Capítulo Siete

403 32 0
                                    

En las siguientes semanas, las cosas estaban aún más tranquilas.
Javier cambió sus notas de amenazas por flores. Y dentro de esas flores, siempre ponía una tarjeta en la que ponía: "Te extraño. No tan solo en mi cama, si no, con tus besos. Pronto nos veremos Reina de Corazones."
Aquello ya se había vuelto una obsesión. Una que acabaría matándome. Si no era por sus enemigos, seria por el propio Fran. Quien estaba deseando de atrapar a La Reina de Corazones.
La rutina del trabajo, hacia que no pensara tanto en todo lo que estaba pasándome. No quería saber lo que podía ocurrir en el futuro. Y ahora con Fran al mando de la red del narcotráfico de drogas, todo daba un giro de ochenta grados.
Aquella mañana, me desperté un poco extraña. Tenía la sensación de que algo no iba bien. Pero aun así, disidí de ir a trabajar como cada mañana.
El día fue un poco extraño. Esa sensación continuaba allí. Pero también notaba como Javier me observaba.
La puerta de mi oficina sonó y cuando la persona entró, levante mi mirada y que era Fran. Parecía que había ido a visitarme. Lo que más me gusto, es que tenía un traje de chaqueta puesto.
―¿Qué haces aquí? ―le pregunté.
―He venido a buscarte. Vamos a ir a comer juntos.
―¿Me vas a llevar a comer con tus compañeros del FBI?
―No. Vamos a ir a comer solos a un restaurante a una hora de la ciudad.
Ya no me fiaba de sus palabras. Solo esperaba que no fuera una trampa.
Fran se acercó a mí y me dijo:
―Vamos. Te prometo que no te haré pasar una comida pésima.
Después, él me besó en los labios y continuó haciéndolo. Solo que esa vez me dejé guiar por ese beso que me había gustado tanto cuando éramos novios.
Dejé de besarle y le dije:
―Vale. Vamos. Pero después déjame en mi departamento.
―Vale preciosa.
Apagué mi ordenador y cogí mis cosas.
Salimos del edificio en pocos segundos y poco después, en el coche.
Fuimos a un restaurante a una hora de la ciudad.
Cuando llegamos, el camarero nos acompañó a una mesa que parecía que haría de esa comida algo más tranquila.
Fran pidió unos platos que nunca había escuchado. Pero que si estaban muy deliciosos. Por lo menos, pude entretenerme y no pensar en él por venir. Como tampoco en lo que Javier tenía pesado para mí.
Regresamos a la ciudad sobre las cinco de la tarde.
En la puerta de mi departamento, Fran volvió a besarme. Y volví a dejarme llevar.
Diez minutos después, Fran se marchó de la puerta y en breve, cerré la puerta con llave.
Caminé para ir a mi habitación. Pero de pronto, alguien me agarró por detrás.
Comencé a forcejear contra esa persona que me retenía. Su perfume era irreconocible. Entonces supe que Javier no podía ser.
Continué forcejeando para librarme de él. Pero fue casi imposible.
En breve, sentí algo sobre mi cuello.
Cuando quise darme cuenta de que era un sedante, fue cuando volví a sentir que mis parpados comenzaban a pesarme.
Antes de quedarme dormida, miré a un pequeño espejo de la entrada y me percaté que era Hugo quien me estaba durmiendo y secuestrando.

Comencé a despertar.
¿Cuánto tiempo he dormido? Espero que no el suficiente para saber que estaba pasando y por que Hugo me había secuestrado.
Intenté ubicarme y saber donde estaba. Pero fue el crujir de unas cadenas lo que me hizo despertar del todo.
Con los ojos de par en par, me di cuenta de que estábamos en una habitación. Y yo justamente encadenada en cada extremo de mi cuerpo y amordazada.
Comencé a forcejear para quitar las cadenas de aquellos barrotes en donde estaban puestas. Pero no pude. Tenía un bloqueo por todo aquello, que no lograba pensar con claridad que hacer.
―Te echaba de menos, nena.
La luz se encendió por completo y Javier estaba sentado ante mí.
Los dos nos miramos a los ojos y no supe cómo reaccionar.
Él se levantó de la silla y vino hacia a mí.
En pocos segundos, Javier me quitó la mordaza.
―¿Qué... por qué estoy aquí? ―dije exhausta.
―Aún te lo preguntas ―dijo―. Eres mi Reina de Corazones. Pero eres la dueña de mi corazón.
―No debería de estar aquí ―forcejeé.
―Te equivocas. Tú deber es a mi lado. Y no besando a ese tipo que me persigue como un ratón. Pero también te persigue a ti.
―Es su deber. Es agente del FBI.
―Y un estorbo para mis planes contigo, princesa.
―Yo no quiero estar en tus planes.
―Siento decirte que ya no hay marcha atrás.
―La hay ―le dije mirándole a los ojos―. Le diré a todo el mundo donde estás y yo continuare mis planes con Fran. Aquello que tú estropeaste cuando me secuestraste hace dos años.
Él me pegó una bofetada. No supe cómo reaccionar.
―No voy a permitir eso, princesa. Te recuerdo que si yo caigo, tú caes conmigo.
―Al menos yo tengo una prioridad. Me estoy follando a un agente del FBI ―le dije―. Y no veas como lo hace. Es un salvaje en la cama.
Javier frunció el ceño y después reaccionó subiéndose a la cama.
En pocos segundos, él se puso ante mi espalda y apretándome contra su torso, comenzó a bajar lentamente su mano derecha hacia mi sexo.
Él masajeó mi clítoris. Y yo gimiendo, eché mi cabeza hacia atrás.
―Voy a enseñarte que Fran no es más que yo. Y estoy seguro de que a él no te entregas como lo haces conmigo.
Continuó masajeando mi clítoris y no pude resistirme a su pasión.
Noté como metía sus dedos en mi vagina y comenzó a sacarlos también. Eso me hizo gemir más fuerte.
―Me gusta cuando te entregas a mí ―dijo―. Ya no hay duda que tú eres mía, princesa.
En pocos segundos, sacó y metió sus dedos aún más rápido y noté que estaba llegado al clímax.
Pero cuando estuve a punto de llegar a un orgasmo, Javier paró y me puso a cuatro aún con las manos encadenadas a cada extremo de la cama.
Noté como se desabrochaba su cinturón y se bajaba sus pantalones. Pero antes de meter su pene en mi interior, volvió a masajear mi clítoris.
Perdí los sentidos por unos momentos. No sabía como Javier lograba dominarlos, pero lo hacía. Y muy bien, ya que daban resultados.
Sentí un dolor ligero sobre mi sexo. Y unas pequeñas embestidas después, me hicieron volver a la realidad. Pero también gemir.
Las embestidas eran aún más fuertes, cuando aumentaba la densidad de mis gemidos. Y recordé que eso le ponía demasiado a Javier.
Hubo un tiempo en el que él me enseño que no me debía de anclar a un pasado difícil de recuperar. Éramos dos personas que se habían encontrado y sufrido por el destino que nos habían escrito. Me enamoré sin pensarlo y luché hasta el final por nuestro amor. Y supe que aquello sería infinito. El tiempo se nos paraba cuando hacíamos el amor y el tiempo continuaba cuando nos separábamos por algún motivo. Pero todo amor es dolor. Si no sufres por decepción, sufres cuando hay una enfermedad que arrasa con todo lo que has sembrado. Mi enfermedad fueron celos y esos celos, provocó la separación que hizo que me fuera del país y que perdiera a nuestro hijo. Pero aun así, aquello me hizo continuar con mi vida y no mirar hacia atrás.
Tras varios minutos embistiéndome, él fue más despacio. Pero que yo también volviera a llegar al clímax.
Un gemido de él, hizo que aquel casi orgasmo sé macharse de mí. Pero el clímax volvió, cuando noté unas palmaditas en el trasero.
―Dame el orgasmo, nena. Ya sabes que tus orgasmos son míos ―dijo.
Ahí embistió más rápido. No sabía cuánto tiempo lograría él correrse, pero estaba segura de que sería pronto.
Ambos explotamos una milésima de segundo después. El orgasmo había sido tan brutal, que noté que nos fundíamos en el deseo y la pasión más profunda.
Javier salió de mi interior y susurrándome al oído, me dijo:
―Si me prometes que no te marcharas hoy, te suelto de las cadenas que te hacen mi prisionera.
Asentí y dije:
―Te lo prometo. Por el hijo que nunca nació.
Y en segundos, sentí como mis manos se liberaban y me dejaban respirar.
―Vamos a descansar. Mañana tenemos mucho de lo que hablar ―volvió a decirme.
Y guiándome Javier hacia la almohada, dejé de pensar. Ya que sabía que si lo hacía, reaccionaria con escapar y todo se pondría igual que cuando me secuestro hace semanas.
Poniendo mi cabeza sobre la almohada en segundos, le miré. Y cuando nuestros ojos se encontraron por segundos, no supe qué decir. Salvo cerrar los ojos y pensar que Javier no estaba a mi lado.
Un beso en la frente me dejó helada. Uno que también hizo que mi corazón se petrificase.
―Te he echado de menos ―dijo.
Pero no supe qué hacer. Salvo no pensar y hacerme la dormida.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora