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“Todos tenemos un par de alas invisibles preparadas; por si encontramos el cielo idóneo para volar”.

– Ramón Martínez.

Frente a mi estaba la poetica demoniaca de un amanecer y las puertas del cementerio mas bonito de España.
El señor del taxi esperaba con paciencia a que yo decidiera salir del auto, o pedir alguna otra dirección.
Aquel silencio incómodo, me estaba obligando a tomar una decisión más a prisa.

-Me quedaré aquí- dije con calma, rebuscando en mi chaqueta un par de billetes para pagar el servicio.
-El cementerio no habré hasta pasando las 9.

Asiento, y esbozó lo que espero sea una sonrisa.

-Es el primer sitio que me recomendaron ver, aquí pasarán a recogerme- miento, con esa naturalidad que tuve que dominar hacia ya años.
-Bien.

Y es todo lo que hace para salir del auto y abrir el maletero, obtengo mi mochila y la maleta, que le cambio por un par de billetes.

-¿Tendrás un cuarto de Euro?

Muevo mi cabeza de un lado a otro, para terminar escogiendo mis hombros.

-El cambio es suyo, por los servicios de espera.

Sus facciones cambian a un tremendo agradecimiento, se despide y se va, dejándome frente a la entrada del cementerio, sacó de mi mochila una llave, y abro el candado.

Entró al lugar, como si fuera mi casa, con la maleta rodando por los pasillos entre estatuas de piedra, con la elegancia de los pasillos de la muerte, me viene bien ver de nuevo el lugar, suspiro aliviado sólo de saber que debía venir aquí.

-¿Disculpe?

Giro tan rápido como puedo, un señor grande, de unos sesenta y tantos años, con pantalón café de chándal y camisa a cuadros, me mira con miedo y una pala en las manos, un lámpara de petróleo en la otra, enchina sus perezosos ojos cansados, para enfocar.
Los demonios solemos actuar como almas buenas, con eso atraemos las presas.

-Perdón, no quería- sonrió- Soy Joaquín, soy un turista, vi el candado abierto y decidí entrar.
-¿abierto?- su acento español es tan cálido como confuso.
-Supongo que, lo siento, no soy de aquí.
-No pasa nada, chico.
Sólo, me he quedado pensando, que si yo no cerré, debo estar volviendome loco.
-No, quizá, un pequeño error.
-Anda, majo, ¿venís a ver a alguien?

Su aspecto me costó imaginarme a un anciano enojon, era amable, realmente no lo recordaba, pero era listo, sabía reconocer la pena de un alma.

-En realidad, Sí.
-Bueno, quizá tu puedas pasar a hacer lo que necesites, desahogarte y yo, aprovecharé para comer algo.
-¿Puedo?- sigo buscando euros en mi bolsa del pantalón negro.
-No, que va, si tu gustas acompañarme, estaré en la choza, anda, ve.

Camino escuchando las rueditas de la maleta rodar por el cemento rocoso, recuerdo el mapa del camino, lo he trazado en mi cabeza, e incluso lo he soñado antes.

-Hola- susurro frente al mausoleo, está recién pintado, con flores que no han cumplido ni dos semanas de haber sido cortadas. - prestó atención a la tumba, veo el amanecer filtrandose por ella.
Miro a un lado y luego al otro, aquí no hay nadie, por lo menos no que sea un vivo. A excepción del guardián y yo. Abro con mucho cuidado el cristal que guarda una vela, y sacó el papel amarillento, lleva años aquí, de pronto me aterra pensar que la tinta se haya esfumado, haciendo desaparecer el mensaje.

26 días...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora