D Í A 8

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“Y de repente el calendario es tu amigo, y solo deseas que cada octubre siga lleno de sus besos y que los años pasen y cada mes siga llevando su nombre”.

— Martha Rojas.

[Parte 4]

-Chicos, no se alejen tanto- dice Fredd en un tono paternal al que no puedo evitar sentir algo por mi, es lástima, quizá porque papá no hubiera siquiera dicho; "con cuidado" agitó mi cabeza pensando que así van a caer las ideas.

Todos estamos en una nueva Bahía, una marea baja, olas a ritmo pacífico y un bonito mirador a unos metros arriba de nosotros.
Los peces llegan sin miedo a la orilla de la playa, estoy cansado así que sólo me siento al pie del rompimiento de las olas, y juego con la fina arena humeda.

-¿Todo bien?- dice Emilio para sentarse a un lado de mi.
Siento el sol pegar con fuerza en mis hombros.
-Sí, creo que me ha agotado el agua.
-Eso, y que no hemos comido.

Cruel verdad, parece que el que lo dijera le hablará a mi estómago y este comenzará a reclamarme con un lenguaje monstruoso.

Su mano busca mi estómago y lo acaricia, una parte de mi se tensa y la otra entra en pánico, no se si sea bueno o malo.

-¿Quieres ir a comer algo?
-La comida está lista en la primer playa que visitamos, no te preocupes.
-¿Que tal compramos algo?

Mi risa resuena por la playa completa, e inconscientemente ya tengo mi cabeza en su hombro, aspirando con fuerza el aroma que posee, es aroma a coco, ese típico aroma que poseen los bloqueadores solares, y se combina con el aroma a playa, es una delicia.
-Aquí no hay nadie, es una playa solitaria que visitan personas contadas, le tienen miedo por una historia que hay.
-¿Que tipo de historia?
-Dicen que si llegas a venir sólo y aparece el pez color rojo de cola larga junto a su amado caballito de mar y no besas al amor de tu vida, te quedas sin su cariño.
-¿Eso cuenta la historia?
-Pues mira, había una vez un par de enamorados, que viajaron hasta acá para huir de sus familias, se amaban pero era imposible que estuvieran juntos, así que una madrugada decidieron emprender un viaje apresurado, sin maletas, solo con un par de anillos bonitos y votos matrimoniales escritos en una hoja arrugada y vieja, esa misma tarde al llegar al mirador, se casaron; el mar firmo como testigo, y el cielo como cómplice, cuando decidieron bajar a la arena le pidieron a esos personajes marinos que los ayudara a cumplir sus promesas de amor, que llevarán ese sentimiento hasta el fondo del mar... Ellos se encargan de dar amor eterno.

Sus ojos de Emilio pasean de un lado a otro, y yo tengo que reprimir una sonrisa para no reír a carcajadas. Es lo más bobo que he dicho.

-¿Tú cres en la historia?
-No, acabo de inventar todo eso, no se si exista un pez de gran cola y menos si es roja. - me encojo de hombros apenado.
-Pero el caballo de mar- piensa, piensa, y piensa para continuar- El caballo de mar si es un símbolo del amor. Es el animal que puede morir de amor, eligen a su pareja para toda la vida... Muere cuando el otro muere.

Aquello resultaba interesante, paladeo la delicia de aquella naturaleza y su punto.

-Bueno, pues por si es real... Por si acaso.- responde, mi cabeza se ladea para verle las pupilas brillantes, veo como el sol baña su cuerpo entero, tengo una aceleración cardiaca que apuesto que ha sentido, me levanta la barbilla con delicadeza encerrando entre su indice y su pulgar mi piel.

26 días...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora