CAPÍTULO 16
Una musa es una musaIván
Ha pasado una semana desde la noche de Halloween, y cinco días desde que Adèle empezó a ignorarme, pues sigue sin contestar a los mensajes que le envié. ¿Me molesta? Por supuesto que no; pero me extraña que una persona se pase tantos días sin dar señales de vida.
«Mira quién fue a hablar».
Me recuesto en la silla del escritorio soltando un suspiro largo y oigo, como si se tratara del zumbido de un mosquito, la risita de Conrad por todo el despacho. Al tercer día, le pregunté qué le parecía lo que le había enviado. «Por fin alguien te da a probar de tu propia medicina, o algo así era la expresión —me dijo, y luego se echó a reír a carcajadas, incluso se limpió una lágrima imaginaria solo para tocarme un poco más los huevos—. A ver, a lo mejor está decidiendo cuándo venir y quiera responderte en cuanto lo sepa seguro. Es famosa, ¿no? Seguro que tiene la agenda a full».
La opinión de Verónica, pues es impensable que uno de los dos sepa algo que el otro no, se posicionó en el otro extremo: «¿A qué idiota se le ocurre enviarle un mensaje sin preguntarle primero el número? La has asustado, así que dudo mucho que ahora te conteste. Y antes de que me preguntes si puedes reclamarle de por qué lleva tantos días dejándote el visto, ponte en su lugar y piensa si a ti te gustaría que te insistieran así».
Apoyo la cabeza en el respaldo, con las manos juntas sobre el regazo, mientras pienso qué debería hacer. ¿Esperar a que se cumpla la semana e intentarlo de nuevo? ¿Pasar del consejo de Verónica y llamarla solo para oír su voz? ¿Subirme a un tren para preguntarle en persona qué le ha molestado tanto?
Quizá con la tercera opción esté precipitándome, teniendo en cuenta que no puedo escaquearme del trabajo así como así y que tiene todo el derecho del mundo a no responderme si no quiere. Pero las ganas que tengo de verla y de besarla, y de follarla hasta que nos quedemos sin fuerzas para repetir, cruzan cualquier límite. No me quito de la cabeza su mirada hambrienta, el rubor suave que le mordió las mejillas y los labios entreabiertos pidiéndome a gritos que me olvidara de todo y la besara.
Suelto otro suspiro para calmar este ansía que no había sentido desde hacía tiempo. «Ansía por acabar con la tensión sexual», me digo, porque no se trata de otra cosa. No son más que ganas de pasar una noche con ella y saciar este hambre, de preguntarle qué tal le ha ido la semana y si la obra en su piso ha concluido, de saber si está leyendo algún libro o, si no, de recomendarle alguno. Tengo ganas de pasar el tiempo con una persona que no se entromete en mi vida, con la que puedo hablar de cualquier tontería sin sentir la presión de que me haga preguntas que no quiero contestar.
Ganas de enseñarle, quizá, el poema que estoy escribiendo, aunque ahora no sean más que versos aleatorios que tengo que ver como unir para que salga algo decente.
Estiro el brazo y alcanzo el cuaderno abierto. La página está llena de garabatos y tachones, y flechas uniendo unas ideas con otras. Leo la estrofa a la que llevo dándole vueltas desde hace un rato. Frunzo el ceño y tacho una parte de un verso para cambiarlo por otro que define a la perfección lo que sentí aquel día en el parque, cuando tocó esa pieza para mí.
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Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024
RomansaSerie Cenizas - Libro 1 Primera parte de la historia de Adèle Leblanc e Iván Otálora BORRADOR "-¿Sabes lo que significa «eufonía»? -Es un sonido agradable al oído, pero... -Se queda un segundo callada sin dejar de mirarme, como si quisiera verme a t...