CAPÍTULO 7
Cuando el destino juega a tu favorIván
Viajo a Madrid una o dos veces al mes.
Incluso Verónica me preguntó, una noche mientras estaba en su casa, que por qué no me mudaba aquí; es decir, aquí en Madrid, pues acabo de bajarme del tren. «¿No te cansa estar de arriba abajo constantemente?», me soltó así de la nada, sin mirarme. «Sí, pero de poco serviría que me mudase», respondí, y nos quedamos en silencio.
Viviendo en Madrid me vería obligado incluso a pisar la estación más veces por semana, porque con independencia de que Barcelona sea Barcelona y me encante la ciudad, la sede de la empresa se encuentra allí, precisamente, en plena avenida Diagonal. Sin olvidarnos de que no solo viajo a Madrid, sino que estoy en constante movimiento por el resto de Europa. De mudarme, sería una decisión que habría tomado pensando con el trasero, como diría mi padre, porque la palabra «culo» está prohibida en casa. Órdenes de mamá, ya que le parece una palabra espantosa y no le gusta que nadie la diga en su presencia. Me pregunto cómo debe hacerlo en el hospital, teniendo en cuenta que «culo» es la denominación que se le da para el conjunto de las dos nalgas.
En fin, mi madre y sus cosas.
Salgo de la estación de Atocha y, con la maleta en mano, me pongo a la cola para los taxis. Que no se note que es un día entre semana y que el noventa por ciento de los que se han bajado del tren son gente que ha venido por asuntos laborales. No hay persona que no vaya vestida para la ocasión, entre las que me incluyo. Estoy tan acostumbrado a ir en traje que a veces hasta se me olvida que lo llevo, y en cuanto al reloj... Mejor ni hablemos. De aquella vez que me metí a la ducha con el más caro que tenía, gilipollas de mí porque no me di cuenta de que lo llevaba puesto hasta que no fue demasiado tarde, aprendí la lección a regañadientes, sobre todo porque ese reloj fue un regalo de mi padre. Por suerte lo mandé a que lo repararan y el disgusto se ha quedado ahora en una anécdota divertida.
La cola se va haciendo más pequeña y me subo al primer taxi que veo libre.
—Muy buenos días, caballero, ¿adónde lo llevo? —me pregunta el conductor en un tono alegre. Se ve que hoy se ha levantado con buen pie.
—Al hotel Victoria de la calle Velázquez, el que está cerca de El Retiro.
—Por supuesto, no se diga más —dice en cuanto el semáforo se pone en verde.
Es en el que siempre me hospedo por estar más cerca del parque. No me gusta desatender mi físico por andar viajando de arriba abajo, así que procuro un par de veces a la semana levantarme una hora antes de la que suelo para salir a correr y respirar un poco de naturaleza.
El taxista me saca conversación preguntándome por El Clásico, el partido que jugará el Barcelona contra el Madrid este viernes. Le sigo la corriente con cierto desinterés. No es que odie el fútbol, pero tampoco me fascina ni estoy pendiente de cada partido que se juega. Yo soy más de coches; prefiero ver a veinte tíos dando vueltas en un circuito que persiguiendo una pelota, más aún cuando Max Verstappen sale de los últimos y se las ingenia para colocarse entre los primeros. Es mi plan favorito de los domingos: sentarme con mi padre, porque mamá tiene mejores cosas que hacer que perder dos horas de su vida, y comentar las estrategias de las escuderías, sobre todo las de Ferrari, que a veces dejan bastante que desear.
El trayecto se me hace relativamente corto teniendo en cuenta que el parque está a dos pasos de la estación. El hombre se detiene delante del hotel, en el espacio reservado para cargar y descargar el equipaje, y le deseo, después de haberle pagado, que tenga un buen día. Cierro la puerta y me encamino hacia la entrada sin despegar la mirada del móvil de la empresa, pues acabo de recibir un correo con la palabra «Urgente» en el asunto. Así empiezan mis mañanas: con el remitente yendo directo al grano. A ver qué cojones ha pasado.
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Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024
RomanceSerie Cenizas - Libro 1 Primera parte de la historia de Adèle Leblanc e Iván Otálora BORRADOR "-¿Sabes lo que significa «eufonía»? -Es un sonido agradable al oído, pero... -Se queda un segundo callada sin dejar de mirarme, como si quisiera verme a t...