5. Una superheroína con superolfato

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CAPÍTULO 5
Una superheroína con superolfato

Adèle

Lo primero que hago cuando regreso a Madrid, tras haber estado varios días fuera, es hacerle una visita a mi hermana. Es la condición que me puso para que cuidara a Roi mientras yo no estuviera.

«Como si no la visitara lo suficiente».

Odile suele pecar en pasarse de intensa, y de dramática también, y ahora que está embarazada y con las hormonas medio alborotadas, todavía más. Pero la quiero igual, con locura, y siempre acabo haciendo lo que me pide, incluso si eso significa cumplirle los antojos que le surgen a las once de la noche, o a la hora que sea. Como en este instante, por ejemplo, que me tiene, a las cuatro de la tarde del último sábado de octubre, arrastrando la maleta por el Mercadona mientras no para de enviarme instrucciones vía mensaje: «Compra avena, huevos y leche de almendras. Y no te olvides del plátano ni del sirope de agave. Y chocolate blanco también, pero que sea de calidad, eh, de repostería, nada de comprar marca blanca».

De repostería, dice. Decido llamarla.

—¿Desde cuándo eres así de fina? —pregunto mientras voy esquivando a la aglomeración que hay a esta hora. Mal día para ir a hacer la compra, pero los antojos de Odile son una cosa seria y no me gustaría batallar con su furia si me ve llegando con las manos vacías.

—Desde que me he enganchado otra vez a MasterChef. Ay, Del, consígueme un novio cocinero.

—El otro día mencionaste que querías a un inglés.

—Es que los ingleses también me pueden. ¿Has encontrado el sirope?

—Paciencia, que estoy donde las frutas. ¿Quieres plátano canario o banana? Banana, ¿no?, que es más dulce. Por cierto, ya podrías haber tenido el antojo un lunes, que ahora no hay ni de donde elegir. Ir a comprar un sábado debería ser ilegal, por no hablar de la señora que me ha gritado porque le molestaba mi maleta; que lo entiendo, eh, pero no son formas. ¿Dónde ha quedado lo de pedir las cosas con amabilidad?

—Al parecer no se ha levantado con ella.

—¿Necesitas algo más? Porque no pienso volver, avisada estás.

—Pues ahora que lo dices, un bote grande de Nutella. Gracias, te quiero, eres la mejor hermana del mundo.

Corta la llamada antes de que me dé tiempo a decirle que no me haga la pelota, pero sonrío y vuelvo a esconder el móvil en el bolso para ir en busca del sirope perdido.

El piso de Odile se encuentra a unas cuantas calles del mío; a pesar de que me ofreció, como buena hermana mayor que es, irme a vivir con ella cuando cumplí los veinte, rechacé su oferta porque en mi mente había otros planes. No quería depender de nadie y ansiaba tener mi propio espacio para decorarlo a mi gusto, que el piano ocupase toda una habitación y construir mi zona de confort. Ella lo entendió e, incluso, un año después de acabar el conservatorio, cuando decidí que había llegado el momento de entrar en el fabuloso mundo de las hipotecas, me acompañó al banco para pedir un crédito. Porque lo que tiene Odile es que sabe hablar con todo el mundo, aunque se le olvide que a mí tampoco se me da mal. Supongo que lo llevamos en la sangre; al fin y al cabo, mamá era periodista.

Odile se parece mucho a ella, según las palabras de la grand-mère, pues no duda en saltar y exclamar su opinión, aunque luego se arrepienta por dentro; habla sin pensar y le cuesta pedir perdón, pero es la que soluciona la mayoría de los problemas, la que ha sabido manejarse sin entrar en histeria mientras yo le seguía los pasos. Es quien me ha cuidado y se ha hecho cargo de mí tras la muerte de mamá mientras papá se encerraba cada vez en sí mismo, negándose a cerrar el capítulo que había compartido junto a Léonore.

Eufonía (Serie Cenizas, 1) | Nueva edición 2024Donde viven las historias. Descúbrelo ahora