22. No se te ocurra ignorar a la voz de la sabiduría

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CAPÍTULO 22
No se te ocurra ignorar a la voz de la sabiduría

Iván

No puedo dejar de pensar en lo que ha dicho Adèle en la reunión, en lo que para ella significa el amor.

Me ha derrumbado por completo, porque si hace unos días estaba bastante seguro de que tan solo nos limitaríamos a resolver la tensión sexual, que no hace más que crecer a cada segundo que paso a su lado, ahora tengo la cabeza dividida en dos. ¿Y si la pianista acaba convirtiéndose en mi complemento, en ese amor genuino que ha descrito? O, por el contrario, ¿todo resulta en un juego? Lo que más me asusta es darle el poder de destrozarme si quiere, de entregarle todo cuanto tengo y que lo vuelva añicos.

Suelto un suspiro y le doy un trago al vaso de agua.

—Estás dándole demasiadas vueltas —concluye Conrad haciendo lo mismo, aunque lo suyo sea una de esas bebidas calóricas, azucaradas y llena de aditivos. Me he cansado de repetirle que, a la larga, se le va a pudrir el cerebro—. Sonríe y déjate llevar; además, parece buena chica, ¿qué hay de malo en que lo intentes?

Abro la boca con la intención de responder, pero él me lo impide alzando el índice:

—Ni se te ocurra seguir inflándome las pelotas con la mierda esa de «no la conozco y no quiero llevarme sorpresas» —pronuncia en un tono más agudo, burlándose—. Mate, ya va siendo hora de superar lo que pasó y que no todas las mujeres van a hacerte lo mismo que Sienna.

Sienna, el recuerdo de color negro; hacía tiempo que no escuchaba su nombre en alto.

—Tenías diecisiete cuando la conociste, prácticamente acababas de nacer —continúa, y yo pongo los ojos en blanco—. Ahora con veintisiete... Joder, diez años ya —se sorprende, pero no tarda en volver al tono serio—: Y llevas otros tantos estando limpio, ¿no?

—Cinco años y nueve meses —aclaro.

—Estoy muy orgulloso de ti. —Me da un golpe amistoso en el hombro—. A lo que voy es que estás en ese punto de la vida en el que tú decides qué te influencia y qué no. Sienna te comió la cabeza y caíste en su red, sí, desde entonces evitas relacionarte con nadie por miedo a recaer; pero, bro, vuelvo a lo mismo: ahora tienes la fuerza que antes no tenías para alejarte si ves algo que no te gusta. Si te lo pasas bien con la Rubita, por lo que nos cuentas, ¿por qué no lo intentas? En este mes que lleváis hablando, ¿has notado algo raro? ¿Fuma? ¿Bebe en exceso? ¿Se enfada con facilidad? ¿Tiembla? ¿Tiene los ojos rojos? ¿Pupilas dilatadas?

Niego con la cabeza a cada uno de los síntomas que se le van ocurriendo.

—Pues entonces no entiendo cuál es el problema —dice, y le da otro trago a la bebida carbonatada—. A no ser que te lo hayas callado y sea Adèle la que no quiera nada serio, que también podría ser. Sexo sin compromiso. Básicamente lo que tú llevas haciendo los últimos años.

—No, no es eso.

—¿Entonces?

Aparto la mirada de los ojos perspicaces de Conrad. Yo tampoco entiendo cuál es el problema. Pienso que, a lo mejor, estoy demasiado cómodo en mi zona de confort: salir con mujeres que no quieran ningún tipo de compromiso salvo el de pasar un buen rato. Relaciones de una primera y única vez. Fugaces. Pero con Adèle no lo es, con ella nada es fugaz. Con Adèle me apetece detener el tiempo, retarlo, perderme en su voz de sirena y ver hasta qué punto puedo seguir poniéndola nerviosa.

—Se supone que en una hora voy a ir a verla.

—En el de la Ciutadella, ¿no? —pregunta, y yo asiento mientras recorro con la mirada el espacio amplio del restaurante; falta una hora para que inicie el servicio, y para que Conrad se ponga la chaquetilla—. ¿Ya no quieres ir?

Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora