027.

10.3K 990 118
                                    

El ministro de magia Cornelius Fudge no ha querido aceptar lo que le hemos contado por lo que desistí de hacerlo entrar en razón; según él nosotros solo estamos delirando.

—Aquí tienen su premio —dijo brevemente, sacándose del bolsillo dos bolsas grandes de oro y dejándolas caer sobre nuestras mesitas que se encontraban a nuestro lado—. Mil galeones para cada uno. Tendría que haber habido una ceremonia de entrega, pero en estas circunstancias...

Se encasquetó el sombrero hongo y salió de la sala, cerrando de un portazo. En cuanto desapareció, Dumbledore se volvió hacia el grupo que nos rodeaba a Harry y a mí.

—Hay mucho que hacer —dijo—. Molly... ¿me equivoco al pensar que puedo contar contigo y con Arthur?

—Por supuesto que no se equivoca —respondió ella decidida—. Arthur conoce a Fudge. Es su interés por los muggles lo que lo ha mantenido relegado en el Ministerio durante todos estos años. Fudge opina que carece del adecuado orgullo mago.

—Entonces tengo que enviarle un mensaje —dijo Dumbledore—. Tenemos que hacer partícipes de lo ocurrido a todos aquellos a los que se pueda convencer de la verdad, y Arthur está bien situado en el Ministerio para hablar con los que no sean tan miopes como Cornelius.

—Iré yo a verlo —se ofreció Bill, levantándose de la silla que se encontraba a mi lado—. Iré ahora.

—Muy bien —asintió Dumbledore—. Cuéntale lo ocurrido. Dile que no tardaré en ponerme en contacto con él. Pero tendrá que ser discreto. Fudge no debe sospechar que interfiero en el Ministerio...

—Déjelo de mi cuenta —dijo Bill.

Bill le ha dado una palmada a Harry en el hombro, mientras que a mí me ha dado un beso en mi cabeza para luego colocarse su capa y salir de la sala con paso decidido.

—Minerva —dijo Dumbledore, volviéndose hacia la profesora McGonagall—, quiero ver a Hagrid en mi despacho tan pronto como sea posible. Y también...si consiente en venir, a Madame Maxime.

La profesora McGonagall asintió con la cabeza y salió sin decir una palabra.

—Poppy —le dijo Dumbledore a la señora Pomfrey—, ¿sería tan amable de bajar al despacho del profesor Moody, donde me imagino que encontrarás a una elfina doméstica llamada Winky sumida en la desesperación? Haz lo que puedas por ella, y luego llévala a las cocinas. Creo que Dobby la cuidará.

—Muy...muy bien —contestó la señora Pomfrey, asustada y también salió.

Dumbledore se aseguró de que la puerta estaba cerrada, antes de volver a hablar.

—Y, ahora —dijo—, es momento de que dos de nosotros se acepten. Sirius...te ruego que recuperes tu forma habitual.

El gran perro negro levantó la mirada hacia Dumbledore, y luego, en un instante, se convirtió en hombre.

—¡Sirius Black!

—¡Calla, mamá! —chilló Ron—. ¡Es inocente!

He visto al profesor Snape mirar con furia y horror a Sirius.

—¡Él! —gruñó, mirando a Sirius, cuyo rostro mostraba el mismo desagrado—. ¿Qué hace aquí?

—Está aquí porque yo lo he llamado —explicó Dumbledore, pasando la vista de uno a otro—. Igual que tú, Severus. Yo confío tanto en uno como en otro. Ya es hora de que olviden sus antiguas diferencias, y confíen también el uno en el otro.

Sirius y Snape se miraban con intenso odio.

—Me conformaré, a corto plazo, con un alto en las hostilidades —dijo Dumbledore con un deje de impaciencia—. Dense la mano: ahora están del mismo lado. El tiempo apremia, y, a menos que los pocos que sabemos la verdad estemos unidos, no nos quedará esperanza.

LONELINESS; Draco Malfoy. ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora