9. Las casualidades son aquellas que gritan

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CAPÍTULO 9
Las casualidades son aquellas que gritan

Iván

Me siento como si volviera a tener quince años.

¿En qué momento se me ocurre levantarme a la cinco y media de la mañana, enfundarme en un chándal, plantarme junto a la puerta y no despegar el ojo de la mirilla, para asegurarme esta vez de que Adèle Leblanc no se va a correr sin mí?

No iba a desaprovechar la oportunidad de que volviéramos a entablar una conversación. Por alguna extraña razón, no puedo evitar que la curiosidad se me agite cuando la pianista está alrededor; tal vez se deba a que siempre tiene algo interesante que decir, o quizá sea por sus ojos grises, que te atrapan. En cualquiera de los casos, ese aura de misterio consigue arrancarme una sonrisa cada vez que nos encontramos. ¿Quién iba a pensar que la volvería a ver una semana después del aniversario y en uno de los hoteles de la empresa, ni más ni menos?

Tengo que confesar que haber dormido sabiendo que la tenía a una pared de distancia ha conseguido que mi imaginación vuele.

La imaginación y la locura, por lo visto, porque en mi sano juicio me hubiera visto sentado en el suelo, con la espalda pegada a la puerta, esperando a oír algún ruido que delate que la pianista ha salido de su habitación. Porque existen las mismas probabilidades de que llame a mi puerta, como de que no.

«Se te va la cabeza, compañero». Pues mira, un poco sí, para qué nos vamos a engañar. Pero más vale arriesgarse que quedarse con las ganas, ¿no? Que me haya equivocado tantas veces durante la adolescencia no significa que ahora vaya a cometer esos mismos errores; tan solo tengo que recordar el límite que yo mismo tracé hace tiempo. «Asegúrate de que la piscina está llena antes de lanzarte de cabeza». Es lo que tiene que la vida me haya dado tanto por el culo, que ahora mis reflexiones son dignas de plasmarlas en tazas de Mr. Wonderful.

Reprimo un bostezo. No estoy acostumbrado a levantarme tan temprano, sobre todo cuando mi hora de acostarme se encuentra entre las dos y las tres de la mañana. ¿Qué puedo decir? Soy más productivo por las noches, cuando el ruido de la ciudad cesa y la oscuridad me envuelve como una mantita en invierno.

Y no nos olvidemos de que, por regla general, las cosas divertidas suelen suceder de noche.

Vuelvo a sonreír y, tras desbloquear el móvil, decido matar el tiempo organizando la galería: elimino lo que no me interesa y clasifico las demás fotos en carpetas. ¿Y si subo alguna a Instagram? Llevo sin aparecerme por ahí desde hace semanas, ni siquiera recuerdo la última vez que subí una triste historia. Abro la aplicación, pero no para publicar nada —y menos a las seis y doce de la mañana—, sino para buscar el perfil de la pianista. Me aparece el primero de la lista y entro sin muchas expectativas.

Joder, casi cinco millones de seguidores.

Recuerdo que Joan, el de relaciones públicas, me comentó que contratar a Adèle Leblanc iba a resultarnos beneficioso por su presencia en las redes sociales. No se lo discutí porque confío en su palabra, y tenía razón. Todas las publicaciones —algunas más, otras menos— cuentan con cientos y cientos de comentarios. El último vídeo que ha publicado, que es el resumen de su participación en la fiesta, tiene medio millón de «me gusta», y su sesión de fotos junto al piano alcanza un poco más. Voy viendo los comentarios y la gran mayoría coincide en una cosa: en lo guapa que es y en el talento innegable que tiene con el instrumento. Es adictivo mirar cómo lo toca, la manera en la que se expresa.

Vuelvo de nuevo a su información de perfil y la opción de darle a «Seguir» me resulta tentadora; sin embargo, no lo hago, ya que el sonido de unos pasos y la voz de Adèle hablando en francés hace que me ponga de pie a la velocidad de la luz. Me acerco a la mirilla y sonrío al ver que se detiene delante de mi puerta. «Qu'en dis-tu, Roi ? Devons-nous frapper à sa porte ?». Para esto me ha servido que mi madre me enviara cada año a París con el objetivo de dominar el idioma, para entender a la pianista francesa por la que me he levantado a las cinco y media de la mañana: «¿Qué me dices, Roi? ¿Llamamos a su puerta?».

Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora