Capítulo Tres

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―La música me suena armoniosa ―escuché―. Me recuerda al día en que te conocí y te robé aquel beso.
Observaba con detenimiento la película de La vida es bella, mientras que le escuchaba hablar. La forma de ver como Javier me enseñaba a amar esa película, me hizo recordar porque lo amé tanto en el pasado. Y era por eso. Porque ambos amábamos las bandas sonoras de las más hermosas películas que se habían hecho hasta ahora.
―Yo también moriría por salvar a mi familia de una guerra así. Pero también al amor de mi vida ―dijo.
―¿Y quién es el amor de tu vida? ―curioseé.
Él se giró y me miró a los ojos, diciendo:
―Tú ya sabes quién es el amor de mi vida.
―La verdad que no lo sé.
Él me besó y con eso me demostró que era yo. Pero me hice la tonta para que me diera aquel beso que me dejaba sin palabras.
Cuando dejó de besarme, me cogió la cara e hizo que le mirase a los ojos.
―Tú eres el amor de mi vida. Todo lo bueno que era antes de ser esta mierda de persona que soy ahora...

Desperté exhausta. Pero también desperté por el ruido que había en el lugar.
¿Qué diablos le ocurría a Fran ahora? No entendía por qué tanto alboroto tan temprano.
Las cadenas que me presionaban los brazos y las cuerdas que también lo hacía sobre el pecho, estaban dejando sobre mí, un dolor del cual tardaría en librarme en unos días.
Unos minutos después, la puerta de la habitación se abrió y no balbucee. Salvo que los pasos vinieron hacia a mí y en segundos, comenzó a quitarme las cuerdas de los pechos, las cadenas y grilletes que me hacían prisionera.
―Buenos días ―dijo―. Vamos a desayunar. Si me prometes que no vas a escapar, te dejaré suelta y no te pongo unas esposas.
Asentí. Aunque yo sabía que aquello de escapar era un poco imposible. Algo que ya había intentado en varias ocasiones cuando Javier me había secuestrado.
Tras unos minutos, terminó de liberarme Y Fran me ayudó a liberarme.
―Ponte uno de esos trajes de látex para desayunar.
―No lo haré.
―Tú misma. Pero te aseguro que mis hombres no se andan con rodeos cuando ven a una mujer desnuda.
Tras escuchar esas palabras, decidí ponerme ese traje de látex.
En segundos, cuando me lo puse; nos marchamos hacia el salón.
Ahí en breve; me senté a esperar al desayuno que estaba preparado Fran. Pero no quería comer. Aún me seguía doliendo el cuerpo de las cuerdas y de los grilletes.
Él puso encima de la mesa una pastilla y un vaso con agua. Y en segundos, el plato con unas tostadas y un vaso con lo que parecía ser un café muy caliente.
―¿A qué viene esto? ―le pregunté y le señalé el vaso.
―Pensé que te vendría bien después de estar toda la noche atada ―me respondió―. Además te necesito intacta y sin dolor alguno.
―¿Por qué? ¿Qué tienes pensado hacer conmigo?
―Venderte como otra mujer más.
―¡Estás loco! ―exclamé, mientras que me ponía en pie.
―Siéntate Martina ―dijo.
Le obedecí y me senté enseguida.
―Buena chica.
Comenzamos a desayunar en silencio.
Tras varios bocados, me surgieron varias preguntas:
―¿Por qué te has querido dedicar a esto?
―¿A qué te refieres? ―me preguntó.
―¿Por qué vendes a mujeres?
―Porque se gana más que trasportando un cargamento de coca.
―¿Te has planteado hacerlo con drogas?
―No. Solo con mujeres. También tengo pensado vender a La Reina de Corazones cuando la atrape.
Si supieras que La Reina de Corazones soy yo me torturarías más, pensé.
―¿No has sabido quien es esa mujer? ―pregunté.
―No. Se esconde con su sello y no sabemos cuál es su rostro. Es mala suerte supongo.
―Será eso. Aunque con Javier lo tuviste a tu alcance. Siempre lo seguiste.
―Termina de desayunar, Martina ―cambió de conversación―. Yo debo de resolver unos asuntos en la ciudad.
Asentí.
―¿Podría coger algo de la biblioteca para leer? ―le pregunté.
Él asintió.
―Puedes coger lo que quieras durante tu estancia aquí ―dijo.
Entonces continuamos desayunando y no dije nada más. Salvo continuar masticando un bocado que me había llevado a la boca.

En media hora, terminé de desayunar.
Fui a la biblioteca cuando Fran se marchó con su coche a la ciudad.
En aquellas cuatro paredes, fui hacia las estanterías y comencé a ver qué libro escoger. Uno que me hiciera dejar de pensar en los planes de aquel hombre que me tenía prisionera.
Tras estar observando cuál libro escoger, me percaté que había un escritorio. Y encima de él, varios documentos, un ordenador y un teléfono.
Fui corriendo hasta a él. No intentaría escapar, pero sí que pediría ayuda.
Ante el teléfono, marqué el primer número que tenía en la cabeza. Lo hice porque no confiaba en la policía.
―Dígame.
―Soy Martina.
―¿Dónde diablos estas? Pensé que te habías marchado.
―No lo he hecho.
―Tu localizador no dice lo mismo.
―Lo sé. Estoy secuestrada por Fran.
―¡Qué!
―Así es. Fui yo quien descubrió todo. Y tenías razón. Está narcotraficando con mujer y ahora quiere venderme a mí.
―Princesa, sabes que no voy a permitir eso.
―Lo sé.
―Iré a buscarte.
―Pronto por favor.
Hicimos una pausa.
―Javier, cuando salga de aquí, recuérdame que te diga lo mucho que te amo.
―¡Que!
―Te amo. Eso es todo. Pero tú recuérdamelo.
―Lo haré. Y cuando te tenga en mis brazos, no te soltaré jamás. Al igual que haremos el amor con la canción de la Barcarolle a todo volumen.
―Todavía recuerdas eso.
―Jamás se me olvidó las veces en las que vimos la película y como llorabas. ¿Recuerdas lo que te dije?
―Sí. Que también morirías por tu familia y por amor. O al menos para salvarlo.
―Y lo haré. ¡Ah! Otra cosa más.
―Dime.
―Cuelga Reina. Y te veré lo más pronto posible.
―Vale.
Y colgué el teléfono, pensando en que había hecho bien en avisarlo. Aunque sabía que yo era la trampa hacia su muerte.

Tras esperar a que Fran apareciese, me fui a la habitación unas horas más tarde.
Estaba cansada de todo. Incluso exhausta por haber llamado a Javier.
Cuando entré en la habitación, fui hasta la cama y me tumbé. Dejando caer mi cuerpo y relajando mis músculos hasta que vi que se dormían.
Comencé a pensar en Javier. En el primer momento en el cual me proyecto la película La vida es bella. Recordé como nuestros cuerpos se relajaban bajo aquella manta y la luna estaba debajo de nosotros. Pero sobre todo, recordé de que cuando acabó la película, él puso la canción en su teléfono móvil de la Barcarolle y me poseyó hasta que no nos dimos cuenta de la hora. Ese día estuvimos juntos, hasta que amaneció.
Tras varios minutos pensando en las cosas buenas que habíamos hecho Javier y yo, cerré los ojos. Y relajándome aún más de lo que ya estaba, me quedé dormida.

Yo Gano. Tú Eres Mía (Algo Prohibido #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora