Capítulo Cuatro

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La oscuridad se volvió en miedo y el miedo en soledad.
Ya no quedaba nada en mi interior. Javier había vuelto a convertir mi vida en un desastre. Un desastre que no sabía si tarde o temprano iba a terminar. Y lo que era peor, si iba a terminar bien o iba a terminar mal.
Desperté con un sabor amargo en la boca. Tenía la boca demasiado seca y me sabía a plástico. Supe entonces por su textura, que tenía una mordaza puesta sobre ella.
Comencé a moverme. Pero noté que mi cuerpo estaba un poco pesado.
Mis brazos estaban sujetos con algo y mi sexo tenía algo que me hacía estar incómoda.
Comencé a balbucear. Supe enseguida que estaba atada. Pero también mi vista no tenía luz. ¿Qué diablos me había hecho después de haberme dormido de nuevo? Sí sentía que mi cuerpo pesado, estoy más que segura que algo malo me había hecho Javier.
A mi suerte, los pies los podía mover. Pero sin visión, era imposible saber donde pisaba si quería escapar.
Sentí que la puerta se abría en unos segundos. Por lo tanto, dejé de moverme para hacerle pensar a él, que estaba dormida.
Escuché en breve, sus pasos. Que venía hacia a mí, mientras que la puerta se cerraba a su paso.
Javier subió a la cama y comenzó a tocarme sin quererlo yo.
Comencé a forcejear para que no me tocase, pero este me freno.
―¡Eh! ¿Qué haces tú aquí? ―escuché.
―Quería saber quién era esta mujer y follármela ―dijo la otra voz. Una que sonaba muy ebria.
―Fuera de aquí. Esta puta es mía.
―De acuerdo, señor Salazar.
Después este se bajó de la cama y volví a escuchar decir:
―Si te veo que vuelves a acercarte por esta habitación, te castigaré severamente Enrique. Nada te va a evitar de salvarte del castigo que te dé. Aunque seamos hombres de negocios.
Luego no escuché nada más. Salvo esos zapatos sobre el parquet del suelo.
Volví a escuchar cerrarse la puerta y pude relajarme por una vez.
Javier me quitó la mordaza de la boca y me preguntó:
―¿Estás bien?
―No ―le respondí―. Quiero irme. Así evitaré que todo esto vuelva a ocurrir.
―Ya sabes cuál es mi respuesta.
―Esto no está bien, Javier. Esto es un secuestro.
―Lo sé. Pero a los ojos de todo el mundo, tú estás muerta. Y por lo tanto, eres mía.
―Te odio.
―Yo no diría lo mismo muñeca.
Ambos hicimos una pausa. Y en esa pausa, me entró curiosidad por saber algo:
―¿Qué me has puesto que estoy inmovilizada hasta en mi sexo?
―Te he puesto una camisa de fuerza y te he inmovilizado con lagunas cuerdas.
―¿Por qué haces esto?
―Aun te lo sigues preguntando.
Él me puso de nuevo la mordaza en la boca y en pocos segundos, me quitó el antifaz de los ojos.
En breve, me puso en pie.
Mire a Javier a los ojos y él volvió a decirme:
―Recuerda todo lo que me hiciste pasar hace seis años. Tú obsesión por mí y después de eso, te olvidaste de todo de la noche a la mañana. Pasando página y rehaciendo tu vida con otro hombre.
Javier me puso ante un espejo y me miré. Tenía puesta aquella camisa de fuerza que él había nombrado y una capucha sobre mi cabeza. Que la cubría como si fuera una momia recién a punto de entrar en su sarcófago.
―Mi obsesión por verte vestida de látex y que me la pusieras dura, han hecho de mi, al hombre que tienes delante.
Balbucee por unos segundos y después, Javier me hizo caminar.
―Vayámonos de este sótano. Tengo algo mejor preparado para ti en mí departamento del último piso.
Comenzamos a caminar más rápido. Aún no comprendo porque me acomodaba en una habitación, cuando era su prisionera. Quizás esto estaba llegando demasiado lejos y él quería que fuese una prostituta a la que exhibir ante cualquier hombre de este horrible lugar.
Subimos las escaleras hasta llegar al último piso. Conté cuarenta escalones y cuando finalizó el trayecto de subir esas escaleras, me para por unos segundos.
―¿Por qué paras? ―me preguntó Javier.
Y luego me empujó para que volviese a caminar.
Ambos llegamos a una puerta grande segundos después. Me quedé sorprendida al saber qué clase de casa era donde vivía Javier ahora.
Entramos en el departamento poco después y me percaté que había un gran recibidor.
Continuamos caminando y pasamos por un pequeño salón que junto a él estaba la cocina. En el salón había dos cómodos sillones junto a una gran chimenea. Que estaba encendida.
Seguimos caminando después hacia el lado derecho. No sé a dónde me quería llevar, pero estaba más que segura que iba a hacerme algo.
Pocos segundos después, paramos ante la única puerta que había en ese lado.
Javier abrió la puerta y en breve entramos. Fue ahí dentro donde me quede sorprendida.
―Dormirás a mi lado.
Negué con la cabeza.
―Lo harás. Y espero que cada noche me excites con la lencería que te compre. Sí me compensas, te compensaré por ello.
Pero no balbucee.
―Dúchate Martina. Quiero cenar contigo en el salón.
Y en breve, comenzó a quitarme las cuerdas y a quitarme la camisa de fuerza en aquel color negro tan feo.
En breve, me quité la mordaza y la capucha que me puso.
―¡Ah! Y cenarás conmigo, pero desnuda.
―No pienso desnudarme para que me exhibas como un juguete ―le dije al fin.
―Si hubiera querido exhibirte, no te hubiera traído hasta mi departamento.
Volvimos a hacer una pausa.
―Dúchate. Te espero en el salón. Y ya sabes cómo.
―¿Y qué harás si no obedezco tus órdenes? ―pregunté.
―Sufrirás las consecuencias de lo que te ocurra a partir de ahora.
Volvimos a hacer una pequeña pausa.
―Te espero en el salón. Y te espero desnuda. 
Y Javier se marchó en pocos segundos, dejándome a solas en aquella habitación.
En cuanto cerró la puerta, fui hasta la ventana. Pero para mi sorpresa, esta tenía barrotes.
Tenía que aceptar esto. Pero no me daría jamás por vencida en recuperar mi vida.
Fui a darme una ducha y pensar bajo el agua tibia que hacer. Y tenía algo muy claro. Jamás Javier me volvería a ver desnuda.
Diez minutos más tarde, salí de la ducha y volví a la habitación.
En pocos segundos, fui hasta el armario y en nada, me percaté que dentro de este, no tan solo había lencería como había afirmado Javier; si no, también vestidos con finas telas. ¿Dónde me había metido?
Escogí un vestido que no tuviera tanta finalidad y en breve, me vestí.
Salí de aquella habitación más tarde. Y lo hice un poco insegura. Ya que no sabía cómo iba a reaccionar Javier.
Llegue al salón y me percaté que él estaba sentado junto a la chimenea mirando hacia el lado izquierdo. Y parecía que estaba leyendo un libro. Y por lo que veía de lejos, era un libro de historia.
Él seguía con su camisa de seda puesta y unos pantalones en color negro. Algo de lo que no me había percatado cuando tenía esa camisa de fuerza puesta. Eso le hacía aún más atractivo que cuando me enamoré de él hace unos años.
―Te dije que te quería desnuda, Martina ―me dijo y después me miró, cerrando el libro―. Ven aquí.
Comencé a temblar y el miedo me paralizó.
Javier se levantó de aquel sillón de cuero y vino hacia a mí. Nunca debí de haber tentado al mismo demonio que tenía delante.
Me eché un poco hacia atrás, pensando en lo que él me había dicho y de nuevo, mi espalda se topó con algo. Fue cuando me giré repentinamente y vi a ese hombre fuerte ayer.
―No puedes escapar de mí, mujer. Así que, ríndete ―me dijo de nuevo Javier.
Cuando él estuvo ante mí, comencé a temblar como si Javier fuera mi único dueño.
―Ponte de rodillas ―me dijo de nuevo.
No supe cómo reaccionar a esto último que Javier me había dicho. Solo que mi única reacción fue quedarme petrificada.
―¡No has odio! ―exclamó de nuevo Javier―. De rodillas.
Él reaccionó y me puso enseguida de rodillas. Fue cuando me maldije por no saber qué hacer en esos momentos.
―Hugo, dame unos grilletes de hierro del cajón ―le ordenó.
Aquel hombre obedeció enseguida y mientras que Hugo iba a por unos grilletes, Javier se agachó ante mí y me dijo:
―Te dije que te quería desnuda ―llevó sus manos hacia atrás de mi espalda y escuché como la cremallera de mi vestido bajaba.
Hugo le entregó los grilletes a Javier y este le dijo:
―Déjame a solas con ella.
―Sí, señor ―dijo Hugo.
En breve, se marchó de allí y en pocos segundos, Javier me levantó del suelo y me quitó rápidamente lo que quedaba de vestido sobre mi cuerpo. Que tiro rápidamente al suelo.
Él presionó mi espalda contra su torso, segundos más tarde y en breve, agarró mis muñecas. Poniéndome los grilletes más tarde.
Unos segundos más tarde, bajo su mano derecha lentamente y bajándome las bragas, me dijo.
―Añoraba poseerte de nuevo.
―¡Suéltame!
Él me giró de pronto y me hizo que le mirase a los ojos. Agarrándome la cara con sus manos.
―No vuelvas a desafiarme nena. Si no quieres sentir mi furia ―me dijo de nuevo.
Él hizo una pausa. En la cual me dio por pensar que es lo que me haría esta vez.
―Vamos a cenar. Solo espero que me agradezcas esta comida.
Pero no le dije nada. Salvo que comencé a temblar de nuevo. Ya que no sabía hasta donde podía llegar su egoísmo.
Ambos caminamos hacia la mesa. Tenía la sensación  de que todo había cambiado. Incluso ahora que mi vida corría peligro a su lado.
Al llegar ante la mesa, Javier me puso de rodillas y me dijo:
―Comerás sentada cuando me demuestres tu lealtad.
Pero no quería hacer eso. Solo quería irme de allí porque sabía que iba a escapar muy mal con Javier si continuaba a su lado.
En breve, él se sentó a mi lado y comenzó a acariciarme. No sé cómo me veía Javier. Pero estaba segura de que me veía como su mascota a la cual hacer de ella lo que le diera la gana.
―Espero que a partir de ahora captes mis normas.
Pero no le dije nada. Salvo guardar silencio para evitar que paso algo peor que hace dos días.
En segundos, comenzó a pinchar con el tenedor. ¿Cuándo habían puesto la mesa? Quizás fue cuando Javier me estaba poniendo de rodillas. 
En breve, él me dio el primer bocado.
―A partir de ahora, seré tus manos para comer y para bañarte ―me dijo de nuevo.
―No puedes privarme de mi libertad.
―Puedo hacerlo. Ahora eres mía.
―No por mucho tiempo ―dije―. Intentaré escapar y volver a tener mi vida de nuevo.
―A ojos de todo el mundo, tú estás muerta, Martina ―me dijo.
―Y no voy a permitir que te vuelvas a escapar. Si tengo que esposarte a la cama, lo haré.
―No voy a estar siempre así.
―Eso lo verás, muñeca.
Ambos hicimos una pausa.
Comencé a hacerme muchas preguntas, las cuales podrían tener o no respuestas. Pero aun así, quería irme de este infierno. Y más sabiendo el peligro que corro al lado del Javier.
―Volví porque tenías razón. Eras mi obsesión por ese entonces y lo sigues siendo. Y no hay droga o mercancía que olvide la obsesión y lo fogosa que eras cuando estabas metida en mi cama. Pero también de cómo follábamos como dos locos recién salidos del psiquiátrico ―me dijo él.
―Eran otros tiempos Javier ―le dije―. Ahora soy otra mujer. Más fuerte y más luchadora.
―Pues yo haré que te vuelvas débil de nuevo. Tanto que yo vuelva a ser lo único que necesites.
―¡Estás loco! Las drogas te pudrieron el cerebro y las neuronas.
―No nena. Las drogas me hicieron listo. Las dejé sí. Pero ahora me beneficio de ello. Por eso tengo tanto poder como dinero Martina.
―Pero no un dinero que no te sirve para comprar de nuevo mis sentimientos. Pero si una compañía a la que te puedas tirar. 
Javier soltó el tenedor de un golpe y me dijo:
―Se acabó el cenar ―él se levantó de la silla y en breve me levantó del suelo―. Comerás cuando yo quiera.
―Haces esto porque sabes que tengo razón Javier. Y todo el daño que me has hecho, lo estás pagando con la soledad.
―Ya basta ―él reaccionó, dándome una bofetada.
Caí al suelo en pocos segundos y me quede sin palabras.
En breve, Javier volvió a levantarme y forcejeando contra él.
En pocos segundos, él me cargó en su hombro y en breve, me dio una palmadita en el trasero.
―Descansa ahora Martina.
―No lo haré. Déjame marchar Javier. No  quiero este infierno en el cual me has metido.
―Ya te he dicho que no te marcharas de aquí.
Y volvió a darme otra palmadita.
En pocos segundos, sentí la puerta y supe que ya estábamos en la habitación.
En breve, me puso encima de la cama y no reaccioné. Pero cuando quise hacerlo, era muy tarde. Pues sentí como si una avispa me picase sobre el cuello. Pero no lo era. Si no, era un calmante que me puso Javier lo que había sido aquel breve pinchazo.
―Dormirás Martina ―me dijo―. Mientras buscaré una solución para retenerte a mi lado.
―Estas... estas...
Fue cuando me quede sin decirle todas las palabras que tenía en la boca. Pues me estaba quedando dormida.
Y cuando lo hice, solo quise regresar a la vida que tenía antes de que todo esto pasara.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora