que muerta.
―Eso no me haría ganar a mí nada.
―Estás equivocada Martina. Te quiero viva porque quiero que seas una buena mujer de negocios. Y a mi lado, conseguiremos mucho más. Como también lograré que te vuelvas a enamorar de mí.
―No vas a lograr eso.
―Eso lo veremos. Y te darás cuenta de que me necesitaras cuando menos lo esperes.
―Estás loco ―forcejee contra aquella camisa de fuerza
―¡PARA! ―rugió.
Entonces él me agarró para presionarme aún más contra aquella silla.
―Escúchame Martina ―me dijo―. Quiero enseñarte todo esto. Si es necesario pagaré a alguien que te enseñe todo sobre el mundo en el que vivo. Incluso que te enseñe a sobrevivir. Pero no te dejaré marchar nunca. Más aún cuando eres una maldita diosa en la maldita cama.
Pero no dije nada. Salvo que miré por unos segundos a Javier.
Él comenzó a quitarme la camisa de fuerza y en pocos segundos, me quedé desnuda.
―Ve a darte un baño en la piscina. Yo me quedo aquí. Te quiero relajada para la cena de esta noche ―me dijo.
Javier me desató los pies y en breve, me fui hasta la piscina.
Al llegar ahí, me metí y comencé a nadar para no pensar en aquello que él quería que quisiera que fuera. Y no me iba a convertir en una narcotraficante, para que él consiguiera sus propósitos.

Tras horas en la piscina y tomando el sol, volví a aquella habitación.
Recordé que Javier había dicho que quería cenar conmigo. Fue cuando me dirigí hacia el armario y vi en pocos segundos que ponerme.
Comencé a ver el inmenso armario que tenía delante. Vi un vestido de alta costura con telas muy finas dentro.
Me percaté que este tenía cajones.
Abrí uno de ellos y me percaté que tenía lencería de encaje.
Saqué algo en pocos segundos y me quede sin palabras.
Sin decir nada, me puso una de esas lencerías y en breve, me puso un vestido corto de color gris claro.
Sentí que la puerta se abría.
Cuando mire hacia a ella, la figura de Javier estaba ante mí.
―Te quiero desnuda para la cena, Martina ―me dijo.
―¡Que!
―Quítate el vestido. No me obligues a quitártelo yo.
―Pues no pienso hacerte caso.
Javier vino hacia a mí.
Me eché hacia atrás para evitar cualquier contacto. Pero en pocos segundos, él me atrapó.
Javier me presionó mis pechos contra su torso y en pocos segundos, llevo su mano hacia mi espalda. Bajando la cremallera muy lentamente.
En segundos, el vestido cayó al suelo.
Un poco más tarde, él volvió a girarme y me presionó la espalda a su torso.
―Recuerda que si incumples una de mis reglas, te castigaré ―me dijo en el oído en un susurro.
Forcejee contra él y Javier presionó aún más fuerte para que no me escapase.
Comencé a notar como bajaba lentamente su mano.
Me resistí a ello, pero él presionó más contra su torso y su mano llegó hacia mi sexo.
En pocos segundos, noté como me masajeaba mi clítoris. Hasta que noté sus dedos dentro de mi sexo en segundos. 
En nada, noté como los sacaba y los metía. Eso me hizo gemir y sucumbir al deseo que Javier me estaba ofreciendo.
Comencé a notarme un poco húmeda entre las piernas. Pero él movió más rápido sus dedos y eso me obligó a echar mi cabeza hacia atrás. Sintiendo tanto placer como lo sentía hace años.
Javier paró de pronto y me masajeó lentamente mi punto G. Algo que se le daba bien y que él sabía que llevaba muy rápidamente al clímax.
―Dámelo nena. Quiero ver cómo te corres viva.
Noté que empezó a mover rápidamente sus dedos y con ello, note los efectos de aquel orgasmo.
Gemí. El placer mezclado con el orgasmo me hacía sentir millones de sensaciones. Aquellas que no sentía desde hace años. Fue cuando me di cuenta de que el asco y el odio habían desaparecido.
Antes de sentir el orgasmo, agarré la entrepierna de Javier y noté su pene un poco duro.
Noté el orgasmo en breve. Pero noté como él me empujó hacia la cama.
Ahí, Javier me puso a cuatro patas y sentí que él se bajaba la cremallera del pantalón. Y en breve, como su pantalón cayó al suelo.
Sentí un ligero dolor sobre mi sexo y en segundos, unas pequeñas embestidas.
Una milésima de segundo después, las embestidas comenzaron a ser más fuertes. No sé cómo diablos él mantenía aquel clímax que me estaba haciendo explotar a mí.
Varios minutos más tarde, noté algo sobre mi sexo. 
Supe que Javier se había corrido, cuando se tumbó rendido encima de mí y cogiendo aliento.
―Te... espero en el salón ―dijo―. Y desnuda. Quédate esa lencería de encaje.
Y saliendo de mi interior, Javier se marchó cogiendo aun aliento y subiéndose la ropa que se había bajado.
Estaba pensando en sí debería de bajar a cenar, mientras me incorporaba de nuevo en pie. Y si lo hacía, tendría que hacerlo desnuda. ¡Dios! Porque me estaba pasando eso a mí. Tenía que buscar la forma de no verme en esos aprietos cuando a él se le antojara. Porque si no, mi vida se convertiría en un completo infierno.
Decidí de quedarme metida en la cama sin salir de aquella habitación. Pues sabía que no era tan solo Javier quien me vería desnuda. Y aún era esa chica que no le gustaba que nadie la viese desnuda. Tanto que me costó mostrarme ante Fran sin nada de ropa, casi a los cuatro meses de comenzar mi relación con él.
Me metí en la cama en segundos. No podía dejar de pensar en aquellos efectos que sentí cuando Javier me poseyó. No sabía si eran los mismos que hace seis años, pero estaba segura de que lo eran. En aquellos tiempos estaba enamorada de él. Salvo que ahora mismo solo podía tener otros sentimientos hacia a él. Unos que no lograba explicarme cuáles eran. Eso sí. Había un sentimiento ahí. Y el miedo era algo que sentía desde el día en que me secuestro.
Cerré los ojos y dejé de pensar. Al menos hasta que él se diera cuenta de mi ausencia. Eso haría que no cerrase los ojos, hasta que Javier volviera a castigarme de nuevo.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora