20. Sonrisas que llevan a la ruina

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CAPÍTULO 20
Sonrisas que llevan a la ruina

Iván

No suelo sonreír; no me gusta ni va conmigo, salvo cuando lo hago con ese toque irónico y despreocupado. A mamá no le queda más que poner los ojos en blanco; papá no dice nada, así que doy por hecho que él era igual en su juventud. La cuestión es que últimamente sonrío más de lo habitual, pero lejos han quedado las muecas llenas de sarcasmo. Ahora sonrío de verdad, me brilla la cara, y no puedo evitar sentirme ridículo. Y la culpable de todo esto, para sorpresa de nadie, es la pianista con la que tengo una cita pendiente.

Solo basta que piense en ella para que una nueva sonrisa amenace con apoderarse de mis labios. Y lo peor de todo es que ni siquiera muestro el afán de luchar contra esta necesidad imperiosa; sonrío, y vuelvo a sentirme ridículo.

Me di cuenta de esto cuando, dos noches atrás, navegando por el intrínseco mundo de las redes sociales a las tres y media de la madrugada, apareció un vídeo de Adèle cantando. Mi primera reacción fue sonreír mientras recordaba la primera vez que la vi a través de los flashes de las cámaras. Repetí los treinta segundos de vídeo cinco veces más, quizá seis, y me sorprendí al descubrir que no estaba tan mal encaminado, que tenía una voz de sirena.

Tuve que obligarme a poner los pies en la tierra para prestar atención a los detalles. De ahí vino mi segunda reacción: fruncir el ceño al percatarme del tío que la acompañaba con la guitarra, y que cantaba igual de bien. «Un amigo, quizá», pensé, aunque fuese la única opción posible. No obstante, Conrad no tardó en aterrorizarme diciendo que había descartado demasiado rápido la de que fuesen amigos con derecho. «Te dijo que no tenía pareja, pero un amigo con derecho está lejos de serlo, y tú lo sabes mejor que nadie. Just saying», me insinuó en el desayuno y yo no supe qué contestar. Me quedé en blanco, como pocas veces suele pasar —por no decir ninguna—, mientras volvía a mirar el vídeo.

Entonces me fijé en lo que había en la mesa auxiliar; en realidad, en lo poco que se veía debido a la luz escasa y a la calidad horrible: una botella de vino, del caro; platos de postre; una tarta a punto de terminar; tres copas; velas de cumpleaños, rojas, las típicas que encuentras en cualquier supermercado.

—Celebraba su cumpleaños —le dije a Conrad, como si acabase de resolver el mayor de los misterios.

—Veinticuatro recién cumplidos; pues de puta madre, ¿no? Ya tienes otra excusa para volver a hablar con ella. —Pero yo no iba a hacer eso. No hay cosa que me parezca más fría y carente de emoción que la de felicitar a alguien a través de una pantalla, y menos el día de después—. Es escorpio —añadió mirando el móvil—. ¿Quieres que busque si sois compatibles?

Uno de los mayores placeres de Conrad: perder el tiempo en el horóscopo y tocarme los huevos también, para variar.

—No.

—«La compatibilidad entre Tauro y Escorpio es alta debido a la atracción física y a la capacidad de ambos signos para comprometerse y ser leales en una relación. Sin embargo, pueden surgir desafíos debido a las diferencias en su enfoque emocional y comunicativo. Con esfuerzo y comprensión mutua, esta pareja puede tener una relación emocionante y satisfactoria».

—Vete a la mierda —me limité a decir tras el breve silencio mientras él no dejaba de mover las cejas de manera sugerente—. Por cierto, ¿has hablado con Verónica? Ha vuelto a discutir con su madre.

Conrad suspiró y negó con la cabeza mientras chasqueaba la lengua, harto ya de la nobleza y de sus costumbres sin sentido.

—Llegará el día en que Nic explote, y ahí sí que nos iremos todos a la mierda.

Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora