CAPÍTULO 2
La pianista de los labios rojosIván
—Quiero llegar a casa y quitarme estos tacones del infierno, no puedo más —murmura Verónica a mi lado con una copa de champán en la mano. No es capaz de estarse quieta y le da igual que alguien la vea haciendo muecas—. Que sí, que me parece muy bien el propósito de estos eventos, pero ¿es necesario que nos vistamos como para ir de boda? —Hace una pausa clavando sus ojos verdes en los míos. Supongo que espera a que yo le dé solución a todos sus problemas—. Es que ni que esto fueran los Premios Princesa de Asturias con sus majestades pululando por la sala. ¿O no?
Quiero reírme, pero Verónica entrecierra de inmediato la mirada amenazándome con que, si lo hago, no dudará en patearme las bolas. Aunque parezca una criatura adorable, que lo es la mayoría del tiempo, basta con que le toques los ovarios una vez para convertirse en tu peor pesadilla. Es lo que tienen las amistades de más de diez años, supongo, que este tipo de confianzas están permitidas.
Me limito a asentir para darle la razón, porque yo también estoy en las mismas: la pajarita del esmoquin me está matando y el cansancio me cuelga hasta de las pestañas.
Se supone que las noches de sábado están para desconectar, para olvidarte de las responsabilidades o, en su defecto, para procurar que la conquista se sienta a gusto en la cama y que se corra, como mínimo, dos veces. Sin embargo, aquí estoy, encerrado junto a Verónica en la sala de eventos del Teatro Real de Madrid, a unos 620 km de mi cama, porque a mi señor padre le salió de pronto una «reunión importante imposible de cancelar» y sería inverosímil que un representante de Grupo Otálora no acudiera al evento benéfico que se organiza cada año, teniendo en cuenta lo comprometidos que estamos con el arte.
A veces me pregunto si me han nombrado vicepresidente de la compañía solo para pasarme los marrones.
—¿Quieres que te traiga otra copa? —pregunto, con la esperanza de que mi amiga se olvide del dolor de pies.
—Lo que quiero es morirme.
—¿Y comerme yo solito esta fiesta para hablar de nimiedades con los aquí presentes? Ni de coña, guapa, te quedas aquí conmigo.
No nos equivoquemos. Tengo un don de gentes envidiable: me desenvuelvo a la perfección en cualquier paraje hostil y utilizo un lenguaje u otro según a quien tenga delante —supongo que es una de las ventajas de encargarme del Marketing de la empresa—, pero eso no quita que hoy no tenga ganas de morirme también y de, a poder ser, dormir unas treinta y siete horas seguidas para reponer las fuerzas que he invertido durante las últimas semanas en planificar y dirigir las próximas campañas; porque, damas y caballeros, se acerca la época más ajetreada del año, en la que el turismo aumenta a niveles exponenciales: diciembre, y con sus respectivos festivos de enero.
Solo de pensar que estamos a mes y medio de ver las primeras luces navideñas colgando de los balcones, de aguantar a ese porcentaje de la población que coloca el árbol un día después de Halloween, de que se planifique desde ya en qué casa se celebrará Nochebuena y Nochevieja, de armar teorías sobre el vestido de la Pedroche o de empezar a envolver los regalos, me dan ganas de irme a vivir a una isla desierta.
No odio la Navidad —o casi—, lo que pasa es que me es indiferente; caso contrario a Verónica, que uno de sus planes favoritos es pasearse por el Corte Inglés para quejarse de los precios. Siempre le digo que no a ese plan, pero eso no la detiene de arrastrarme con ella cada vez que pongo un pie en Madrid; como ayer, justamente, que nada más recogerme de la estación me llevó al centro comercial porque su sobrina de diez años quería ir de tiendas. De tiendas. ¿Es que a las preadolescentes de hoy en día sus padres les permiten «ir de tiendas»? Yo con su edad no podía decirle ni mu a mi madre, que me vestía pensándose que era su Barbie.
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Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024
عاطفيةSerie Cenizas - Libro 1 Primera parte de la historia de Adèle Leblanc e Iván Otálora BORRADOR "-¿Sabes lo que significa «eufonía»? -Es un sonido agradable al oído, pero... -Se queda un segundo callada sin dejar de mirarme, como si quisiera verme a t...