CAPÍTULO 3
El vals de las flores, y de las miradas tambiénIván
No hay mayor caos que el que se concentra un lunes a primera hora de la mañana, y más si este está en pleno centro de la ciudad, que se intensifica segundo a segundo sin que lo veas venir. Tendría que haberle dicho a Anna que comprase el billete de tren básico, el que no permite modificaciones; ayer la familia de Verónica me acorraló en el evento haciéndome tal encerrona —por poco se arrodillan solo porque deseaban invitarme a comer a su casa—, que no pude decirles que no y me vi obligado a cambiar la hora de vuelta.
Nunca más, de verdad.
Los padres de Verónica me adoran, sobre todo su abuela, así que me fue imposible rechazar sus ojitos tiernos junto a su voz aterciopelada; de esas suaves que, por lo visto, comparten todos los señores y señoras de España. Pasé el domingo con ellos, en una de sus fincas apartadas de la sociedad, y comí hasta que no pude más. Y qué manjares, todo hay que decirlo. Como se nota que la abuela María Josefina está al tanto de mi disfrute con la comida —comer, que no es lo mismo que cocinar— y ha cuidado de que no me falte de nada.
A Madrid volvería solo por ella y su comida.
Y también por Verónica, pobrecilla, que es de las que necesitan tenerte en persona para contarte sus dramas porque «por videollamada no es lo mismo». Incluso ha habido veces en las que me ha tocado ir en jet porque necesitaba desahogarse con urgencia, y eso que no soy muy fan de los aviones; los despegues me ponen los pelos de punta y los aeropuertos no son mi lugar favorito en el mundo. Sin embargo, siempre hay excepciones; cuando no, voy en tren, y Anna siempre se encarga de que, al volver, haya un coche esperándome a la salida de la estación; que, justo hoy, por lo visto, no está.
Echo un suspiro —parado en medio de la calle, con la maleta y abrigado hasta el cuello— y busco el contacto de mi secretaria para llamarla y averiguar dónde se ha perdido el coche y el chófer que lo lleva. Me contesta al segundo toque.
—Hola, Anna, sí, buenos días, ¿sabe dónde está...?
Pero me quedo callado cuando aparece una limusina negra con los cristales tintados que trata de detenerse como puede para no molestar a nadie; no obstante, fracasa en la maniobra cuando más de un taxi empieza a tocar el claxon con decisión, incluso diría que con un poquito de hastío también, creyendo que así la limusina desaparecerá por arte de magia. «La que han liado en un momento», pienso mientras me dirijo hacia el vehículo, todavía con el móvil en la oreja. Mis padres nunca desaprovechan la oportunidad de marcarse una entrada triunfal, dándoles igual tener a sus espaldas a toda una horda de taxistas enfadados y estresados.
Aunque por dos minutos tampoco se van a morir.
—¿Señor, está ahí? —pregunta Anna, y antes de que pueda contestar, añade—: Si se refiere a dónde está Aram, su padre me dijo que vendría con él a buscarlo a la estación. ¿No ha visto el mensaje que le he dejado? Ya tiene que estar al caer.
Cuando digo que contraté a la mejor, no es por nada: se anticipa a mis pensamientos de una manera que da miedo y me lleva la agenda como nadie. Debería subirle el sueldo, o regalarle un viaje a Disneyland para que vaya con las mellizas algún fin de semana, que recuerdo que hace tiempo me comentó que estaba ahorrando para poder ir en diciembre. Anna es madre soltera y tiene dos niñas preciosas de siete años fascinadas con Campanilla, y las princesas en general.
—Anna, por favor, ¿cuántas veces se lo tengo dicho? Nada de «señor». —Cada vez que alguien se dirige a mí de esa manera, muere un hada—. Gracias, no había visto el mensaje, ya veo a mi padre. Calculo que en una hora estaré allí, así que necesitaría...
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Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024
RomanceSerie Cenizas - Libro 1 Primera parte de la historia de Adèle Leblanc e Iván Otálora BORRADOR "-¿Sabes lo que significa «eufonía»? -Es un sonido agradable al oído, pero... -Se queda un segundo callada sin dejar de mirarme, como si quisiera verme a t...